Roma, 25 de diciembre 2019          
Queridos hermanos:

Con el presente saludo de Navidad, deseo hacerme cercano a cada uno de ustedes, a cada comunidad, a cada provincia, custodia, delegación, misión; cercanía a cada una de las iniciativas que ustedes llevan adelante, a las dificultades por las que atraviesan, a los desafíos que enfrentan, los proyectos que encarnan. La Navidad es tradicionalmente una fiesta de familia, y nosotros, Franciscanos Conventuales ¡lo somos! Celebramos la Vida del Señor que viene a hacer nuevas todas las cosas. Y en la Vida de Dios renovamos nuestra propia vitalidad.
Hoy puedo afirmar que existen muchos signos de vitalidad en la Orden; en algunos lugares es evidente la vitalidad numérica (jóvenes presencias que crecen); en otros, la vitalidad es madurez de vida religiosa, fruto de tantas décadas de seria formación permanente que permiten una serena vivencia del carisma; en otros lugares la vitalidad es creatividad y arrojo, especialmente en relación a la Nueva Evangelización y al modo con el que las comunidades intentan dar una respuesta “franciscana” a la vorágine de los cambios sociopolíticos a los que se ve sometido nuestro mundo. Al mismo tiempo, contrariedades y limitaciones surgen con frecuencia dentro de nuestra fraternidad; cosa que no nos sorprende, pero que sí nos moviliza: la vida es de por sí compleja, pero como religiosos se nos llama a reaccionar con lucidez y serenidad, con aprendizaje y conversión.
Los tiempos de Adviento, Navidad y Epifanía celebran el misterio siempre en acto de Dios que continuamente viene a nuestra historia concreta, a la vida tal cual es. Venida de Dios en la carne, pero en esperanzadora tensión escatológica: tensión hacia el del día del retorno en el que todo será claro en el Señor. En el tiempo contemporáneamente histórico y escatológico, invocamos la ayuda de lo Alto, para poder vivir las situaciones de cada día con espíritu de vigilancia y de inteligencia evangélica, con amor, sin turbaciones.
En el contexto de las Fiestas de la Navidad y la Epifanía, les ofrezco entonces simples reflexiones para confirmarnos en cuanto creemos y profesamos.

 

1.- Despertar para las obras de la Luz

Quienes hemos trascurrido ya suficientes décadas de vida, entendemos que la conflictividad forma parte de la historia, y que es uno de los grandes misterios del mundo. El mismo mundo, por ejemplo, que ha sido capaz de superar guerras, exterminios y dictaduras; que ha declarado los Derechos humanos y crecido en conciencia democrática y participativa … parece ahora retornar a su propio vómito y re proponer tales deshumanizantes dinamismos. Dinamismos que parecen -desgraciadamente- pensados y programados por algún centro de poder.
La misma cultura que otrora supo acoger a Cristo, parece ahora elegir refundarse en la negación del sentido trascendente de la vida y más concretamente aún en el rechazo sistemático del humanismo cristiano.
Pero si el análisis de estos vaivenes de la historia y de sus causas nos desaniman, la fe, sin embargo, nos ilumina. Sabemos y creemos que “El Señor reúne todos los pueblos y que será juez entre las naciones” (cf. Is 2,1-5), y que “El día está cerca”.  En esta certeza, el Señor nos pide “despertar para las obras de la luz” (cf. Rm 13,11-14); despertar a la fe para generar y testimoniar las obras de Luz.
Como creyentes, nuestra respuesta al mundo no surge simplemente de la deducción del análisis de la realidad, sino, contemporáneamente, de la Luz generada por Cristo. La Nueva Humanidad es Cristo y El nos precede. Creemos que El ilumina toda realidad que responsablemente debemos enfrentar. El despertar implica también posicionarnos en el mundo con luminosidad creyente y evangélica. El desafío es para nosotros colaborar con humildad per también con operatividad a hacer surgir “lo nuevo” desde la Justicia del Señor. Quizás nuestra primer “obra”, nuestro primer compromiso como frailes franciscanos, sea el alejarnos (el “no sumarnos”) a los oscuros dinamismos de turno: el ser trasparencia evangélica para testimoniar la Luz que viene de lo Alto.

 

2.- El misterio de la esperanza

La transparencia evangélica es señal humilde, pero luminosa, y es portadora de esperanza para el mundo.
Es siempre profético hablar de “esperanza”. Para los creyentes, sin embargo, la esperanza no surge de una visión “voluntarística” o ingenua de la realidad, sino que es un don de Dios, un don teologal. Jesús salva y nos llama a perseverar en la esperanza (cf. Rm 15,4-9), que es fruto gratuito de esa salvación; es don del Espíritu.
No estoy seguro si como Orden nos orientan fuertes deseos proféticos. Quizás deberíamos crecer bastante más en la profecía de la santidad personal y comunitaria, en la profecía de la  donación martirial (a ejemplo de nuestros hermanos que han dado martirialmente la vida); en la profecía del “ser evangélicamente alternativos” frente a las tentaciones munda­­­nas; en la profecía de rechazar los sistemas de injusticia que dominan las naciones, en la profecía de “ser contrapropuesta” frente al empuje de cualquier imposición cultural, en la profecía del diálogo y la  tolerancia frente a quienes imponen la discriminación religiosa o racial.
La invocación del don de Dios, y la perseverancia en el camino del Evangelio nos ayudan a permanecer lúcidos en la esperanza profética. El Señor, que viene continuamente al mundo mantiene claras sus palabras: “se alegren el desierto y la tierra árida; nuestro Dios viene a salvarnos” (cf. Is 35, 1-6.8-10); “conviértanse y crean en el Evangelio” (cf. Mt 3,1-12).
Los espacios de novedad no son principalmente estrategias sino “actitud creyente” y humilde acogida del estilo de Jesús. Meditemos y asimilemos el Evangelio en comunidad, pues ese un “origen posible de novedad y esperanza” para todos nosotros.

 

3.- Hacernos camino: misión y vida como procesos.

En todo el ciclo natalicio escuchamos con insistencia el llamado a fortalecernos en la paciencia histórica: “tengan paciencia, fortalezcan sus corazones porque la venida del Señor está cerca” (cf. Sant 5,7-10). Veo con agrado que crece en la Orden la conciencia de que la misión no se traduce en “eventos” sino en “procesos” desarrollados en pequeños o grandes tramos de la historia. Historia que no es consecución de eventos, sino camino procesual, “recorrido”, “itinerario”, vida en camino.
La evangelización no se basa en una propuesta de “nichos” sino en el ofrecimiento de “caminos”. Lo mismo vale para toda nuestra vida religiosa, que no se construye como consecución de pasos, de etapas o de ascenso de escalafón, sino como un camino discipular: desde la formación inicial estamos siempre en camino de conversión. El discipulado es sobre todo eso: camino, itinerario movido por la fe y orientado hacia el Reino.
El Reino será pleno solo al final de los tiempos. Mientras tanto lo nuestro es “caminar hacia” y hacernos nosotros mismos “camino” en Cristo, tal como nos enseña la hermana Clara de Asís: “…dice el Apóstol: reconoce tu vocación (cf. 1 Cor 1,26); el Hijo de Dios se ha hecho para nosotras camino, que con la palabra y el ejemplo nos mostró y enseñó
nuestro bienaventurado padre Francisco, verdadero amante e imitador suyo” (Santa Clara de Asís, Testamento).
El discipulado es camino de aprendizaje y desarrollo de los “saberes evangélicos”, especialmente el “saber” de la humanidad de Cristo. La humanidad de Cristo restaura nuestras relaciones y renueva nuestra misión. El tiempo nos llama a re proponernos a nosotros mismos como “caminos creíbles de humanización en la fe”: caminos de encuentro con el Jesús del Evangelio hecho Iglesia.

 

4.- Las implicancias del Nacimiento: celebrar para cambiar.

“Una virgen concebirá al Dios con nosotros” (Is 7, 10-14) … “Ha nacido de David según la carne” (Rm 1-1-7) … “Jesús nacerá de María, de la estirpe de David” (Mt 1,18-24).
La llegada del Hijo de Dios a la historia generó un “antes” y un “después”. Del mismo modo, la celebración sacramental de tal nacimiento nos mueve al cambio, sobre todo un cambio de vida. Cada signo, cada uno de los temas navideños se nos hace vida.
Propongo aquí algunos “temas” navideños (tomados de maestros de espiritualidad y pastoral) que pueden ayudarnos de modo práctico y concreto:
La “espera” es uno de estos temas. La Virgen “espera” el Hijo. Esa “espera” ilumina cada una de las “esperas” del mundo, de nuestro siglo, de quienes aspiran a un mundo mejor, de la misma Iglesia y de nuestra Orden. Es oportuno preguntarnos: ¿qué esperamos nosotros? ¿qué esperan nuestros jóvenes? ¿qué espera de nosotros el mundo? María ofrece el Salvador al mundo. ¿Qué ofrecemos hoy a la humanidad?
La Paz es otro tema navideño. El problema de la Paz en el mundo es pan de cada día. En esa Paz, nuestro lugar es seguramente el de la reconciliación; en primer lugar, la reconciliación de nuestra propia persona y luego la reconciliación comunitaria y social. La reconciliación incluye temas desafiantes y complicados como la pacificación de nuestra «carne», de nuestra afectividad, de nuestro estilo de relacionarnos, del “modo” con el que nos proponemos al “otro”.
María es el seno de una humanidad nueva. A imagen de María y de la Iglesia, nuestras comunidades están llamadas a ser «seno» de esa nueva humanidad, y para ello se nos llama a humanizar nuestros propios corazones.
Jesús nace de una Virgen. Como María, la Iglesia está llamada a hacerse madre manteniendo su “virginidad”, pero ¿qué puede significar vivir la virginidad? Seguramente significa no comprometernos con poderes oscuros ni con alguna forma de corrupción; no mezclarnos con cosas “turbias”, no asumir la lógica de este mundo.

 

5.- El modo sí importa.

Jesús no sólo vino al mundo. Vino en la humildad. “Miren, hermanos, la humildad de Dios y derramen ante él sus corazones; humíllense también ustedes, para que él los ensalce. Nada retengan para ustedes, para que los acoja totalmente quien se ofrece totalmente a ustedes” (San Francisco, Carta a toda la Orden).
No es indistinto el “modo” con el que vivimos el seguimiento de Jesús, pues difícilmente podríamos ser transparencia de Cristo, si no encarnamos en nosotros el estilo que El mismo asumió en la historia. La humildad de Cristo otorga “autoridad” a toda la construcción de nuestra propuesta de vida y misión. 

Hermanos, les deseo una Feliz y motivadora Navidad.

Fray Carlos A. TROVARELLI
Ministro general

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