Queridos hermanos,

¡Os deseo a todos una feliz Navidad! Es un deseo que quiere entrar, sobre todo, en vuestros corazones y quiere llevaros el sentimiento de alegría, de paz, de serenidad y de confianza que brota precisamente de esta santa festividad y que constituye una de las más consoladoras esperanzas de la vida. Que cada uno de vosotros […] pueda sentir interiormente su dulzura y su consuelo; la felicidad…”. (cf. S. Pablo VI Papa, Radiomensaje de Navidad, 23 Diciembre 1963).
Me he tomado la libertad de utilizar el hermoso saludo de San Pablo VI para expresar sinceramente lo que deseo para cada uno de vosotros, para vuestras fraternidades. Esa “sensación de alegría, paz, serenidad y confianza” emana de celebrar en la fe, en la Liturgia, en nuestras culturas y tradiciones, al Dios hecho hombre, al Dios hecho humildad, al Dios hecho salvación.
He aquí nuestro “consuelo”; he aquí nuestra “dulzura”; he aquí nuestro “alivio”: ¡Él, el Señor hecho Historia! Nos levanta, nos deleita, nos apacigua, nos anima. Al hacerse hombre, nos reviste de él, de su Vida divina. ¿Qué más podemos desear que la sensación de plenitud que es Cristo mismo?
La Navidad es también, como siempre me gusta recordar, la Buena Noticia de la humildad de Dios. ¡Dios se hizo carne para asociarnos a su Vida! ¡Se hizo debilidad y pequeñez para revelar a todos quién es Dios y cómo es su Corazón!
Hermanos, ¡esto es lo que queremos, esto es lo que deseamos! Revestirnos de Cristo como Él se revistió de la misma finitud de la creación.
En esta fiesta, al contemplar el Misterio de la Encarnación, “se nos invita a ponernos espiritualmente en camino, atraídos por la humildad de Aquel que se ha hecho hombre para encontrar a cada hombre. Y descubramos que Él nos ama hasta el punto de unirse a nosotros, para que también nosotros podamos unirnos a Él”.  (Papa Francisco, Carta Apostólica Admirabile signum, 1° Diciembre 2019).
Y, contemplando al Salvador hecho niño en medio de la creación, dejemos que nuestro corazón se ablande y se enternezca para que nosotros mismos formemos parte no sólo de la divinidad del Señor, sino también de su humanidad salvadora; humanidad que sabe hacerse cercana a los dolores del mundo, al sufrimiento de los pueblos, al sinsentido de tantos, a la sed de amor de nuestro tiempo, de nuestros semejantes, de nuestro prójimo.

¡Feliz Navidad!

Fray Carlos A. TROVARELLI
Ministro general