A pesar de haber sufrido dos pérdidas, una enfermedad grave y un accidente que lo ha obligado a usar silla de ruedas, Fray Tullio PASTORELLI mira al mundo directamente a los ojos. Sin victimismo, este misionero explica por qué no se debe desperdiciar la vida.
Fray Tullio ha nacido tres veces. Lleva en el cuerpo, pero sobre todo en la mente, las huellas de las noches más oscuras y de los nuevos amaneceres que han ido sucediéndose en su vida, sin dejar nada a la retórica o al victimismo. Lleva un poncho chileno de color camel apoyado en su silla de ruedas, señal de que siempre será un misionero. Tiene 60 años y es de Coredo, en Trentino-Italia, tierra que forjó su carácter y su fe, y que encendió en él el deseo de dejar atrás el Val di Non para recorrer el mundo: «En mi pueblo había algunos misioneros, me fascinaban sus historias». Fray Tullio Pastorelli no tuvo la vocación lineal clásica, forjó su ser de fraile piedra a piedra. Es un montañés racional y decidido, amante de los caracteres fuertes como San Antonio de Padua y de los desafíos difíciles junto a los más débiles. No le resultó fácil lanzarse al vuelo libre. El primer salto al vacío se produjo tras la muerte de Stefano, un amigo suyo, a los 23 años: «Fue un shock que me hizo comprender que la vida hay que vivirla, no desperdiciarla». La elección religiosa también fue cuesta arriba: justo cuando estaba a punto de convertirse en sacerdote, Tullio acompañó a su padre enfermo de cáncer hasta la muerte. «El primer funeral que celebré fue el suyo».
La prueba más grande llegaría unos veinte años después, cuando, siendo misionero en Chile, le diagnosticaron un linfoma en el sistema nervioso central: «La primera dosis de quimioterapia desencadenó fuertes crisis epilépticas y me perdí». Permaneció en coma durante quince días y, cuando despertó, el médico le dijo que estuvo a punto de morir. «La vida se me vino abajo», recuerda. «Había estado cientos de veces cerca de historias de dolor, había dicho las cosas que se dicen en estas circunstancias: recemos, las cosas se arreglarán; pero ahora que me tocaba a mí, todo parecía fuera de lugar. Y, sin embargo, tenía otra oportunidad. No debía desperdiciarla». Cinco ciclos de quimioterapia y un trasplante de células madre fueron suficientes para que Tullio renaciera por segunda vez. En sus venas, la sangre “trentina” se funde con la de un indígena mapuche, que la donó para salvar su vida. La misión recompensa, la misión salva. Las señales no son casuales.
Le piden que piense en un nombre para el nuevo Tullio que acaba de nacer y él elige «Gaspar, el Rey Mago que busca a Dios». Pero Gaspar también siente a veces desolación: sus familiares y los Hermanos están lejos. Necesita una voz a la que aferrarse, él que tantas veces había sido esa voz: el psicólogo es importante, pero no basta; busca un padre espiritual y lo encuentra en una monja trapense, Mariela. Para él hay una habitación siempre dispuesta en el puerto de tranquilidad y naturaleza que es el Monasterio. «Allí descubrí que siempre había corrido a 300 por hora hasta que me estrellé contra la cruz. Sólo en el dolor recuperé el paso, la conciencia y la lentitud».
Siguieron meses de recuperación: comida sana, caminatas y paseos en bicicleta. Lo logró. Pero el 19 de abril de 2023, al regresar de un entrenamiento en bicicleta, un autobús lo atropelló. «Lo recuerdo como si fuera ayer: una pierna bajo las ruedas y la otra colgando de la bicicleta. Un hombre se acerca, se quita el cinturón, lo aprieta alrededor de mi cuerpo para detener la hemorragia. Tiene una voz positiva, intenta consolarme. Siempre estoy consciente. Nunca supe quién era». También esta vez, Tullio se salva. El hospital está a 500 metros, pero la oscuridad parece infinita: «Un minuto antes era un misionero, un minuto después era un niño que necesitaba todo». El médico anuncia malas noticias: una pierna está perdida y la otra se espera salvar hasta la rodilla. «Pero, Dios, ¿qué quieres de mí? ¿No te han bastado Stefano, mi padre, mi consagración a ti, la misión, mi choque contra la Cruz?».
Dios no llama por teléfono, te responde poco a poco. Tullio ya lo sabe. Ahora que ha vuelto a Padua, bajo la sombra de las alas de la Basílica, donde a principios de los años 2000 se ocupó de la pastoral juvenil, los chicos que formó entonces son hoy médicos y enfermeros, y se ocupan de él con gran cuidado: «Lo que siembras no se pierde, puedo dar fe de ello». Desde su silla de ruedas, mira al mundo a los ojos y no tiene intención de hacerle ningún descuento: «No soporto la injusticia, las barreras arquitectónicas, la soledad de las personas frágiles, la superficialidad, ocultarse detrás de la burocracia. No tengo más paciencia, si es necesario lo grito a los cuatro vientos». El mundo se ha vuelto lento: «Antes me bastaba con un cuarto de hora para prepararme por la mañana, ahora tardo una hora y media. Pero ahora soy yo quien gestiona el tiempo, en la otra vida era el tiempo quien me gestionaba a mí». La mirada es como un radar: «He visto inmensas soledades en los hospitales. He visto a padres hundirse en sus teléfonos móviles para no tener que mirar a los ojos a su hijo terminal. La enfermedad es un mundo ajeno que afecta a los enfermos y a sus familiares. No estamos preparados, no sabemos cómo afrontarlo ni cómo estar a su lado. Y, sin embargo, sería un alivio para todos saber que formamos parte del flujo normal de la vida, incluso en los momentos más difíciles».
Tullio Gaspar sigue buscando respuestas en los rincones de su historia, pero, sin duda, sabe que aún le queda toda una vida por delante: «No tengo intención de desperdiciarla, no tengo intención de desperdiciar el dolor. Me gustaría estar al lado de quien busca la luz, esperar juntos el amanecer».
Fray Tullio pertenece a la Provincia Italiana de San Antonio de Padua (Italia del Norte). Emitió la Profesión simple el 8 de septiembre de 1993 y la solemne el 4 de octubre de 1997, y fue Ordenado Presbítero el 4 de septiembre de 1999.
Este artículo forma parte de un número especial dedicado a la enfermedad. Puedes leer el reportaje completo en el número de febrero de 2025 del “Messaggero di Sant’Antonio” y en la versión digital de la revista. ¡Suscríbete ahora!
Giulia Cananzi
De: https://messaggerosantantonio.it/content/nato-tre-volte-0