Viven en clausura toda la vida, tras los muros del convento. Incluso cuando serán revocadas las medidas adoptadas en este tiempo de pandemia, no saldrán. Nunca. Hemos hablado con las Hermanas Clarisas de Montone (Puglia), buscando obtener algún consejo sobre cómo vivir este tiempo del #quédateencasa.

1) ¿Han recibido ustedes millones de llamadas en estos días? Imagino que la gente les pregunta cómo vivir en clausura…
Sí, estamos recibiendo muchas llamadas, ya sea para saber cómo estamos, como para compartir sus fatigas en las relaciones en casa. Muchos otros para pedirnos oraciones, contándonos sus lutos, sus miedos, su extravío ante tanto sufrimiento.

2) La diferencia entre la vida de las clarisas y el #quédateencasa de los italianos está en que ¡el “encierro” de ustedes nunca termina! Pero, a diferencia del #quédateencasa, se trata de una libre elección…
De hecho, la comparación entre el #quédateencasa y la vida de clausura es un poco forzada, pero nos damos cuenta de que el binomio nace espontáneo. En efecto, el #quédateencasa es diferente, incluso si tiene motivaciones razonables; si este encierro se vive como la imposibilidad de salir para hacer lo que uno quisiera provocará hartazgo, malestar y altísima tensión. En cambio, si se decide quedarse en casa porque valoramos mucho nuestra salud, la de nuestros seres queridos y la de toda la sociedad, entonces logramos soportarla mejor. Pero la diferencia con nuestra vida podemos resumirla en una sola palabra: vocación. Vocación que tiene al Señor como protagonista, sobre todo. El llamado a una vida bella, plena y realizada es todo suyo. Antes que nada, somos hermanas llamadas por el mismo Padre, distintas entre nosotras por cultura, proveniencia, edad, sensibilidad… Somos Hermanas “pobres”, o sea invitadas día con día a despojarnos de nosotras mismas, de nuestras convicciones e ideas, llamadas a saber “perder”, renunciar, morir para que la otra tenga vida. Santa Clara de Asís definía esta elección como la “santa unidad”, es decir, la comunión. ¡Hermanas, pobres y reclusas, en clausura! Pero no podemos ser de claustro si antes no somos hermanas pobres. Entonces ¿cómo aceptar un encierro que no tiene fin? Cuando se gusta la vida bella de la comunión, no se puede más que responder: ¡que sea para siempre!

3) ¿Recuerda usted sus primeros meses de clausura? ¿Fue difícil habituarse al pensamiento de que permanecería encerrada por toda la vida?
En realidad, no se entra en el Monasterio al improviso, siempre se dan pasos gradualmente: conocimiento recíproco, coloquios con la formadora, experiencias de vida más o menos largas en el Monasterio, etc. Al inicio del camino se experimenta la fatiga de la renuncia: renuncia a la libertad de movimiento, a la propia autonomía, al propio trabajo, a las vacaciones… Era frecuente preguntarse: ¿lograré permanecer en clausura por toda la vida? Pero todo estilo de vida, si se vive seriamente, comporta una renuncia. La cuestión es sentir que vale la pena, sentirse en casa propia, descubrir la propia identidad experimentando que, día tras día, Dios nos hace capaces de vivir la vocación para la que Él te ha llamado. De este modo, a la pregunta: ¿lo lograré? Él responde con tu vida que se ensancha y se hace más profunda detrás de los muros del Monasterio.

4) En estos días hemos escuchado miles de consejos sobre cómo lavarse las manos, cómo desinfectar la casa y cómo preparar el pan. ¿Cómo no enloquecer viviendo en un espacio de 455 m2 con un “millón” de gente alrededor (porque después de cuatro semanas de cuarentena se tiene la impresión de que la esposa o el esposo se han multiplicado y esté por todos lados, que los hijos se hayan fotocopiado y se hayan vuelto 16 y que también estén por todos lados)?
¡No tenemos una varita mágica! Ciertamente, tenemos que decir que un departamento en un condominio no es un Monasterio. ¡Sobre todo por los metros cuadrados! Hablando por teléfono con amigos y conocidos, escuchamos que, después de las primeras semanas de “reclusión” y distanciamiento en las que muchos han buscado entretenerse con pasatiempos, procurar y cuidar las relaciones interpersonales, ponerse en contacto con viejos amigos y parientes, dedicar más tiempo a la buena lectura, a la oración o a otras cosas, ahora se siente la fatiga, la asfixia, el miedo por el mañana. Muchos lloran en soledad por uno o más lutos, y nos damos cuenta de que no es tan difícil cruzar la línea de la depresión o la neurosis. Por eso pensamos que sea algo fundamental cultivar la cercanía, aún en la distancia, entre las familias, entre los jóvenes, para con las personas solas, ancianas o más frágiles. Una mirada u oído sensible es capaz de captar las señales de debilitamiento y de ayudar a quien está a punto de abandonar. Notamos que recordar fraternamente a las personas la verdad de la cercanía de Dios para con sus hijos que se encuentran en la tribulación, exhortar a la esperanza cristiana que no defrauda, es un poderoso fortificador interior: por otro lado, sólo de Dios que habita en nosotros puede venirnos la perseverancia hasta el final, también cuando no se ve todavía la luz en el horizonte.

5) ¿También rezan ustedes un poco por nosotros en estos días?
Has dicho bien: rezar por “nosotros”. Nunca como en este tiempo nos sentimos todos en la misma barca; incluso el Papa Francisco lo ha remarcado. Ciertamente debemos rezar por esta o aquella categoría de personas, pero claramente advertimos que, a lo mejor por el sufrimiento que todos vivimos, sólo uniéndonos solidariamente, haciendo cada quién su parte, podemos mirar el futuro con esperanza y soportar el dramático peso del hoy. Si permanecemos unidos, los más débiles pueden “esperar subsidiariamente” y apoyarse en quien, teniendo fe, tiene la mirada en alto y levantan consigo a aquellos que, cercanos o lejanos, sostienen de la mano. A veces será la oración de una clarisa, otras la perseverancia de una madre que no se rinde u otras más por un sacerdote que, a pesar de todo, sigue estando cercano a su rebaño… Todos somos “nosotros”.

Hermanas Clarisas de Montone – Perusa