Prot. nr 0687/21                                                                                                   Roma, 09 de Agosto 2021

Carta conmemorativa con ocasión
del 80º aniversario de la muerte de San Maximiliano M. Kolbe
y 50º de su beatificación

 

A todos los hermanos de la Orden
A todos los peregrinos

“Dios es amor,
y el que permanece en el amor permanece en Dios,
y Dios permanece en él.”  (1 Jn 4,16)

Queridos hermanos,

                el recuerdo del 80o aniversario de la muerte de San Maximiliano María Kolbe y del 50o de su beatificación, son para nosotros una ocasión de reflexión, a la luz de su herencia espiritual marcada por el amor. Su cautiverio vivido en el campo de exterminio de Auschwitz, coronado con su muerte en el bunker del hambre, representa para nosotros la absurda razón histórica que constata la crónica de un itinerario de santidad y amor siempre crecientes.

                La oscuridad de la celda, esclarecida por el testimonio orante de San Maximiliano y sus palabras de consolación dirigidas a sus desafortunados compañeros de prisión, convierten este lugar -que es símbolo de la irracionalidad del hombre- en un altar sobre el cual la dignidad humana y sacerdotal del hermano franciscano son exaltados para brindar luz a “este difícil siglo”, como lo dijo San Juan Pablo II.

 

Un itinerario de amor

                El amor incondicional es el más nítido signo que distingue la vida de nuestro santo mártir.

                Otras características suyas son: el amor por la Madre de Dios, en primer lugar, que desde niño colmaba el corazón del pequeño “Raymundo” y que durante su adolescencia lo condujo a tomar el hábito franciscano; la dedicación con la que realizó su formación y estudios; la capacidad que tenía -a pesar de su joven edad- para interpretar los eventos de aquel decisivo momento histórico; el amor por su fraternidad religiosa; la decisión de vivir en modo auténtico su ser católico sacerdotal; su amor por la humanidad, atestiguado por su incansable trabajo de evangelización en el compromiso de formar rectamente la consciencia de las personas de su tiempo; así como el “regalo” de la “consagración a María Inmaculada”, ofrecido a la Iglesia y al mundo, a través del celo misionero y, por último, del amor oblativo y total en el martirio.

                Todo esto no es solamente fruto de la voluntad humana, sino un itinerario virtuoso que atestigua la experiencia del amor de Dios como motivación fundante en la vida del Santo mártir.

 

Presencia profética

                El profundo amor con el que San Maximiliano consagró su existencia a la Inmaculada para “ser semejante a Ella” –y la donación permanente de su vida a los hermanos- orientan proféticamente el sentido de nuestra vida.

                La clave de lectura de esta profecía no es tanto el ser virtuosos (pues correríamos el riesgo de no tener éxito), sino el ser “amantes”: creyentes llenos de amor hacia los demás. Este debe ser nuestro camino cotidiano: con generosidad gastarnos y donarnos a nosotros mismos, en agradable oblación a Dios.

                La presencia profética de Dios que vivió san Maximiliano no es otra cosa que la presencia del Amor de Dios hecho historia de salvación en favor de los hombres de su tiempo.

                Como ha escrito el Papa Francisco: “…la historia da muestras de estar volviendo atrás. Se encienden conflictos anacrónicos que se consideraban superados, resurgen nacionalismos cerrados, exasperados, resentidos y agresivos… y el bien, como también el amor, la justicia y la solidaridad… han de ser conquistados cada día” (cfr. Fratelli tutti, 11).

                Esta es la profecía: en un mundo movido por diversos sistemas de interés egoísta y regímenes deshumanizadores, vivir y dar testimonio de amor, caridad, dignidad e interés salvador por los demás.

 

Nuevas creaturas en manos de la Primera creatura redimida

                Quizá nunca logremos realizar en nosotros un acto de total consagración a la Inmaculada, como lo hizo nuestro Santo. Muchos han evidenciado, justamente, que el suyo no era un simple acto devocional; personalmente, me gusta considerar su consagración total a la Inmaculada como la más sublime de las devociones: un total abandono, existencial, performativo, de nuestra vida a Dios, siguiendo el ejemplo de la Inmaculada, que se dejó impregnar completamente por la acción del Espíritu Santo.

                Por tanto, no se trata simplemente de ser altruistas en este “difícil siglo”, sino de ser nuevas creaturas.

                En la primera creatura redimida en virtud de los méritos de su Hijo, en María Inmaculada, también nosotros podemos convertirnos en creaturas nuevas, renovando nuestra consagración bautismal. Esta es la forma cristiana de ofrecer una novedad de vida a nuestro siglo: convertirnos nosotros mismos en personas nuevas para generar un mundo nuevo.

                Que el Padre Kolbe nos enseñe a no tener miedo de soñar, porque con la Inmaculada se pueden hacer grandes cosas.

 

Conclusión y saludo

                Al concluir esta carta, deseo mirar con esperanza y fe el don de la santidad que Dios ha suscitado en su siervo San Maximiliano.

                Pero, sobre todo, me dirijo a todos aquellos -y son muchos- que lo invocan y, con confianza y siguiendo su ejemplo, se consagran a María Inmaculada para dejarse implicar en un renovado compromiso de testimonio del amor de Dios por la humanidad.

                San Ireneo de Lyon dice que “la gloria de Dios consiste en que el hombre viva”; en esta visión de la grandeza de la humanidad ante Dios podemos captar cómo la caridad activa es un camino de dignidad para nuestros hermanos de todos los tiempos. Un camino que nos permite ser instrumentos de Dios en manos de la Inmaculada, para morir a nosotros mismos y resucitar a la vida nueva. La ofrenda de nuestras vidas se convierte entonces en el acto supremo con el cual construimos verdaderamente la civilización del Amor.

                Saludo a todos los hermanos de la Orden de Hermanos Menores Conventuales y a todas las personas que han peregrinado hasta aquí para celebrar este aniversario tan significativo.

                ¡El Señor los colme de sus Bienes! Que la bendición de Dios y la protección de nuestro Seráfico Padre San Francisco esté con todos ustedes.

Fray Carlos A. Trovarelli
Ministro general