El día 26 de enero de 2020, III Domingo del Tiempo Ordinario, será celebrado por primera vez el “Domingo de la Palabra de Dios”, proclamado por el Papa Francisco en la Carta Apostólica Aperuit illis del 30 de septiembre de 2019.

A Fray Emil KUMKA, profesor de Franciscanismo y de Historia de la Iglesia, hemos preguntado acerca del papel de la Palabra de Dios en la vida de San Francisco:

¿Podemos señalar un momento de la vida de San Francisco en el cual el santo descubre la Palabra de Dios? ¿Cómo ha descubierto la Palabra de Dios? ¿Cómo se ha “convertido” a ella?
La conversión de San Francisco hacia la Sagrada Escritura se explica como el paso del concepto cultural al concepto bíblico, es decir, a entenderla como el libro de la vida. De la misma manera, en él, el vínculo entre Palabra de Dios y sacramentos es evidente; basta con recordar sus palabras y gestos en defensa y promoción de los decretos del Concilio Lateranense IV sobre la Eucaristía, la Penitencia y los sacramentos en general, que estaban en plena y profunda armonía con la experiencia de la Iglesia. En su Carta a los fieles (segunda redacción), donde la Palabra de Dios está unida inseparablemente a la persona de Cristo y al Espíritu Santo, escribe: A todos los cristianos… Puesto que soy siervo de todos, estoy obligado a serviros a todos y a administraros las odoríferas palabras de mi Señor. …me he propuesto anunciaros, por medio de las presentes letras y de mensajes, las palabras de nuestro Señor Jesucristo, que es la Palabra del Padre, y las palabras del Espíritu Santo, que son espíritu y vida […] Y sepamos todos firmemente que nadie puede salvarse sino por las santas palabras y por la sangre de nuestro Señor Jesucristo, que los clérigos dicen, anuncian y administran. Y ellos solos deben administrar, y no otros (2CtaF 1-3; 34-35).

Hemos preguntado acerca de la Palabra y usted ha respondido hablando de Eucaristía. ¿Este modo de hablar nos permite captar lo específico de Francisco?
Sí, tal entendimiento nos permite aferrar la posición de San Francisco con respecto de la Palabra de Dios. Generalmente se puede afirmar que él adopta la misma posición ante la Palabra y ante la Eucaristía, y que se pone al servicio de la Palabra de la misma manera como lo hace con la Eucaristía. Al centro de este entendimiento encontramos una sola motivación: San Francisco tiene un concepto sacramental de la Palabra de Dios. Como en la Eucaristía, en la Palabra encontramos la presencia viva de Cristo. En la primera Carta a los Custodios ordena que la Sagrada Escritura sea venerada de la misma manera que el Cuerpo de Cristo: Os ruego, más que si se tratara de mí mismo, que, cuando os parezca bien y veáis que conviene, supliquéis humildemente a los clérigos que veneren sobre todas las cosas el santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo y sus santos nombres y sus palabras escritas que consagran el cuerpo (1CtaCus 2). Este fragmento también revela la profunda unión espiritual entre la Palabra de Dios y la Eucaristía, que San Francisco ha siempre tenido.

Una postura muy moderna, cuasi perfumase de Vaticano II…
San Francisco nos revela que posee una sublime teología acerca del significado de la Palabra en relación con los sacramentos: Pues muchas cosas son santificadas por las palabras de Dios, y el sacramento del altar se realiza en virtud de las palabras de Cristo (CtaO 37). Consideremos todos los clérigos el gran pecado e ignorancia que tienen algunos acerca del santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, y de sus sacratísimos nombres, y de sus palabras escritas que consagran el cuerpo. Sabemos que no puede existir el cuerpo, si antes no es consagrado por la palabra. Nada, en efecto, tenemos ni vemos corporalmente en este siglo del Altísimo mismo, sino el cuerpo y la sangre, los nombres y las palabras, por las cuales hemos sido hechos y redimidos «de la muerte a la vida» (1CtaCle).

Sabemos del episodio en el que San Francisco abre el Evangelio y luego pone en práctica lo que ha escuchado. Parece ser que en la Palabra, sin duda alguna, reconocía la acción de Dios…
¡Obviamente! Para San Francisco, refugiarse en el Señor significaba acercarse a Su Palabra, que es -al mismo tiempo- signo del Cuerpo de Cristo (Encarnación y Eucaristía) y de la realización de Su presencia real. La entera vida del santo está marcada por consultaciones hechas al libro del Evangelio, entendido y acogido como Palabra del Cristo vivo. La apertura del Evangelio se repite en los momentos cruciales cuando debe tomar decisiones.

¿Qué podemos decir acerca de su conocimiento de la Sagrada Escritura? ¿San Francisco conocía bien la Escritura?
Su conocimiento de la Sagrada Escritura, especialmente del Evangelio (248 citas del Antiguo Testamento y 426 del Nuevo Testamento, de las cuales 268 son de los Evangelios), el discernimiento y reconocimiento del extremo valor de los textos bíblicos, su estima por ellos, lo llevo a la declaración y a la petición que encontramos en su Testamento: Los santísimos nombres y sus palabras escritas, dondequiera que los encuentre en lugares indebidos, quiero recogerlos y ruego que se recojan y se coloquen en lugar honroso. Y a todos los teólogos y a los que nos administran las santísimas palabras divinas, debemos honrar y venerar como a quienes nos administran espíritu y vida (Test 12-13).
En la Sagrada Escritura, el Asisiano privilegia el Nuevo Testamento, especialmente el Evangelio, que siempre y únicamente menciona al singular, porque en los diversos Evangelios se encuentra el mismo y único Cristo que nos habla. Con frecuencia usa el término sicut dicit Dominus (así dice el Señor), o también sus sinónimos (dicit Dominus in evangelio, dicit Dominus), después de inserir una cita del Evangelio. San Francisco no usaba verbos en tiempo pasado, porque en el Evangelio el Señor habla en este instante, le habla a él y a sus hermanos en su presente. San Francisco no afrontaba la Escritura de manera intelectual, ni guiado por el interés histórico o exegético, sino en modo participativo, vivencial, ese que sirve para formar cristianamente la existencia. En él no encontramos ejemplos de exégesis alegórica o tipológica, tan difundida en su tiempo; su interpretación es práctica e instantánea. Esto proviene de su criterio interpretativo: la Palabra de Dios se comprende mediante la inmersión en ella de la propia vida.

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