Un minúsculo virus, el “coronavirus”, ha atacado una región de la lejana China y luego de pocos meses ha impuesto su terror y su amenaza a todo el mundo. Esto vuelve inútiles y redundantes todas las armas, incluso las más sofisticadas. Este virus pone a prueba nuestros conocimientos científicos, más aún, motiva con urgencia a los investigadores a encontrar rápidamente una solución.

Sea cual sea la fuente de proveniencia del coronavirus, la lección que puede enseñarnos es muy importante. Lo percibimos inmediatamente más allá del color, de la raza, del credo, de la cultura, de la posición social o de la riqueza. El sufrimiento, el dolor, la enfermedad y la muerte son comunes a la humanidad.
Ahora no es el momento de juzgar o condenar a nadie, más bien es tiempo de preguntarse: “¿por qué?” o “¿cómo?” y hacerlo a la luz de nuestras actitudes para con la naturaleza y el ambiente que nos rodea. Si concebimos el coronavirus como una reacción de la creación que busca defenderse de los daños que la humanidad ha provocado, entonces debemos preguntarnos: “¿Cuál podría ser la contribución que yo y cada uno de nosotros podemos ofrecer para resolver esta situación?” Los sanos entre nosotros no son menos culpables de cuantos han sido infectados por el virus. “¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás? […] ¿ O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé, eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén?”, pregunta Jesús (cfr. Lc. 13, 1-5).
Todos estamos en riesgo ¡individualmente, socialmente, a nivel nacional e internacional! En Italia han sido suspendidas las celebraciones litúrgicas en las basílicas, catedrales y parroquias; suspendida también la alegría de los matrimonios, y los muertos sepultados en forma estrictamente privada. Esta situación amenaza con apagar la paz interior y la alegría; y peor aún, ya que el virus continúa difundiéndose.
San Francisco de Asís hizo justicia a los leprosos de su tiempo. Los reconoció como imagen de Dios; les devolvió su dignidad y se puso a servirles (cfr. Testamento FF 110). Nuestros frailes en todo el mundo, también manifiestan esta misma justicia para con los hermanos de Italia y de todos los demás países gravemente afectados por el virus. Aseguramos nuestra oración en favor de todas las familias que han perdido a sus seres queridos y les reiteramos nuestra cercanía; junto con ellos sufrimos su mismo dolor en nuestro corazón. En el espíritu de nuestro Padre seráfico, no queremos discriminar a nuestros hermanos y hermanas en cuarentena. Acompañemos la Italia, tierra del Pobrecillo de Asís, y a cuantos se encuentran en el dolor, con nuestras oraciones y el ayuno cuaresmal, para que mediante la intercesión de la Madre Inmaculada y de nuestro seráfico padre San Francisco, el mundo pueda verse libre del flagelo de este virus terrible.
Para Italia, es ésta una Cuaresma sin precedentes: basílicas, catedrales, parroquias y santuarios están vacíos; sin embargo, las casas están llenas de personas, padres e hijos. La hermana madre tierra descansa y el nivel de smog desciende inmediatamente. Las familias se organizan con las cosas esenciales y reducen los gastos; tal vez harán uso de algunos de sus ahorros; la producción de los deshechos se reduce drásticamente en tan sólo un mes. ¿Podría ser ésta una “Cuaresma ecológica” en la que aprendamos a vivir sin cosas superfluas? Precisamente el Papa Francisco afirma: “menos es más” (Laudato Si’ 222).

Fray Joseph BLAY, Delegado general de Justicia, Paz e Integridad de la Creación