El futuro del Amazonía no es una cuestión local sino global, que requiere responsabilidad, una visión comunitaria y una presencia atenta y misionera de la Iglesia.
El camino sinodal, que ha convocado a los Obispos en el Vaticano del 6 al 27 de octubre de 2019, culmina ahora en la esperada Exhortación Apostólica del Papa Francisco “Querida Amazonía”. Se trata de un documento que representa una especie de síntesis sobre las preocupaciones del Santo Padre, pero también de un mapa y una pista precisa para “una armoniosa, creativa y fructífera recepción de todo el camino sinodal”.
Se trata de una Exhortación que no posee un carácter territorial sino mundial, considerando el papel central que la Amazonía reviste bajo un perfil ambiental, como pulmón verde del mundo, como hábitat de una inmensa biodiversidad que garantiza el equilibrio mundial y que se encuentra en peligro de extinción cada vez más, a causa de la prolongada explotación dictada por intereses internacionales.
Busca, pues, como Iglesia, sensibilizar y obrar en favor de una encarnación “de modo original en cada lugar del mundo”: encarnación de la predicación, de la espiritualidad, de las estructuras eclesiales, teniendo presente los “cuatro grandes sueños” que el Papa Francisco indica para la Amazonía, para sus poblaciones, para el ecosistema, para la transmisión de la fe. Se trata del sueño social, del sueño cultural, del sueño ecológico y del sueño eclesial.
El sueño social contempla a la Iglesia del lado de los pobres porque, especialmente en el contexto amazónico, el aspecto ecológico está en estrecha relación con el social, con un desconocimiento de los derechos de los pueblos locales, con la progresiva sustracción de sus tierras que ha generado un preocupante movimiento migratorio, que los ha alejado siempre más desde sus ríos y lagos hacia los bosques, hasta las periferias de las ciudades en donde no han logrado encontrar la solución a sus problemas, sólo formas de marginación y esclavitud. Una “injusticia y crimen”, así la llama el Papa, ante la cual debemos sentir indignación porque “no es sano que nos habituemos al mal, no nos hace bien permitir que nos anestesien la conciencia social”.
Ante esta situación, también es necesario pedir perdón por los errores y por la ausencia de los misioneros que, algunas veces, han elegido no la parte de los oprimidos sino de los explotadores. “No podemos excluir –denuncia el Papa Francisco- que miembros de la Iglesia hayan sido parte de las redes de corrupción, a veces hasta el punto de aceptar guardar silencio a cambio de ayudas económicas para las obras eclesiales”, invitando de esta manera a siempre vigilar atentamente sobre el origen de las donaciones y de los beneficios brindados.
Ante una mentalidad colonialista, se invita a hacer presente un diálogo social “para encontrar formas de comunión y de lucha conjunta” y una “globalización en la solidaridad”, buscando “alternativas de ganadería y agricultura sostenibles, de energías que no contaminen, de fuentes dignas de trabajo que no impliquen la destrucción del medioambiente y de las culturas”.
El sueño cultural es el segundo punto individuado en “Querida Amazonía”, tomando en cuenta el poliedro amazónico que cuenta en su haber más de 110 pueblos indígenas que han dado vida a una civilización diversa de las “nuestras” pero con una dignidad que debe ser reconocida. Un sueño que permita a estas tierras y a sus pobladores mostrar lo mejor de sí, custodiando y reapropiándose de sus propias raíces culturales, muchas veces perdidas como consecuencia del desarraigue de sus tierras, desembocando en aquellas periferias en las que no es posible arraigar aquellas mismas raíces, identidad y dignidad, tanto que se incurre en la interrupción de la “transmisión cultural de una sabiduría que fue traspasándose durante siglos de generación en generación”. De este modo, convierte sus peculiaridades culturales no en un enriquecedor intercambio, sino en un “doloroso descarte”. Un mecanismo de homologación cultural que se revela nefasto no sólo para estas poblaciones sino para la humanidad entera, que termina por perder una rica y enriquecedora especificidad cultural. Por esta razón el papa Francisco remarca cómo “el interés en cuidar los valores culturales de los grupos indígenas debería ser de todos, porque su riqueza es también nuestra. Si no crecemos en este sentido de corresponsabilidad ante la diversidad que hermosea nuestra humanidad, no cabe exigir a los grupos de selva adentro que se abran ingenuamente a la civilización”. Es entonces que se revela indispensable la conexión entre identidad cultural y diálogo con realidades diferentes.
El tercer punto es el de ocuparse del cuidado del ambiente, o sea el sueño ecológico, que resulta estrechamente ligado con la economía humana y que, como remarcaba Benedicto XVI, requiere a su vez de una ecología social. La tutela de la casa común vuelve con fuerza, presente en las palabras del Papa Francisco, que denuncia cómo “en las actuales condiciones, con este modo de tratar a la Amazonia, tanta vida y tanta hermosura están tomando el rumbo del fin”. Y sin embargo este pulmón verde representa un “gran filtro del dióxido de carbono, que ayuda a evitar el calentamiento de la tierra”. Un complejo sistema en el que rige un perfecto equilibrio y del cual participa cada microorganismo, y ante el cual es necesario tener bien presente que “el ambiente como recurso pone en peligro el ambiente como casa”.
Ante este delicado equilibrio y la constatación de que la salud del Amazonía es un bien común, el Papa invita a conjugar la sabiduría ancestral con los conocimientos técnicos contemporáneos, evitando el aplazamiento en una emergencia ambiental que está científicamente probada y ante la cual no podemos permitirnos la excusa de la “sordera” para así mantener nuestros estilos de vida y de consumo. Más bien, es necesario que nos sintamos estrechamente unidos a la Amazonía, considerándola nuestra madre y, al mismo tiempo, un lugar teológico, “un espacio donde Dios mismo se muestra y convoca a sus hijos.
El llamado misionero de la Amazonía, con el rol encomendado a los hombres y mujeres de Iglesia (consagrados y no), constituye el centro del cuarto y último punto del documento: el sueño eclesial. Una propuesta de fe que debe inculturarse, porque “la auténtica opción por los pobres y olvidados –leemos en el documento- , al mismo tiempo que nos mueve a liberarlos de la miseria material y a defender sus derechos, implica proponerles la amistad con el Señor que los promueve y dignifica”. En su base, la transmisión de la fe debe haber una gran sensibilidad, pues no se trata de trasvasar en el nuevo contexto los preceptos evangélicos de nuestro ambiente, sino de tomar en cuenta “lo bueno que ya existe en las culturas amazónicas, recogerlo y llevarlo a la plenitud a la luz del Evangelio”; sacando a la luz también todo aquello que de “útil” emerge de tal realidad, tan diversa de nuestros modelos, pero capaz de “reeducarnos frente al consumismo ansioso”.
Una Iglesia que tenga un rostro amazónico y que no sea como una “aduana” que excluye y separa, que más bien tienda a comprender, escuchar e integrar, aun con todas las dificultades que comporta un territorio extremadamente vasto y complejo, con lugares de difícil acceso y con obstáculos generados por las diferencias culturales.
Un tema que ha sido muy debatido durante el Sínodo y que ha generado grandes expectativas con respecto de este documento es el que confirma la identidad exclusiva del sacerdote y “su gran potestad que puede ser recibida solamente en el sacramento del Orden sacerdotal”. No obstante, se propone un amplio espacio para los laicos, que “podrán anunciar la Palabra, enseñar, organizar sus comunidades, celebrar algunos Sacramentos, buscar distintos cauces para la piedad popular”.
El Papa Francisco se dirige, pues, a todos los Obispos, especialmente a los de América Latina, para que promuevan la oración por las nuevas vocaciones sacerdotales y, al mismo tiempo, para que animen y orienten hacia la Amazonía a todos aquellos que manifiesten una vocación misionera.
La Eucaristía y los sacerdotes permanecen como el centro fundante de la presencia eclesial, con el gran y fundamental soporte también de los diáconos permanentes, de los religiosos y de los laicos. Al renovado protagonismo de los laicos se une la presencia fundamental de las mujeres “fuertes y generosas”, que siempre han tenido y tienen un rol importante en las misiones; sin ceder a ningún “clericalismo”, lo cual disminuiría el gran valor que ellas mismas ya le han conferido con su “impronta femenina”.
Elisabetta LO IACONO, Oficina de prensa Seraphicum