-“Hacía casi 160 años que la Orden de Hermanos Menores Conventuales no tenía un Cardenal: el último había sido, en 1861, el Padre siciliano Antonio Maria PANEBIANCO, a quien Pío IX confirió la púrpura. Ahora será el Papa Francisco quien imponga el birrete a P. Mauro Gambetti, Custodio del Sacro Convento de Asís (“L’Osservatore Romano”, 26 de octubre de 2020, p. 3).

Con profunda emoción mis ojos leyeron estas palabras, publicadas en el periódico del Vaticano el día después de que el Papa anunciara los nuevos nombramientos cardenalicios. Siempre había estado convencido de que en mi vida no vería un Cardenal de la Orden de Hermanos Menores Conventuales, al igual que generaciones enteras no vieron uno durante muchas décadas. Hoy tengo la dicha de ver a “nuestro Cardenal” y de hablar con él, algo que considero una grande alegría y satisfacción. Quisiera pedirle cordialmente a Su Eminencia que abra Su corazón a los hermanos y les cuente Su vida, comparta Sus pensamientos y Su experiencia franciscana. Creo que tenemos una gran necesidad de esa “autopresentación” de nuestro Cardenal.
-Quizá nadie se esperaba que fuera creado un Cardenal en nuestra familia religiosa: había pasado tanto tiempo desde el último caso. Ciertamente, era impensable que me ocurriera a mí: no era Obispo, siempre había estado alejado y poco interesado en el mundo de la prelatura, no tengo un doctorado en teología… en fin ¡sorprendente! Quiero partir de este asombro, que es similar al que de vez en cuando ha aflorado en mí a lo largo de casi 30 años de Convento ante el milagro de la fraternidad, que se repite cada día para los hermanos que se aman: en ambos casos estamos ante dones extraordinarios, no sólo inmerecidos, sino ni siquiera esperados.

-Primero me gustaría preguntarle: ¿Qué imagen tiene de Su familia? ¿Qué valores humanos y cristianos ha tomado de Su familia?
-La mía es una familia tradicional, arraigada en los valores cristianos. Mis padres quedaron marcados por la Segunda Guerra Mundial y dedicaron sus mejores energías a construir un futuro mejor para la sociedad y especialmente para mi hermano y para mí, viviendo con esfuerzo, espíritu de sacrificio y fidelidad a la misión que habían abrazado. Me conmueve y me edifica pensar en sus vidas: dedicados enteramente a la familia sin descuidar la atención a la comunidad, ya sea eclesial o cívica. Nuestro padre era un pequeño empresario, que me transmitió el gusto por la mecánica, por la obra del ingenio y la destreza manual, pero también por la tierra y la actividad agrícola, porque sus orígenes eran agricultores. Mi madre, en cambio, era apasionada, generosa y muy sensible, capaz de enfadarse y hacerse cercana a las personas con gran ternura. Encuentro ambas dimensiones en mí: la pasión que sostiene mi humanidad y ayuda a articularla y expresarla, pero también el pragmatismo y la aptitud para la sistematización y la organización. Tanto en las cosas del espíritu como en las tareas de servicio estos dos aspectos siempre me han guiado y ayudado. La diversidad y complementariedad de mis padres me proporcionaron ambos enfoques de la realidad. Asimismo, nunca olvidaré su fe.

-¿Cuándo comenzó en Usted la vocación a la vida religiosa? ¿Tiene alguna experiencia o recuerdo en particular? ¿Y por qué los franciscanos conventuales?
Mi historia vocacional comenzó cuando tenía unos 11 años. Sentí la llamada al sacerdocio cuando un día el Párroco de mi Parroquia dijo: “¡Si alguno de ustedes quiere entrar en el seminario dígamelo!”, y me pareció que me estaba hablando a mí. Más tarde tomé otros caminos, porque no estaba seguro de que tal llamada me habría llevado a la felicidad; probablemente tenía mucho miedo. Me alejé de la Iglesia. Aproximadamente a los veinte años me comprometí. Fue una experiencia fundamental que me empujó a buscar nuevamente a Dios: el amor nos abre al Amor. Mientras tanto, había elegido estudiar ingeniería en Boloña porque estaba muy relacionada con lo que mi padre hacía. Volví a la fe y un día, de camino a la universidad, pasé delante de la Basílica de San Francisco y entré para confesarme. Encontré a un fraile que, al final de la celebración del sacramento, me preguntó si alguna vez había pensado en consagrarme. Inmediatamente me reí, porque había creado lazos significativos con mi prometida, pero la pregunta se abrió camino en mí. Así que asistí a un campamento vocacional en Asís, hasta que en un momento dado me sentí decididamente llamado por Dios. Así que, una vez que me gradué, entré en el Convento.

-Mirando hacia atrás, ¿cómo evalúa y considera Su formación religiosa y Su ministerio sacerdotal? ¿Sólo ha habido altos, o quizá algunos fracasos o derrotas?
-Si no hubiera fracasos y derrotas habría que preguntarse si el camino que hemos seguido es válido. Tanto en la formación como en el ministerio he experimentado el fracaso, a veces por mis propios errores y otras por circunstancias históricas o por las opciones de otros. Creo que he recibido una sólida educación en la vida religiosa, hasta el punto de que las crisis han sido siempre un estímulo; como diría San Francisco: “Tanto es el bien que espero que en las penas me deleito”, y “Comencemos, hermanos, a servir al Señor Dios, pues escaso es o poco lo que hemos adelantado”. Estoy muy contento con el camino que se me propuso y con los formadores que me acompañaron. Las relaciones fraternales han sido decisivas. Siempre me he sentido parte de una familia y esto me ha ayudado mucho a seguir a Jesús tras las huellas de Francisco de Asís: desafiante pero a la vez maravilloso, no tiene precio. También en el ministerio, las relaciones con las personas han sido la forma y el contenido de mi ser sacerdote, hasta el punto de hacerme descubrir el corazón sacerdotal de Jesús.

-¿Qué aspectos de la espiritualidad franciscana Le resultan especialmente cercanos y fascinantes?
-Siempre me ha fascinado la libertad de Francisco, que creo que proviene de su reconocimiento de Dios como Absoluto y al mismo tiempo como Ternura infinita. Asimismo, me han convencido la humildad y la sencillez franciscanas, la cercanía a la gente -especialmente a los pobres- y ese estilo dialogante que expresa respeto y acogida, capaz de construir relaciones fraternas y de construir la paz.

-Llegados a este punto, no puedo dejar de hacer una pregunta sobre nuestro Padre Maximiliano Kolbe, el santo de nuestro tiempo, el “Francisco del siglo XX”, que es para nosotros un modelo de vida consagrada. ¿Qué podemos aprender de él? ¿Cómo podemos encarnar su carisma en la realidad de hoy?
-Oí hablar de San Maximiliano Kolbe desde que entré en el Postulantado. Siempre lo he admirado, pero sólo cuando viví una peregrinación en Polonia por los principales lugares de su experiencia, capté la profundidad de su carisma: completamente inmerso en Dios y en el corazón de la Inmaculada y completamente dedicado al apostolado junto con los hermanos, hasta el punto de que el gesto supremo del don de la propia vida para salvar a un padre de familia aparece como el cumplimiento y la prolongación de una misión de amor: dio su vida para que otro pudiera seguir gastándola por sus propios hijos. Para nuestros días, creo que debemos atesorar su determinación de perseguir el propósito de la experiencia cristiana: acelerar la llegada del Reino de Dios mediante la difusión del amor, sin distraerse con discusiones inútiles, atracciones mundanas o reivindicaciones e intereses partidistas.

-¿Cuándo y en qué circunstancias, Eminencia, se enteró de que el Papa Francisco Le había llamado a un nuevo ministerio en la Iglesia?
-El 25 de octubre de 2020, poco después del mediodía, de forma muy simpática. Estaba hablando con una persona cuando mi teléfono empezó a sonar repetida y obsesivamente. Miré quién me llamaba, y vi que entre las muchas llamadas que había recibido estaba también la del Obispo de Asís. Inmediatamente pensé que debía haber ocurrido algo grave, porque en la Basílica Superior se celebraba en ese momento la Misa por el 34º aniversario del «Espíritu de Asís», el histórico encuentro de oración por la paz de octubre de 1986 querido por Juan Pablo II. El Obispo de Asís debería haber presidido esa Misa, pero había renunciado a ello porque en ese momento estaba en cuarentena preventiva; me había llamado dos días antes diciéndome: «Tú encárgate, porque como sabes no puedo venir». Como tenía otros compromisos, delegué en un hermano. En esa Misa también había cadenas de televisión y periodistas, así que pensé que debía de haber algún lío. Después de despedirme de la persona con la que hablaba, quise volver a llamar al Obispo, pero el teléfono volvió a sonar. Era un amigo que me había reservado un vuelo para el día siguiente, y le contesté porque pensaba que el viaje se había cancelado por causa del Covid. Inmediatamente empezó a decirme: «¡Felicidades! ¡Enhorabuena!». Y le dije: «¿Pero de qué estás hablando?»… acababa de escuchar mi nombre durante el Ángelus en el que el Papa anunciaba los nuevos Cardenales.

-Sí, “en la vida hay puntos de inflexión que a veces implican un salto -cito Sus palabras pronunciadas en su Ordenación episcopal el 22 de noviembre de 2020-. Lo que estoy viviendo lo considero como una inmersión desde el trampolín en mar abierto, mientras escucho que me repiten: «Duc in altum»”. ¿Qué pensamientos y sentimientos despertó en Usted el nombramiento como Cardenal?
-Enterarme así de la noticia de mi nombramiento me sorprendió enormemente y sentí una especie de vértigo. Entonces, junto con el asombro, se extendió en mí una sensación de ligereza, ligada a un principio de absoluta libertad: del Papa, al elegir y comunicar los nombres de los nuevos Cardenales; mía, al vivir la situación con la sencillez de un niño; y sobre todo de Dios, que teje los hilos de la historia con total soberanía. Por eso sonreí, pensando en el Papa Francisco, en su mirada irónica y pensando en mí, que me vería catapultado a otro mundo, del que no sabía casi nada… y me encomendé con todo mi ser a la voluntad de Dios.

-¿Con qué espíritu y visión, Eminencia, piensa Usted desempeñar las funciones que le ha encomendado el Papa Francisco: Vicario General de Su Santidad para la Ciudad del Vaticano, Arcipreste de la Basílica Papal de San Pedro en el Vaticano y Presidente de la Fábrica de San Pedro?
-Las tareas que me han sido encomendadas giran en torno a la Basílica de San Pedro, que custodia la memoria y carisma del Apóstol a quien Jesús confió las llaves del Reino y el mandato de pastorear su rebaño. La Basílica es el centro neurálgico de la Ciudad del Vaticano y el corazón de la Iglesia universal, y he sido llamado a prestar ayuda al Papa en el cuidado de la vida espiritual de ambas realidades, especialmente custodiando, animando y valorizando este lugar que es meta de millones de visitadores provenientes de todo el mundo. La Fábrica y el Capítulo de San Pedro con el Párroco, son mis más estrechos colaboradores en esta obra, que pretendo realizar con el espíritu evangélico del lavatorio de los pies, permaneciendo claramente franciscano, es decir, menor, para colaborar lealmente con el Papa y ayudarle a realizar el sueño de la Fratelli Tutti.

-En la homilía de Su ordenación episcopal, el Cardenal Agostino Vallini Lo invitó a “conservar siempre, incluso como Obispo y Cardenal, un estilo de vida sencillo y abierto, el estilo de un verdadero franciscano”. ¿En qué modo buscará Usted utilizar la experiencia franciscana en el ministerio de Cardenal?
-El lema que he elegido para el escudo episcopal retoma un pasaje de la Regla no bulada de Francisco y es muy elocuente: Omnibus subiecti in Caritate (Sometidos a todos en el Amor). Deseo vivir el ministerio de Cardenal en virtud de este principio evangélico, que permite encontrarse con todos sin intereses ni prejuicios, para ganar a todos al amor de Cristo. En un tiempo se saludaba a los Cardenales con el título de príncipes de la Iglesia; hoy ha decaído el uso de este apelativo un tanto redundante, pero espero que el significado oculto del término permanezca vivo en mí, con la esperanza de que la dedicación al pueblo que se me pide, sea cada vez más conforme al estilo regio de Jesús.

-¿Qué mensaje Le gustaría dirigir a toda la Orden?
-Estos meses vividos en la Curia general después de mi creación como Cardenal me han dado la posibilidad de experimentar una vez más que, como escribió el Ministro general en la conmovedora y generosa carta que me dirigió el día de mi consagración episcopal, detrás de mí hay una Orden, una familia, dispuesta a apoyarme y acogerme, siempre. Quiero reiterar al Ministro general, a la comunidad de los Santos XII Apóstoles y del Sacro Convento, a mi Provincia religiosa, a ti que has tenido la paciencia de entrevistarme y a todos los hermanos de nuestra Orden, la profunda gratitud que nutro por nuestra historia de fraternidad, por quienes nos han precedido y por el “pequeño gigante” Francisco de Asís; y alimento el vivo deseo de que la gratitud se convierta en la nota dominante de la entera familia franciscana en este cambio de época, para que vaya acompañada de una creciente gratuidad y libertad en la vivencia de la espléndida vocación que hemos recibido.

-En mis últimas palabras, quisiera “abrir mi corazón” y compartir con Usted un recuerdo personal. Recuerdo bien el último día del Capítulo general en Collevalenza, el 15 de junio de 2019, cuando, antes de regresar a Asís, “nuestro Cardenal” se acercó a mí y me habló un momento, preguntándome si había tenido mucho trabajo como traductor, si había tenido demasiadas traducciones que preparar, si estaba cansado… Fue nuestro primer encuentro cara a cara y debo confesar que me causó una gran impresión. Me conmovió profundamente esta apertura natural, benevolencia y… sencilla actitud fraternal. Me siento agradecido por ello.
Yo también recuerdo ese fugaz intercambio. Me llamó la atención tu discreción y tu trabajo fiel y silencioso en favor de la fraternidad reunida en Capítulo. Contigo, muchos otros hermanos me edificaron con su amor a la Orden y al Reino de Dios; y cuando me acerqué a ti quise expresarte mi agradecimiento a ti y a todos. ¡Que Dios te bendiga!

-Muchas gracias, Eminencia, por haber querido compartir Sus reflexiones y observaciones. Espero que nuestros lectores aprehendan con gusto los contenidos y las indicaciones que aquí se presentan. Y deseo de todo corazón que, como escribió el Papa Francisco en la Bula de nombramiento del 30 de octubre de 2020: “de Vuestro fiel ministerio la Iglesia obtenga un muy abundante beneficio”.

Roma, Convento de los Santos XII Apóstoles, 08 de julio de 2021
Entrevistador: Fray Sławomir Gajda OFMConv

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El Cardenal Mauro Gambetti es el primer Cardenal de la Orden de Hermanos Menores Conventuales después de 159 años. Nació el 27 de octubre de 1965 en Castel San Pietro Terme – Italia. Tras finalizar el bachillerato científico estudió ingeniería mecánica en la Universidad de Boloña. En 1992 entró en la Orden de Hermanos Menores Conventuales. Emitió los votos simples el 29 de agosto de 1995y los solemnes el 20 de septiembre de 1998. Tras el Bachillerato en Teología en el Instituto Teológico de Asís, obtuvo una licenciatura en Antropología Teológica en la Facultad de Teología de Italia Central en Florencia. Fue ordenado sacerdote el 8 de enero de 2000 en Longiano (Forlì-Cesena) donde, en el Convento del Santísimo Crucifijo de Nuestro Señor Jesucristo, brindó servicio como animador de la pastoral juvenil y vocacional de Emilia Romaña y, del 2005 al 2009, también como Guardián. En 2009 fue elegido Ministro provincial de la Provincia de San Antonio de Padua y hoy forma parte de la Provincia Italiana de San Antonio de Padua (Norte de Italia). El 22 de febrero de 2013 fue nombrado Custodio de la Custodia general del Sacro Convento de San Francisco de Asís en Italia (Asís). Al mismo tiempo, el Obispo del lugar le nombró Vicario episcopal para el cuidado pastoral de la Basílica Papal de San Francisco y de los demás lugares de culto regidos por nuestros frailes en la misma Diócesis. En 2017 fue elegido Presidente de la FIMP (Federazione Inter-Mediterranea Ministri Provinciali). El domingo 25 de octubre de 2020, en el Angelus, el Papa Francisco anunció su nombramiento para el Colegio Cardenalicio. Con la Bula del 30 de octubre de 2020, lo nombró Arzobispo titular de Tisiduo (Túnez). El 22 de noviembre de 2020 fue ordenado Obispo, escogiendo como lema episcopal las palabras Omnibus subiecti in Caritate. El 28 de noviembre de 2020, el Papa le creó Cardenal y le asignó el diaconado del Santísimo Nombre de María en el Foro Trajano de Roma. El 16 de diciembre de 2020 lo contó entre los miembros de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, y el 20 de febrero de 2021 fue nombrado Vicario General de Su Santidad para la Ciudad del Vaticano, Arcipreste de la Basílica Papal de San Pedro en el Vaticano y Presidente de la Fábrica de San Pedro. El 25 de mayo de 2021 tomó posesión de su iglesia titular en Roma.