Pero cierto día se leía en esta iglesia [la Porciúncula] el evangelio que narra cómo el Señor había enviado a sus discípulos a predicar; presente allí el santo de Dios, no comprendió perfectamente las palabras evangélicas; terminada la misa, pidió humildemente al sacerdote que le explicase el evangelio. Como el sacerdote le fuese explicando todo ordenadamente, al oír Francisco que los discípulos de Cristo no debían poseer ni oro, ni plata, ni dinero; ni llevar para el camino alforja, ni bolsa, ni pan, ni bastón; ni tener calzado, ni dos túnicas, sino predicar el reino de Dios y la penitencia (40), al instante, saltando de gozo, lleno del Espíritu del Señor, exclamó: «Esto es lo que yo quiero, esto es lo que yo busco, esto es lo que en lo más íntimo del corazón anhelo poner en práctica». (1Cel 22)

Queridos hermanos, los saludo fraternalmente en la fiesta de nuestro Seráfico Padre San Francisco de Asís, en este año 2023.

Hace ochocientos años, por estas mismas fechas, estaba a punto de ver la luz la Regla que hoy llamamos «Bulada». El sello del Papa Honorio III en el pergamino, contenía el misterio de la vocación del Poverello, y muchos años de vida evangélica vivida junto a aquellos que el Señor quiso darle.
En efecto, al celebrar el octavo centenario de la Regla, no podemos dejar de mirar el «texto» de la vida de quienes, habiéndolo dejado todo, siguieron al Señor según los consejos evangélicos y en extrema sencillez.
Pero sabemos bien que la promulgación de la Regla representa, por una parte, un «momento de oro» para la historia del franciscanismo; pero, por otra, la crisis de una comunidad cada vez más compleja.
La Regla es fruto no sólo de la experiencia carismática del Seráfico Padre, sino también de los muchos interrogantes generados en la vida concreta de aquella ya “compleja” fraternidad; interrogantes que no siempre revelaban la clara voluntad de vivir en la literalidad del Evangelio.
Por eso, al celebrar a nuestro Padre San Francisco, les sugiero a todos dar un vistazo al tipo de preguntas que solemos hacernos; o sea, tratar de identificar cuáles son nuestras preguntas hoy como Hermanos Menores Conventuales; cuáles son nuestras «necesidades» o -incluso- nuestros verdaderos deseos y cuales las cosas che buscamos con pasión.
La crisis del Seráfico Padre surgió al contemplar con preocupación una fraternidad que se había desviado ya del criterio de itinerancia que había caracterizado sus carismáticos comienzos junto a sus primeros compañeros, a Clara de Asís y a tantos y tantas otras personas.
Los invito, pues, queridos hermanos, a revitalizar, en la medida de lo posible, con libre frescura y con profundidad evangélica las cuestiones asociadas a la «gracia» de la itinerancia franciscana: la itinerancia de nuestro pensamiento, que quizá se ha vuelto sedentario, rígido y cerrado; la itinerancia de nuestro corazón, quizá acostumbrado a mirarse más a sí mismo que a los demás; la itinerancia de nuestro espíritu, quizá envejecido, desmotivado y falto de fe; la itinerancia de nuestras relaciones personales, quizá más «cargadas» de cosas que de personas; la itinerancia de nuestra vida comunitaria, quizá transformada más en una relación de fuerzas que en una fraternidad en conversión; la itinerancia de nuestra misión, quizá convertida más en espejo de nosotros mismos que en puerta abierta al mundo.

¡Feliz fiesta y feliz camino hacia una «versión» renovada y evangélica de nuestra vida!

Fray Carlos A. TROVARELLI
Ministro general