II. Un trabajo capitular diligente y productivo

En la primera parte de la evocación del Capítulo general extraordinario de México 1992 (publicada en octubre de 2022 en esta página web) intenté hacer un recuento de ese evento, ofreciendo algunas informaciones sobre los participantes, el lugar, los principales momentos de su desarrollo, algunos hechos significativos, etc. En fin, sobre aspectos -llamémosles- más externos.
En realidad, lo que merece ser recordado especialmente son los “contenidos”, es decir, los argumentos tratados por el Capítulo: los temas que trató, el amplio intercambio que tuvo lugar en los distintos grupos lingüísticos y en los momentos de asamblea general, las ideas que surgieron, las perspectivas que se abrieron, las decisiones que se tomaron, la contribución que se hizo a la vida de la Orden. Evidentemente, por más concisa que sea, es imposible dar cuenta de una actividad tan vasta de forma suficientemente completa. Sin embargo, se puede conocer lo que el Capítulo produjo hojeando el volumen que recoge los documentos capitulares, titulado «Hermanos Menores Conventuales – Documentos del Capítulo general extraordinario – México 1992»; material también publicado en el Commentarium Ordinis OFMConv, 89 (1992), fasc. 2, pp. 376-445.
Por lo tanto, en esta segunda entrega, quisiera referir algo sobre los temas que constituyeron la materia o los contenidos del Capítulo mexicano. No obstante, intentaré hacerlo sin olvidar que resumir ideas es más difícil (y a menudo más tedioso) que relatar acontecimientos.

Primeramente, la escucha
Hay que decir inmediatamente que una parte del trabajo capitular se dedicó apropiadamente a la escucha. Me refiero, por supuesto, a la indispensable escucha mutua practicada en las numerosas reuniones de grupo o de asamblea, convocadas para tratar los temas del orden del día del Capítulo. Sin embargo, también se presentaron a los hermanos varias relaciones informativas: algunas destinadas a dar a conocer el mundo latinoamericano, especialmente en el aspecto de la inserción del carisma franciscano en las iglesias de ese continente; otras relaciones sirvieron para introducir los tres grandes temas propuestos para el discernimiento de los capitulares.
En total fueron nueve relaciones más o menos extensas, recogidas íntegramente en versión bilingüe en las Actas del Capítulo presentes en el ya citado Commentarium Ordinis del 1992, fasc. 2.
Una primera relación, a cargo del Prof. Agustín BASAVE FERNÁNDEZ DEL VALLE, reconocido filósofo mexicano, profesor universitario y escritor, y miembro del Consejo Pontificio para los Laicos, titulada “La crisis contemporánea y el nuevo orden mundial”, fue muy erudita y densa en reflexiones bastante desafiantes. Ofreció una mirada amplia y penetrante sobre las transformaciones culturales que han tenido lugar en todo el mundo occidental y, particularmente, en América Latina.
Las otras interesantes relaciones fueron de carácter franciscano, e informaron sobre diversos momentos de la inserción de los hijos de San Francisco en América Latina.
El Prof. Mario CAYOTA, profesor de historia y experto en historia franciscana, trató el tema “Justicia y Paz en la perspectiva de los ‘500 años’. Contribuciones para un testimonio franciscano”. La descripción del “proyecto” franciscano alternativo a la conquista fue especialmente interesante.
El 5 de septiembre se celebró el “Día de América Latina”. Se ofrecieron cuatro informes sobre la presencia conventual en el mundo latinoamericano (y sus alrededores).
El primer informe, presentado por Fray Valentín REDONDO FUENTES, despertó una especial curiosidad, pues trataba un tema desconocido para la mayoría de los hermanos capitulares: una presencia de conventuales, de forma no institucional, aún poco documentada y necesitada de mayor investigación, en los países de América Latina ya en el siglo XVI.
A continuación, Fray Miguel Ángel LÓPEZ presentó una extenso y detallado informe sobre las presencias de la Orden creadas en varios países de América Latina en el siglo XX. Proporcionó información sobre los primeros 46 años de la progresiva plantatio Ordinis en el continente, es decir, de 1946 a 1992; una presencia que, como sabemos, se extendió aún más en los siguientes 30 años.
Dos informes más breves ofrecieron información sobre dos jurisdicciones de Estados Unidos, en zonas vinculadas por razones históricas con América Central y del Sur. Fray Allen RAMÍREZ informó sobre la presencia de los franciscanos en California, Fray Phillip LEY sobre la Custodia de Nuestra Señora de Guadalupe, que se originó en el Sur de los Estados Unidos.
Una serie de informes, pues, que ayudaron a los capitulares a situarse más conscientemente en ese “nuevo mundo” en el que se celebraba el Capítulo. También les permitieron apreciar la labor de la Orden en esta vasta zona del mundo y estimular su expansión, como ha ocurrido desde entonces.
La segunda serie de informes estaba más directamente relacionada con el trabajo a realizar en el Capítulo sobre los tres temas indicados en el orden del día.

El objetivo último del Capítulo: intentar un relanzamiento del carisma
La primera y fundamental tarea encomendada al Capítulo, como ya se ha recordado, fue la de reflexionar sobre la realidad de la Orden en aquel momento y ofrecer indicaciones para el futuro, de cara al inminente inicio del tercer milenio. Como ya se mencionó en la primera entrega, el Ministro general Fray Lanfranco SERRINI pidió que el Capítulo «ayudase a una conversión evangélica más viva, a una renovación del carisma franciscano conventual, a una mayor atención a los contextos culturales y eclesiales de las diversas presencias conventuales en ese momento de nuestra historia». «Necesitamos – prosiguió el Ministro general – una actitud abierta y generosa, libre de prejuicios o inmovilismo. Abiertos a lo que Dios quiera decirnos a través de una discusión serena, fraterna, sincera y respetuosa con cada uno». E instó a un «cambio de mentalidad», ayudado por la oración y la reflexión. «La convivencia fraternal nos ayudará a conocernos y, por tanto, a apreciarnos cada vez más; deseosos de “escucha” mutua, porque cada hermano es un don que Dios pone a nuestra disposición para apreciar la riqueza pluriforme de Dios, que se nos manifiesta a través de tantos hermanos». Estas parecen ser las palabras que resuenan en la Iglesia de hoy, invitada por el Papa Francisco a recorrer el camino de la sinodalidad, para conseguir un seguimiento más vivo y coherente de Jesús, y una Iglesia verdaderamente evangélica.
El primer gran tema propuesto, que más tarde conduciría a la redacción del documento principal del Capítulo, Presencia y testimonio franciscano conventual hacia el año 2000, marcó la pauta de todo el trabajo capitular.
El Capítulo pretendía, en esencia, proyectarse hacia el futuro, mirando hacia adelante con una mirada lúcida y profética, capaz de suscitar un amplio deseo de renovación y revitalización de la Orden.
Para comprender mejor el contenido y el sentido de los trabajos capitulares, en particular sobre el primer tema, me parece muy útil recordar la breve página que los capitulares han querido dedicar a la introducción del documento Presencia y testimonio franciscano conventual hacia el año 2000. Allí leemos:
«El relanzamiento del carisma de la Orden – objetivo de este Capítulo general extraordinario – constituye la respuesta obligada a las solicitudes que nos llegan:

  • de la Iglesia, que, sobre todo desde el Concilio Vaticano II, pide a los Institutos religiosos una “renovación adecuada”, una “vuelta al espíritu primitivo” y una “adaptación a las nuevas condiciones de los tiempos” (Perfectæ caritatis 2);
  • de la sociedad contemporánea con sus ineludibles retos positivos y negativos como, por ejemplo, la secularización y la posmodernidad de Europa y América del Norte, la nueva y compleja realidad de Europa del Este [no hay que olvidar que sólo tres años antes había caído el “Muro de Berlín”]; la injusticia a nivel planetario que implica especialmente a América Latina, África y la mayor parte del continente asiático, generando graves crisis sociales;
  • de las peticiones expresadas por un buen número de hermanos de nuestra Orden, a través de la consulta realizada antes del presente Capítulo.

Por eso estamos convencidos de que la Orden está llamada por el Espíritu:

  • a redescubrir cada vez más la originalidad y la fecundidad espiritual del carisma de Francisco de Asís;
  • a identificar nuevas modalidades de vida o nuevas mediaciones institucionales para encarnar el carisma franciscano de la manera más adecuada y significativa en la Iglesia y el mundo de hoy.

Este es el compromiso confiado a nuestro Capítulo, llamado a realizar una tarea particularmente atenta de reflexión y discernimiento en vista de la “nueva evangelización” que la Iglesia nos propone».

El documento
«Presencia y testimonio franciscano conventual hacia el año 2000»
Este tema, como dije, dominó el trabajo de discernimiento del Capítulo. Trató de responder a la pregunta: ¿qué significa ser Hermanos Menores Conventuales hoy y en el futuro próximo, en la Iglesia y en el mundo?
El tema no se abordó de manera improvisada. En las líneas introductorias que acabamos de citar se mencionan las «peticiones expresadas por un buen número de hermanos de nuestra Orden, a través de la consulta realizada antes del presente Capítulo». De hecho, un informe de Fray Pietro BELTRAME, que precedió y ayudó a la reflexión sobre este tema, daba cuenta de los resultados de esta consulta, que había sido solicitada por el Capítulo general de 1989 (en el que se había previsto un relanzamiento del carisma y una cierta reestructuración de la Orden). Este informe introductorio de Fray Pietro pedía que se tuvieran en cuenta los elementos fundamentales a los que se refiere necesariamente un carisma, a saber: un núcleo de valores, un componente estructural (institucionalización), un componente cultural y un componente profético. ¿Qué voluntad reveló la consulta para promover una revitalización del carisma y, al mismo tiempo, para prever cambios en las estructuras (cambios que hasta ahora estaban relacionados principalmente con las variaciones en el número de miembros de las circunscripciones)? El resultado de la consulta mostraba, en efecto, un cierto deseo de revitalizar el carisma y renovar la vida de los hermanos, y también algunas críticas positivas a la inadecuación de las estructuras heredadas del pasado, pero también ponía de manifiesto una resistencia al cambio y, por parte de algunos hermanos, una sacralización de las viejas estructuras. Las preguntas sobre el dónde (la realidad del presente), el cómo (las estructuras) y con qué proyectos llevar a cabo un relanzamiento mostraron diferentes deseos, e insinuaron un cierto temor al cambio.

Ahora me detendré un poco en el documento «Presencia y testimonio franciscano conventual hacia el año 2000».
Naturalmente, no es posible profundizar en su contenido, salvo de forma muy sintética. Incluso su articulación es interesante. Se compone de cuatro puntos, con sus respectivos subpuntos:
– Nuestra identidad franciscana conventual:
fraternidad evangélico-franciscana; minoridad; conventualidad.
– Las mediaciones:
formación inicial y permanente; animación, misión.
– La vía operativa:
a nivel personal, conventual, jurisdiccional, interjurisdiccional y de Orden.
– La revisión de las estructuras:
casas filiales; Provincia; Custodia provincial/general.

Obviamente, esta fría lista de puntos puede parecer genérica y carente de novedades interesantes. Sin embargo, téngase en cuenta que en los últimos treinta años (es decir, desde la época del Capítulo de México hasta hoy) se han adquirido y afirmado ideas, visiones, conceptos, sensibilidades por parte de la vida religiosa y de nuestra Orden, que en su momento no sonaban para nada comunes ni se daban por sentadas como sucede hoy. Para quienes estén interesados en hacerse al menos una idea del contenido del documento, me gustaría destacar sólo algunos elementos del texto en sus cuatro puntos.

Identidad. Es definitivamente importante reconocernos caracterizados por una identidad clara, que nos permita responder adecuadamente a las necesidades de la Iglesia y a los desafíos de la sociedad, en el seguimiento de Cristo tras las huellas de Francisco de Asís. Una espiritualidad bien definida debe animar el ser y el trabajo de cada hermano. Se recuerda que «más importante que aquello que se hace es el espíritu con el que se realiza un determinado trabajo». La identidad se describe entonces especificando las notas de fraternidad, minoridad, conventualidad. La fraternidad es un «valor fundamental que hay que vivir y no cesar de proponer a la Iglesia», y exige una conversión permanente al reconocimiento del otro como un regalo, un don. La minoridad nos hace hermanos humildes, capaces de «expropiarse de lo que se es y lo que se tiene», dispuestos no sólo a “ser menores” sino también “con los menores”, partícipes de las angustias y esperanzas del pueblo. La conventualidad nos hace atentos a las preguntas de los hombres de hoy y partícipes de la cultura de la época, capaces de dialogar con todos, de saber estar en las fronteras, de estar en primera línea en la renovación de la Iglesia.

Mediaciones. Este término se refiere a las expresiones externas e institucionalizadas del carisma. El documento insiste en que deben adaptarse a la cultura cambiante para hacer posible el impulso profético del carisma. Por ello, exigen que se verifique con frecuencia su idoneidad, teniendo en cuenta el aquí y ahora en el que se vive. Esto significa estar dispuesto a la renovación (sin quedarse estancado en la repetición o limitarse a una restauración equívoca de lo antiguo). En el ámbito de las mediaciones, se abordan los temas de formación, animación y misión. En cuanto a la formación inicial se hace hincapié, entre otras cosas, en «una acertada selección vocacional, fruto de un riguroso discernimiento», en una seria formación cultural-humanística, en una adecuada madurez afectiva, en una profunda formación espiritual y teológica franciscana, completando los estudios en Institutos de prestigio. Se recuerda con fuerza la necesidad de la formación permanente: exige un gran sentido de responsabilidad por parte de cada hermano, debe asumir formas obligatorias y de comprometidas verificaciones. El tema de la animación se refiere a «ayudar a los hermanos y a las comunidades a vivir concretamente el carisma en la vida cotidiana y en la diversidad de situaciones». Esta es la principal tarea de los superiores, a varios niveles. También se recuerda el valor irrenunciable del Capítulo conventual y del proyecto de vida da las comunidades. En cuanto a la misión, se solicita «una verdadera pluralidad de presencias y actividades en las Provincias/Custodias» y un crecimiento y fortalecimiento de las presencias misioneras; ofrece valiosos criterios para orientar la elección de nuevas aperturas misioneras o para fortalecer las existentes; invita a implementar una opción efectiva por los pobres, a trabajar en el ámbito de la justicia, paz y salvaguarda de la creación, así como en el de la cultura.

Camino operativo. En este punto se insiste en la necesidad de que todos los niveles -personal, comunitario, Provincial/Custodial, interjurisdiccional (es decir, las relaciones y la colaboración entre Provincias y Custodias), y la Orden- tengan una mentalidad y una capacidad efectiva de operar sobre la base de valores y criterios compartidos y proyectos adecuadamente pensados. Se dan indicaciones adecuadas para cada uno de los niveles mencionados. Ofrezco aquí algunos ejemplos. A nivel personal, deben planificarse tiempos adecuados, incluso de tres a cuatro semanas, de formación continua. A nivel conventual, deben asegurarse las condiciones necesarias para la oración comunitaria y personal, para la verdadera vida fraterna, para la celebración de los positivos Capítulos conventuales, para la pluralidad de ministerios, para la animación efectiva del Guardián, etc. A nivel de Provincias/Custodias, es interesante la indicación de los requisitos para que una Provincia continúe siéndolo: por ejemplo, la animación vocacional, la garantía de la vida fraterna, una verdadera formación inicial y permanente, la colaboración con otras jurisdicciones, la participación activa en la vida de la Orden, etc.; también el compromiso por parte del Capítulo provincial/custodial de elaborar un proyecto trienal (entonces, ahora cuatrienal). A nivel interjurisdiccional, deben fomentarse diversas formas de colaboración (en la formación, en el intercambio de hermanos, en el cuidado de los hermanos mayores), en un espíritu de apertura y corresponsabilidad. A nivel de Orden, el Capítulo invitó a promover una visión universal en la mentalidad de los hermanos, a fomentar la colaboración, también en relación con las realidades particulares (Curia general, Asís, Seraphicum, Colegio Penitenciario Vaticano); y también a verificar la puesta en práctica de las indicaciones del Capítulo general.

Revisión de las estructuras. Este punto aclara de manera jurídico-práctica algunas de las indicaciones expuestas en los puntos anteriores. Recordemos algunas de ellas: la necesidad de que las comunidades estén compuestas por al menos tres hermanos; la indicación de requisitos precisos para poder establecer casas filiales, recordando que cada hermano «tiene derecho a vivir en comunidad», sin asumir compromisos que se lo impidan; la necesidad de resolver la situación de las Provincias que están compuestas por menos de cuarenta hermanos durante un período de seis años. Se ofrecieron otros criterios «para asegurar verdaderas fraternidades que respondan a las necesidades urgentes de la Iglesia y del mundo de hoy» (por ejemplo, dar prioridad a los servicios más significativos, prestar atención a las necesidades de las Iglesias locales, privilegiar a las Diócesis pobres en clero, tener en cuenta el significado histórico de nuestra presencia en el territorio, etc.). En cuanto a las Custodias provinciales y generales, es especificó que una Custodia debe establecerse con objetivos claros para su vida y misión; deben ser consideradas como «una etapa de paso para convertirse en Provincia»; y si después de un cierto número de años se hace evidente que no puede alcanzar el estatus de Provincia, debe ser suprimida.

No es un documento más
Me atrevo ahora a hacer unas simples observaciones sobre el documento que acabamos de presentar. En primer lugar, sin embargo, quiero disculparme por mi presentación excesivamente densa, con una sucesión apremiante de temas. Considero que exponer su contenido extensamente habría sido excesivo; recordar sólo su seco esquema o índice habría sido como presentar una caja vacía. Por otra parte, Presencia y testimonio… fue concebido desde el principio como el documento principal del Capítulo. Además, quiero mencionar que el texto en cuestión tiene cierta consistencia: en el volumen que recoge los documentos del Capítulo mexicano ocupa 22 páginas.
Ya he señalado que algunas visiones de la vida eclesial y religiosa que hoy vemos tranquilamente adquiridas, no lo eran hace 30 años. No hay que olvidar que en el momento del Capítulo aún no se había celebrado el Sínodo de los Obispos sobre la Vida Consagrada (1994), ni se había publicado el valioso documento La vida fraterna en comunidad (1994), ni la Exhortación postsinodal Vita consecrata (1996). Releyéndolo hoy, el documento que acabamos de presentar puede no parecer especialmente innovador, pero creo que constituyó una intervención importante para la Orden en su momento. Muchos cambios concretos posteriores en la práctica y las opciones de la Orden, se beneficiaron sin duda de éste (al igual que las mutaciones en el mapa de las jurisdicciones de la Orden).
Quisiera subrayar de nuevo que el Capítulo estuvo animado por un claro deseo de renovación, centrándose en lo esencial. Esto a raíz del Concilio Vaticano II, con su conocido deseo de actualización. De hecho, se cumplían 27 años del final del Concilio (no 57 como ahora, ni circulaban manías tradicionalistas extrañas, como ahora) y el empuje conciliar se sentía con más fuerza.
También constato lo interesante que fue la consulta previa al Capítulo, aunque mereciera estar mejor estructurada; de hecho, luego se pidió que los resultados de la consulta se dieran a conocer a toda la Orden. Dicha consulta contribuyó a una organización inteligente del Capítulo, y ayudó a que el discernimiento capitular fuera más apegado a la realidad. También me parece que la buena organización del Capítulo ayudó a que se entendiera que, ante los problemas que se planteaban en la Orden, no se trataba de ajustar las cosas improvisando soluciones a la mínima, sino de discutir, discernir y planificar con sabiduría, quizá incluso ayudando a los Capítulos provinciales a darse criterios e indicaciones suficientemente pensadas y adecuadamente discutidas.
Por supuesto, en nuestros tiempos, los cambios en la Iglesia y en la vida religiosa son muy rápidos, como bien sabemos. Sin embargo, quiero expresar mi convicción de que el Capítulo de México ha ayudado mucho al camino de la Orden, y también le enseñó a utilizar una metodología interesante y fructífera.  

✠ Fray Gianfranco Agostino GARDIN

(continuará…)