Detalle del retrato de Dante (probablemente el más antiguo y más cercano a la realidad) en el fresco del paraíso en el “Palazzo del Bargello” de Florencia, realizado por el taller de Giotto entre el 1330-1337.

«Dante Alighieri, el poeta florentino que vivió entre los siglos XIII y XIV, es el poeta más grande de la Europa medieval y uno de los más grandes de la humanidad. Y debido a la profunda inspiración religiosa de su obra, también debe ser considerado el mayor poeta del cristianismo».[1]

Incierta es la fecha de nacimiento de Alighieri (forma de apellido estabilizada por Boccaccio). Se sabe que fue bautizado con el nombre de Durante en el «bello San Juan» (Inf. XIX 17), el famoso baptisterio florentino, el Sábado Santo de 1266, 27 de marzo. Si consideramos entonces que la Comedia comienza con la frase «en medio del camino de la vida» (Inf. I, 1) y que, según la misma Escritura, la vida media se estimaba en unos 70 años (cfr. Sal. 90 [89], 10), uno puede imaginar que Dante está hablando de sí mismo como de treinta y cinco años. Y si el viaje a los tres reinos de ultratumba está realmente ambientado en el 1300, pero esto es también una deducción, y estamos en el año del primer Jubileo anunciado por Bonifacio VIII, el Poeta debería haber nacido en 1265, entre el 21 de mayo y el 21 de junio, es decir, bajo el signo de Géminis como él mismo parece declarar en su obra (cfr. Par. XXII 111).
A temprana edad quedó huérfano de su madre y luego también de su padre, heredando los modestos bienes que le permitieron dedicarse a los estudios y a la vida pública. De Gemma di Brunetto Donati, casada en el 1285 aproximadamente, tendría cuatro hijos: Giovanni (de quien sólo queda un documento incierto), Pietro (que murió en Treviso en el 1364 y enterrado en San Francisco), Jacopo (recordado como uno de los primeros comentaristas de la obra de su padre) y Antonia (que según la tradición fue monja en el monasterio de San Esteban de los Olivos en Ravena, con el nombre de sor Beatriz).
En 1274, a la edad de nueve años, Dante conoció por primera vez a la más conocida como Beatriz, a quien los antiguos comentaristas identificaron como la hija de Folco Portinari, quien luego se casaría con Simone dei Bardi.  
Dante se enamoró perdidamente de ella, amándola en un principio según los cánones del amor cortés, cantando la dulzura de su mirada, la belleza de su rostro, la gracia y modestia de sus gestos. Su muerte en 1290 arrojará a Dante a una profunda crisis espiritual y poética, una perdición entre falsos amores y propósitos fútiles. En ese año comenzó a asistir a «las escuelas de los religiosos y a las disputas de los filósofos» (como él mismo escribió en Convivio II xii 7), profundizando el pensamiento de San Buenaventura con los franciscanos de la Santa Cruz y el de Santo Tomás con los dominicos de Santa María Novella.

El Dante en exilio de Domenico Peterlin del 1860-1865 aprox., óleo sobre tela (79,5×106) conservado en los Museos cívicos de Vicenza

La participación en la vida política de su ciudad (entre 1295 y 1296 formó parte del consejo del Capitán del Pueblo, del consejo de los Sabios y del consejo de los Cien, y en el 1300 fue elegido por un periodo de dos meses entre los Priores, máximo órgano del Municipio) y su apoyo declarado a una política moderadamente popular (güelfos blancos) frente a la más conservadora y aristocrática (güelfos negros)[2] apoyada por Bonifacio VIII, le costó, primero, una pena de multa por rebeldía (en 1302), la reclusión y la expulsión de por vida de cargos públicos, y luego, por negarse a someterse a lo que él consideró un veredicto injusto, la hoguera. Así comenzó ese exilio que lo conducirá, entre otras cosas, a Verona, (primer refugio y primer albergue” (cf. Par. XVII 70) y finalmente a Ravena, una experiencia que «constituyó un punctum dolens en la lacerante biografía de Dante, pero sobre todo un topos fundamental de la obra del divino Poeta: de hecho, como escribe Pasquini, “si de algo no se puede dudar en el juicio que la posteridad ha construido sobre Dante, es ciertamente la importancia del exilio en su vida: el hecho de que marcó un punto de inflexión decisivo en la existencia y obra de nuestro autor”.[3] En la obra de Dante, el tema del exilio aparece inicialmente como amargo sufrimiento por la injusticia sufrida y como desgarradora nostalgia por la lejanía de la patria. Pero en el iter artístico, la amargura de la indignación y el dolor se desvanecen, fundiéndose con la nostalgia y el arrepentimiento de las almas en el purgatorio, en una melancólica aceptación de su peregrinación, desprovista de toda esperanza en la justicia humana. La pérdida progresiva de la individualidad del dolor culmina con el fin del viaje ideal (Paraíso XVII y XXV),donde la condición del exilio se convierte en símbolo universal de una humanidad desarraigada de  lo divino».[4]


[1] Anna Maria Chiavacci Leonardi, Dante Alighieri. Invito alla lettura (Dante Alihieri. Invitación a la lectura), Cinisello Balsamo, San Paolo, 2001, p. 9.
[2] Güelfos y Gibelinos fueron las dos facciones opuestas de la política italiana de la Baja Edad Media, en particular desde el siglo XII hasta el nacimiento de los Señoríos en el siglo XIV. Los orígenes de los nombres se remontan a la lucha por la corona imperial tras la muerte del emperador Enrique V, que tuvo lugar en 1125, entre las familias bávaras y sajonas de los Welfen, de ahí la palabra “güelfo”, con la palabra suaba de los Hohenstaufen, señores del castillo de Waiblingen, antes Wibeling, de ahí la palabra “gibelino”. Posteriormente –dado que la dinastía suaba compró la corona imperial y, con Federico I Hohenstaufen, intentó consolidar su poder en el Reino de Italia- en este ámbito político la lucha pasó a designar quién apoyaba al imperio (gibelinos) y quién se oponía apoyando al papado (güelfos). Sin embargo, la Florencia güelfa de la época de Dante se dividió en dos facciones: los Blancos, reunidos en torno a la familia Cerchi, proponentes de una política moderada pro papal, que lograron gobernar desde 1300 hasta 1301; y los Negros, el grupo aristocrático financiero y comercial más estrechamente ligado a los intereses de la Iglesia, encabezados por los Donati, que llegaron al poder con la ayuda de Carlos de Valois, enviado del Papa Bonifacio VIII. Todas las principales familias de Florencia se pusieron del lado de una u otra facción. El cardenal Matteo d’Acquasparta, legado pontificio, llegó a Florencia. Pero, debido a que los Blancos se negaron a dimitir de sus cargos, el cardenal legado abandonó Florencia, emitiendo un interdicto sobre la ciudad. Se crearon disturbios al final de los cuales el Municipio envió en exilio a los líderes de las facciones. Los Negros, con Messer Corso Donati, fueron confinados a Castel della Pieve; los Blancos, incluido Dante, a Sarzana.
[3] Emilio Pasquini, La parabola dell’esilio, in: Dante e le figure del vero. La fabbrica della «Commedia» (La parábola del exilio, en: Dante y las figuras del verdadero. La fábrica de la “Comedia”), Milano, Mondadori, 2001, p. 122.

[4] Giuseppe De Marco, L’esperienza di Dante «exul immeritus» quale autobiografia universale, (La experiencia de Dante «exul immeritus» como autobiografía universal) en: «Annali d’Italianistica» 20, 2002, 21.