El escudo arzobispal muestra los signos característicos de la heráldica: el galero verde, diez borlas por lado dispuestos en cuatro órdenes, la cruz con dos brazos transversales.

A nivel iconográfico, dentro del escudo en la parte superior está representada la pertenencia de Mons. Dominique MATHIEU a la Orden de Frailes Menores Conventuales; al centro se encuentra la referencia a las líneas inspiradoras de su servicio pastoral; por último, en la parte inferior, el lema episcopal.
En la parte superior del escudo se encuentra el emblema de la Orden de origen del Arzobispo. De las nubes estilizadas destacan dos brazos cruzados: el de San Francisco de Asís en hábito gris-cenizo y una mano estigmatizada; el brazo desnudo es el de Cristo, con el signo de la pasión y redención, recordado por la cruz de color rojo.
Es este el símbolo de la Orden de los menores (minorítica), llamado “conformitas”: proclama el perfecto seguimiento que San Francisco deseaba vivir, conformándose en todo a Jesús crucificado por amor, hasta convertirse en “alter Christus”.
El fondo azul del escudo representa la belleza y la profundidad de los misterios del Reino de los cielos; también hace referencia al manto de la Inmaculada Virgen María, que con su asentimiento participa plenamente en el plan universal de salvación.
El simbolismo del escudo está centrado en la estrella amarillo-oro de ocho puntas, formada por dos cuadrados, denominada “estrella persa”; simboliza la estrella resplandeciente que los Magos, procedentes de Oriente, siguieron para encontrar a Cristo, Luz verdadera; también representa una forma geométrica típica de la región iraní. De hecho, el cuadrado -que conecta los cuatro puntos cardinales- es el símbolo del universo creado –tierra y cielo- y de la justicia; es una figura geométrica estática y, al duplicarla –con un desplazamiento de 45 grados-, se obtiene el octágono; de este modo, en cambio, sugiere el movimiento, la realidad divina.
Además, la estrella recuerda a María Santísima, guía de quienes viajan o buscan una patria donde vivir; se la invoca con el antiguo título de “Stella Maris”, destacándola como Madre del Señor, signo de esperanza y estrella polar para los cristianos.
El movimiento del disco blanco-cándido, símbolo de la perfección y trascendencia del Creador, con la abreviatura latina IHS, tomada del nombre griego de Jesús, representa la vitalidad y pureza del Pan Eucarístico, con el inmenso potencial que el Verbo encarnado le ha conferido.
Los dos símbolos yuxtapuestos se combinan para demostrar cómo la creación finita y mortal debe encontrar, para alcanzar su verdadero equilibrio, su plenitud en el Creador.
De estos signos nace idealmente la fragante ramita de nardo en flor, cuyo aceite es símbolo de devoción y espiritualidad, y que busca indicar al esposo San José. Él coopera discreta y dulcemente en el plan de Dios, ayudando a crecer, a fortalecerse y a llenarse de sabiduría a cada fiel creyente.
Aferrándose junto con su Pastor a la persona de Cristo, bien supremo, los fieles buscarán ser levadura viva en la masa de un pueblo generoso, sabio y en camino hacia una perfección cada vez mayor. Se santificarán discretamente a ejemplo de María Santísima, “palacio, tabernáculo, casa” del Hijo de Dios, y de su esposo San José. El corazón de esta Iglesia será entonces morada incandescente del Espíritu Santo, brillante estrella para los que buscan luz.
Por último, el lema del nuevo Arzobispo retoma la primera parte del versículo 2 del Salmo 25: “Dios mío, en ti confío”. Es la invitación a confiar totalmente nuestra vida a Dios, como lo hizo la Virgen María. Y es la condición indispensable para alegrarse de la Palabra y dar fruto. En efecto, el Señor nunca nos defrauda porque es fiel a su promesa: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (cfr. Mt 28, 20).

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