No es de extrañar que Francisco, cuando escribe sobre “cómo los hermanos deben ir por el mundo” en el capítulo XIV de la Rnb, recurra al pasaje evangélico donde el Señor envía a los setenta y dos discípulos[1], pasaje importante en la conversión del Santo[2].
Francisco retoma las palabras de Jesús que dicen: «Al entrar en una casa, digan primero: ‘¡Que descienda la paz sobre esta casa!’. Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes» (Lc 10,5); el Pobre de Asís escribe:

Y en cualquier casa en que entren, digan primero: Paz a esta casa (cfr. Lc 10,5) Y, permaneciendo en la misma casa, coman y beban de lo que haya en ella (cfr. Lc 10,7). No resistan al malvado, sino, al que les pegue en una mejilla, preséntenle también la otra (cfr. Mt 5,39 y Lc 6,29). Y al que les quite el manto, no le prohíban que se lleve también la túnica (cfr. Lc 6,29). Den a todo el que les pida; y al que les quite lo que es de ellos, no se lo reclamen (cfr. Lc 6,30).[3]

Ciertamente, el Santo de Asís asume dichas palabras evangélicas para así indicar a sus hermanos que no sólo deben anunciar la paz, sino difundirla con la vida y el ejemplo. Hoy más que nunca, 800 años después, la Regla no bulada viene a recordarnos que somos enviados a divulgar la paz no sólo de palabra, sino viviendo como hombres y mujeres de paz.
Vivimos en un mundo violento, basta con ver cinco minutos el noticiero y darnos cuenta que la ley del más fuerte, el “ojo por ojo”, son el pan de cada día. Lamentablemente, en algunas de nuestras fraternidades pareciera como si el llamado a la paz no hubiese sido escuchado: guerras entre religiosos, envidias, chismeríos que aniquilan y celos, entre otras debilidades, que hacen de nuestras fraternidades un infierno aquí en la tierra para los que las padecen. “Santos” que hacen mártires a los que conviven con ellos. ¿Cómo anunciar la paz y el perdón a un mundo herido, si no somos capaces de vivir en paz entre nosotros? ¡Somos hijos del Santo de la Paz, y esa paz tendría que circular por nuestras venas espirituales!
¿Cómo estamos viviendo nuestras relaciones hoy? ¿Somos verdaderos mensajeros de paz para el mundo y los nuestros, o vivimos la ley del “ojo por ojo y diente por diente”?[4] Escribe san Francisco:

Bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios (Mt 5,9). Son verdaderamente pacíficos aquellos que, con todo lo que padecen en este siglo, por el amor de nuestro Señor Jesucristo, conservan la paz en el alma y en el cuerpo.[5]

Si, aún siendo hijos de Francisco, no somos capaces de vivir en paz en nuestras fraternidades, ¿qué podemos esperar de un mundo que no conoce el Amor de Dios?
Hasta la próxima reflexión, querido hermano lector.

Fray Elio J. ROJAS


[1]  Cfr. Lc 10,5.
[2] Cfr. O. Schmucki, San Francesco d’Assisi messaggero di pace nel suo tempo, in Studi e ricerche francescane 5 (1976) 215-232.
[3] Rnb XIV, 2-6.
[4] Cfr. Mt. 5,38-48.
[5] Adm XV.