Saludo a los Hermanos por la Solemnidad de San Francisco de Asís

Queridos hermanos, en esta Solemnidad les hago llegar mis saludos a cada uno de ustedes y a todas las personas que acompañan nuestro camino de fe.

Oportuna memoria
Poco más de tres meses atrás, habiendo finalizado el 202° Capítulo general ordinario, el Cardenal Angelo Comastri, en su homilía[1], nos ayudaba a hacer vibrar nuestros corazones mientras recordaba la experiencia de fascinación y de conmoción de nuestro seráfico padre San Francisco frente a la humildad de Dios. “Tú eres la humildad”, resonaba en la Basílica Papal de San Pedro, mientras todos los hermanos de la Orden acogíamos la invitación a ser verdaderos discípulos de Jesús viviendo la misma humildad de Dios; humildad manifestada en la Encarnación, en la persona de María y en la existencia de San Francisco.
En aquella misma homilía, el Cardenal profundizaba la experiencia del Hermano de Asís, quien no sólo quedaba deslumbrado de frente a la Encarnación del Señor, sino también de frente a la Cruz, en la cual veía el Amor de Dios. En efecto, para Francisco, la crucifixión revelaba la calidad de la omnipotencia de Dios: Omnipotente en el Amor. 
El Card. Comastri enriqueció su reflexión regalándonos dos ejemplos contemporáneos: el de un laico[2] alejado del mundo eclesial, que aconsejó a su amigo el Papa Pablo VI “preparar en la Iglesia personas buenas y misericordiosas, personas humildes, mansas, serenas y capaces de amar a todos y de dialogar con todos … porque en el mundo existen muchas personas inteligentes y cultas, pero hacen falta personas buenas”; y el del Cardenal Schuster, quien dejaba como legado a sus seminaristas la certeza de que “hoy, el mundo no se deja convencer por nuestra predicación, sino por la santidad, frente a la cual la gente cree, se inclina y ora”.

Por su parte, el Papa Francisco, en la audiencia del mismo día, compartió con los hermanos capitulares los aspectos del carisma franciscano que considera más importantes:

  • el Evangelio como modo de vida (¡no como algo para ser simplemente predicado!);
  • la escucha del Evangelio como fuente de todas las manifestaciones de la vida franciscana;
  • la misión como exégesis viviente de la Palabra y la asimilación de la Palabra como camino para conformar nuestra vida a Cristo;
  • el seguimiento de Cristo en fraternidad;
  • la fraternidad como don que se acoge con gratitud y como realidad acogedora, donde los hermanos se encuentran e intercambian la vida, pero también como espacio y pausa cotidiana para cultivar el silencio y la contemplación; fraternidad donde todos somos igualmente hermanos; una escuela de comunión que se alimenta de la oración y la devoción;
  • la minoridad, vivida según el ejemplo del Señor, es decir, al modo del siervo, esclavo de todos, sin ambiciones, apartada de la tentación del poder; minoridad que es denuncia profética de la lógica del mundo;
  • la paz, entendida como reconciliación y armonía con nosotros mismos, con los demás y con Dios; reconciliación que genera misericordia y misericordia que regenera la vida.

Unas pocas imágenes
He querido traer a la memoria las dos intervenciones “eclesiales” que han acompañado la conclusión de nuestro último Capítulo general ordinario, para que todos podamos volver a ellas y, con la ayuda de Dios, meditarlas y vivirlas. En cambio, no he traído a la memoria la reflexión que acompañó el inicio del Capítulo, es decir, la del Cardenal Luis Antonio Tagle. Sin embargo, intento imitar un poco el método que éste último utilizó en su presentación: servirse de algunas imágenes (ciertamente más simbólicas que analíticas) sólo para expresar algunas convicciones en torno a nuestro carisma.

Primera imagen: “Arropados por la Santa Madre Iglesia” (o “el regalo del carisma”).
Al recordar aquel 17 de junio, me venía a la mente la escena en la que el Señor Obispo de Asís cubrió la desnudez de San Francisco con su manto, protegiéndolo y a la vez confirmándolo en su propósito, que no era otro que el de llamar a Dios “Padre” y el de vivir el Evangelio. La interpretación es evidente: hemos dejado todo para seguir al Señor, hemos devuelto todo al mundo, desnudándonos del “hombre viejo” para vestir el sayal del Evangelio vivido en fraternidad. Y la Iglesia nos ha confirmado en estos propósitos. Sin embargo, con facilidad cambiamos el sentido de nuestra desnudez y, en consecuencia, buscamos cubrirnos con “atuendos” que consideramos -quizás- más atrayentes. Invito a cada hermano y a cada fraternidad, en esta fiesta de San Francisco, a gozarse en la belleza de nuestro carisma, a sentir el corazón desbordante de tanta gracia, pero también a descubrir -en una sana autocrítica- si nuestra “desnudez original” podría haberse visto sustituida por otras desnudeces; desnudeces que piden ser cubiertas por atuendos que no nos pertenecen o que no significan cuanto hemos prometido vivir. Una y otra vez despojémonos de cuanto nos aleja de la belleza de nuestro carisma. No despreciemos el don de Dios. No tengamos miedo de volver siempre a la originalidad del carisma.
Confirmados por la Iglesia, revestidos del carisma, constituidos en fraternidad, protegidos por Dios Padre; una vez más pronunciemos nuestro propósito: vivir el Santo Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo.

Segunda imagen: “Los ojos y su misterio” (o “la fascinante simplicidad”)
En los primerísimos inicios de mi ministerio tuve la oportunidad de visitar varios conventos. Pero en uno de ellos, en algún lugar del mundo, algo simple pero también especial, me conmovió. Un hermano ya mayor, un fraile que podemos considerar “desconocido y escondido”, me mostró con orgullo el convento y narró para mí la historia del lugar, de aquella comunidad y de su trabajo en particular. De hecho, mientras pasaban tantas cosas en el mundo, mientras tantos paradigmas cambiaban a lo largo de los años, él trabajaba en la tipografía del convento y, desde allí, evangelizaba. Es como si yo mismo hubiese podido “ver” reflejada en sus ojos claros y en su mirada transparente aquella historia. Pero sus ojos tenían un misterio: por tanto trabajo, por tanta dedicación puesta en aquella tipografía, estaban ya casi completamente desgastados. El hermano -en realidad también misionero- gastó su vida y sus ojos viviendo en simplicidad, en fraternidad y en fructífera laboriosidad.
Nuestra laboriosidad, el tipo de trabajo que los hermanos realizamos a lo largo y ancho de la Orden, es, gracias a Dios, muy variado: trabajo pastoral de todo tipo, trabajo social, trabajo académico, trabajo manual, servicios en estructuras eclesiásticas, servicios variados, trabajos remunerados, trabajos productivos para auto sustentamiento económico, etc. Del trabajo vivimos, y con nuestro trabajo evangelizamos. Trabajamos en tantas cosas, pero siempre como verdaderos hermanos menores: con simplicidad, desde una fraternidad, para la fraternidad y -a través de ella- para la Iglesia y el mundo.
Francisco se conmocionaba con la humildad de Dios. ¡No sólo! Comenzó su experiencia evangélica como un simple albañil, construyendo unas Iglesias con el trabajo de sus manos. Yo también me conmociono cada vez que descubro -como en este hermano- que vale la pena gastarnos para generar vida, para anunciar al mundo el kerigma de salvación.

Tercera imagen: “Huéspedes” (o “la desapropiación como estilo”)
Somos peregrinos en el mundo, nuestra obediencia nos hace disponibles a los cambios. Además, a algunos nos toca recorrer la Orden y conocer diversas partes del mundo. Como Ministro recorro tantos lugares y me lleno de gozo al conocer a cada hermano, cada cultura, cada país, cada costumbre. El mundo no pasa simplemente delante de mí, sino por mi corazón. Me emociona la diversidad y -mucho más- saber que, siendo diversos, formamos y somos una única gran familia. Habitamos el claustro del mundo y en cada lugar nos sentimos como en casa. Una de las características de nuestro carisma es justamente la desapropiación: somos menores también en esto. Nos sabemos huéspedes: nada nos pertenece, sólo caminamos y servimos “porque sí”, por gratuidad. No dominamos el mundo, sino que lo habitamos. Caminamos “pidiendo permiso” para “pisar” suelos sagrados: el de los hermanos, el del Pueblo de Dios, el de las gentes, el de las culturas. Nada ni nadie nos pertenece. Y somos libres para amar con la caridad de Dios. Sin embargo, todos corremos el peligro de perder esta característica de nuestro carisma. La apropiación nos juega en contra, y se manifiesta no sólo en el “tener” sino también en algún tipo de poder. En nuestra Orden, también sucede que vendemos el rico patrimonio de la libertad evangélica al bajo precio del poder. El poder desfigura la fraternidad, el poder desfigura la disponibilidad, el poder desfigura el rostro del hermano, el poder desfigura el paisaje del mundo que habitamos. Hermanos, volvamos siempre a ser huéspedes, como el Hermano de Asís, a quien estamos celebrando. No somos dueños de la vida, la habitamos; no somos dueños de la fraternidad, convivimos con los hermanos; no somos dueños de los cargos, más bien nos empoderamos, pero de servicio; no somos dueños de la Liturgia, simplemente habitamos en su Misterio (¡no en sus ornamentos!); no somos dueños de la comunidad eclesial, somos parte de ella (y si la presidimos, lo hacemos en la caridad ¡no como patrones!); no somos dueños del ministerio, somos simplemente ministros; no somos dueños de lo sagrado, “entramos en él”; no somos dueños de la historia, la asumimos.

Cuarta imagen: “La niña y la tierra” (o “la continuidad con el mundo”)
Tiempo atrás, visitando una zona misionera, caminando por una calle muy simple, de un poblado igualmente simple, vi una pequeña niña descalza, con sus pies y manos llenos de tierra y llevándose a la boca un pedacito de teja, igualmente lleno de tierra. Una interacción total entre tierra y niña. No pretendo con esta imagen moralizar con análisis sociales o culturales o sanitarios. Simplemente quiero presentar una imagen, que, de modos similares, nos acompaña en todo el mundo.  ¿Es la imagen de la pobreza? ¿Es la imagen de todos los pobres del mundo? ¿Es la imagen de la inocencia? ¿Es la imagen de la vida simple, del ser humano simple, del “hombre común”? ¿Es la imagen de la naturaleza? Creo que es todo eso, pero me detengo especialmente en el significante “pobreza”, que nos acerca al significante “minoridad”, propio de nuestro carisma. “A los pobres los tendrán siempre con ustedes”(Mt 26,11). En todas partes, los pobres, las personas comunes, la vida “tierra-tierra”, la vida cotidiana, son parte de nuestras fraternidades. Y esto es una gracia. San Francisco se desposó con la Dama Pobreza y, además, eligió caminar y terminar sus días en contacto con la tierra. He podido ver en todo el mundo escenas similares: siempre hay una “niña” en contacto con “la tierra”, a veces por opción, a veces por las injusticias del mundo, a veces por cultura, a veces por extraños designios de Dios. “La niña y la tierra” quizás nos recuerda ese estado original de la creación y el misterio de la historia, de los pueblos, de la naturaleza, de la sociedad. Estamos llamados a interpretar ese misterio desde la Palabra y en fraternidad, para comprometernos con el mundo, con la creación, con los pobres, con los jóvenes, con la vida. Como nos dijo el Papa Francisco, estamos llamados a ser “exégesis viviente de la Palabra”. La Palabra ilumina e interpreta nuestro compromiso con la vida. Palabra y minoridad nos amigan con la tierra y con todas sus circunstancias.

Quinta imagen: “Las mesas” (o “la originalidad del Hijo”)
Pocas cosas nos reúnen a todos tanto como las mesas. Cuando llego a un lugar, una “mesa” es siempre el punto de referencia en torno al cual se genera un círculo fraterno. Muchas veces me toca presidir la mesa, pero -en todo caso- la mesa siempre es como el “misterio del centro” en torno al cual gravita la vida de una fraternidad. La mesa es aquella cotidiana, en la que el alimentarse es sólo un pretexto en relación al fortalecimiento de la vida fraterna. Las mesas hospedan no sólo almuerzos o cenas, sino también Capítulos conventuales, conversaciones de hermanos, programaciones y trabajos, grupos y acogidas. Pero es la Mesa eucarística la que contiene todas las mesas y todos los elementos, todas las personas y todas las esperanzas. La Mesa eucarística -diría el Cardenal Tagle- contiene “Pan e Historia”, y toda la fraternidad comienza allí; en esta Mesa, donde hay Pan e Historia, tiene su origen el sentido último de todo y de todos. La Mesa Eucarística es contenido, fuerza y criterio. ¡Cómo lamento que tantas fraternidades se priven de la concelebración eucarística en fraternidad! En la Mesa eucarística estamos todos equidistantes con respecto del Amor crucificado; equidistantes de la fiesta que, al alimentarnos, a la vez nos construye. Todas las mesas tienen ese misterio del centro, que agrega el “plus” que ningún individualismo puede generar. El “plus” de la mesa quizás no es docto, pero sí sapiente (sabio); su sabiduría es la del pueblo humilde que quizás no sabe correr rápido, pero sí caminar juntos.
La mesa es el lugar donde entramos todos, “especialmente los pobres” diría Tagle, pues en la mesa del pobre la dignidad no está dada por la calidad de lo que ponemos sobre ella, sino por la humildad de cuantos hacen lugar para que entre uno más. Así lo quiso el Hijo de Dios. Y nos incluyó a todos.
Sueño una Orden que siempre se encuentre ubicada en torno a una mesa; sueño con mesas amplias donde todos tengan algo que decir y algo que aprender; sueño una mesa abierta al pobre; sueño una mesa donde reconozcamos el Pan partido mientras -en fraternidad- nos hacemos uno con la Historia.

Hermanos, ayudémonos unos a otros en el constante cuidado del carisma al que hemos sido llamados. ¡No desfallezcamos! Al celebrar esta Solemnidad ¡celebremos la gracia de ser Franciscanos Conventuales en este tiempo, en esta historia, en este mundo!

¡Feliz Fiesta del Seráfico Padre San Francisco!

          Roma, 04 de octubre de 2019

Fray Carlos A. Trovarelli
Ministro general

[1] Concelebración en la Basílica Papal de San Pedro el 17 de junio de 2019.
[2] Giuseppe Prezzolini.

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