El domingo 28 de enero de 2024 se produjo un acto de violencia en la iglesia de la Natividad de Nuestra Señora de Büyükdere, en el distrito de Sariyer (Estambul), atendida por los Hermanos Menores Conventuales.

En el ataque a la iglesia murió una persona. Tras este suceso, no se celebró ninguna Misa hasta el 1 de febrero. El jueves, 01 de febrero de 2024, se celebró una Misa de Reparación. El rito de purificación y bendición del altar y de los muros de la iglesia fue presidido por el Nuncio Apostólico S.E. Mons. Marek SOLCZYŃSKI. Estuvieron presentes Obispos católicos, líderes religiosos (ortodoxos, musulmanes, judíos, alevíes, etc.) y una gran multitud de cristianos y no cristianos.
Al final de la Misa, el Párroco Fray Anton BULAI, actual Custodio de la Custodia Provincial de Oriente y Tierra Santa, que celebraba la Misa durante el inesperado acontecimiento, agradeció a todos, empezando por el Presidente de la República de Turquía Recep Tayyip ERDOĞAN, las muestras de cercanía. Fray Anton dio también un breve testimonio, que reproducimos a continuación:

El domingo 28 de enero iba a ser un hermoso día. La comunidad se había reunido para rezar, cantar y alabar a Dios. Después de una semana de trabajo, nuestro deseo era descansar en el Señor. Estábamos reunidos para escuchar la Palabra de Dios. Y mientras el Señor Dios hablaba al pueblo que le escuchaba, en el silencio de la escucha, dos armas comenzaron a hablar.
Yo estaba en el altar y estaba orando en el micrófono. Oí un gran ruido… Pensé que tal vez el calentador eléctrico de la calefacción se había volcado y por eso no levanté la vista, pero, al cabo de una fracción de segundo, oí el segundo ruido, un disparo. Entonces miré y me encontré con la escena que nadie querría ver jamás. Dos armas, disparando, parecían competir.
Vi a los fieles, no de rodillas como suelen hacer cuando rezan, sino tumbados bajo los bancos, o corriendo en busca de refugio.
Un hermano de la comunidad me apartó, hacia la sacristía, cerrando la puerta, decidido a protegerme.
Le dije: «¿Qué haces? A lo mejor alguien de la comunidad intenta salvarse viniendo aquí». Así que volví a abrir la puerta -con miedo- y lentamente miramos hacia el interior de la iglesia. El silencio era total.
Uno de los miembros de la comunidad corrió hacia la puerta de la iglesia que daba a la calle para cerrarla, pero no pudo hacerlo.
Fui a ayudarle. De camino a la puerta, pasando entre los bancos y las sillas volcadas, pregunté a la gente que yacía en el suelo: «¿Están bien?». Nadie me respondió. Pensé que estaban todos muertos. Me sentí como un pastor contando las ovejas sacrificadas.
Miré hacia la calle para ver si alguno de los tiradores seguía allí, pero no vi a nadie.
Volví a entrar en la iglesia, cerrando la gran puerta, mientras alguien llamaba a la policía y a la ambulancia. Vi que algunas personas se levantaban y les dije que fueran directamente al jardín. En ese momento un creyente estaba arrodillado cerca de la cabeza de Murat Cihan Tuncer. Me dijo: “Padre, ha muerto”.
Murat Cihan no formaba parte de nuestra comunidad, no era cristiano. Lo había visto algunas veces en la iglesia, pero nunca me había preguntado nada. Creo que le gustaba algo de nuestras tradiciones cristianas.
Sin embargo, el domingo, en nuestra iglesia, ocurrió un milagro.
Dios está con nosotros, la Virgen María, patrona de esta iglesia, nos ha protegido, a pesar del sacrificio de nuestro hermano Murat.
Los dos terroristas entran en la iglesia armados, dispuestos a hacer una masacre, y sólo consiguen matar a una persona? Las dos armas, de hecho, en el mismo momento, después de los primeros terribles disparos, ambas se encasquillaron. La probabilidad de que un arma se atasque existe, pero que le ocurra a las dos al mismo tiempo, desde luego que no. Nadie en la comunidad fue siquiera tocado por las balas.
La policía que sobrevolaba la zona y la ambulancia llegaron muy rápidamente; luego llegaron los periodistas y la televisión. A partir de ahí, lo demás se vio y se supo. Pero lo que no se sabe y no se ve es que nuestros vecinos, los del barrio de Büyükdere, en el Bósforo, donde se encuentra nuestra pequeña iglesia, han demostrado ser grandes amigos. Su cercanía, su solidaridad, sus lágrimas, su ayuda concreta fueron conmovedoras.
Poco después, el Presidente turco Recep Tayyip ERDOĞAN fue uno de los primeros en pronunciarse contra el incidente, animándonos, mostrando la cercanía y el interés de la nación por atrapar a los autores.
A partir de entonces, numerosas autoridades civiles, políticas y religiosas -entre ellas el alcalde de Estambul, alcaldes de varios distritos, Ministros, representantes de ministerios, dirigentes de otras confesiones religiosas- se acercaron, incluso en persona, para expresarnos su solidaridad.
En poco tiempo, la policía capturó a los dos que hicieron daño a nuestra comunidad.
En los últimos días, ahora que estamos volviendo poco a poco a la normalidad, he estado reflexionando sobre todo lo que ha pasado, para intentar darle sentido y también vislumbrar el futuro.
Me acordé de cómo, hace muchos años, los dos hermanos de la Comunidad Magnificat, que vienen a ayudarnos desde entonces, rezaron por mí una noche.
Les había ocurrido algo terrible a dos hermanos protestantes que habían empezado a predicar en Estambul: los habían torturado y asesinado. Yo tenía miedo: más de la tortura que de la muerte. Hablamos de ello y nos pusimos a rezar juntos.
Después de invocar al Espíritu Santo sobre mí, abrieron la Palabra y el Señor dio un pasaje de los Hechos de los Apóstoles que dice: “Una noche, en una visión, el Señor dijo a Pablo: «No temas; sigue hablando y no calles, porque yo estoy contigo y nadie intentará hacerte daño: en esta ciudad tengo un pueblo numeroso»” (18, 9-10).
He pensado mucho en esta Palabra.
Realmente se ha hecho realidad todos estos años y, el domingo 28 de enero, volvió a demostrarse.
Los dos tiradores no lograron tocar a la comunidad cristiana; si querían abrir una brecha entre cristianos y musulmanes -además- fracasaron, porque todos aquí, en Büyükdere y más allá, se han agrupado afectuosamente en torno a nosotros, ofreciéndonos espontáneamente ayuda y solidaridad.
Si el mal quería detenernos, el Señor y su Madre nos han protegido, ¡y esto nos anima a seguir adelante, con todo nuestro corazón, para alabar a Dios en esta tierra de Turquía!

Fray Anton BULAI.