Nuestra Orden se llena de nuevamente de gozo por la próxima beatificación de la Venerable Sierva de Dios, Verónica Antal, una joven, miembro insigne de la Orden Franciscana Seglar, que exactamente 60 años atrás, en el Norte de Rumanía tuvo el valor de entregar su vida para defender su fe y el voto de castidad que había hecho en secreto. Esta beatificación es todavía más bella porque ella fue crecida en la fe por nuestros hermanos conventuales presentes en Moldavia, que atendían tanto la parroquia de Nisiporești, donde ella nació, como la de Hălăucești, en cuyo territorio recibió el martirio.

La Venerable Sierva de Dios, Verónica Antal, nació el 7 de diciembre de 1935, en la comunidad de Nisiporești, primera de cuatro hijos de los esposos Gheorghe y Iova, siendo bautizada al día siguiente en la Iglesia parroquial de Hălăucești, atendida por nuestros hermanos, presentes en aquellas tierras desde el siglo XIII. Después de haber frecuentado la escuela del lugar durante cuatro años, según la costumbre del tiempo, permaneció en casa para ayudar a sus padres en los quehacerse de la casa y en el trabajo del campo. A la edad de 16-17 años se inscrivió en la Orden Franciscana Seglar y también en la Asociación Internacional de la Milicia de la Inmaculada, convirtiéndose en poco tiempo en una ferviente propagadora de la espiritualidad del Pobrecillo de Asís, así como del culto de la Inmaculada. Quiso también consagrarse al Señor en el Instituto de las Hermanas Franciscanas de Asís (llamadas del Giglio), pero no le fue posible debido a la supresión de todas las órdenes religiosas en Rumanía, durante el apogeo del régimen comunista en aquel entonces. Decidió ofrecerse al Señor haciendo voto privado de castidad, llevando una vida de ”sor”, en la celda que había construido a lado de la casa paterna. Oraba durante horas enteras, pidiendo a Dios sobre todo por los obispos, los sacerdotes, los frailes y los laicos, que por millares llenaban las cárceles del régimen, falsamente acusados de odio y subversión del orden social; ella visitaba a los enfermos del pueblo, ayudándolos en sus necesidades y consolándolos en sus sufrimientos. Pero la fuente de la cual sorbía para su vida no provenía de los hombres, ni de la situación de indigencia y de  persecución a causa de la fe de los mismos, sino de la Eucaristía, que no descuidaba nunca. Cada mañana a las 4:00 hrs., junto con algunas hermanas franciscanas –mandadas a casa de sus padres por el régimen- y sus amigas, tomaban el camino hacia la iglesia parroquial de Hălăucești, donde tenía lugar la celebración de la Santa Misa a las 6:00 hrs. Recorría aproximadamente 15 kilómetros de ida y vuelta, con el solo deseo de comulgar con su Esposo divino. Sólo después de haberse renovado con Jesús, regresaba y retomaba con mucho fervor las oraciones y la visita a los pobres del pueblo todos los días, comenzando y concluyendo así en Su presencia.

El día de la suprema prueba (24 de agosto de 1958) regresaba de la Santa Misa. Con el Rosario en su mano diestra, entre un misterio y otro, recorría los campos, esperando llegar rápidamente a casa. En cambio, casi a mitad de camino, un joven del pueblo, encendido en depravada pasión, la agredió, intentando robarle el lirio de la castidad. Después de una fuerte lucha entre los dos, infligiéndole 42 puñaladas, ella cayó vencedora sobre el campo de batalla. Incluso el asesino la marcó en la espalda con el signo de la victoria: una cruz hecha con panojas de maíz.
Encontrada la mañana siguiente por sus paisanos, cubierta con los signos de la pasión, todos gritaron: ¡ha muerto la santa! Y así permanece grabado su recuerdo en las mentes y corazones de todos: la santa Verónica.
Los tiempos oscuros del comunismo impidieron el crecimiento regular de su fama, pero otro Siervo de Dios y gran testimonio de la fe, P. Anton Demeter, hermano de la Provincia de San José OFMConv, limitado por los perseguidores a realizar su ministerio pastoral en una silla de ruedas por 47 años, logró mantener vivo el recuerdo entre la gente que la conocía, reuniendo muchos testimonios y presentándola a la gente como un modelo de fe y de virtudes.
Desde entonces mucha gente, sobre todo jóvenes, se allegan a su tumba, ahora custodiada y venerada en la iglesia parroquial de Nisiporești, donde dentro de poco tiempo se llevará a cabo el rito de beatificación.
Me gusta mirar a esta joven santa como una plantita que nuestros hermanos han crecido a la sombra de la espiritualidad del Seráfico Padre San Francisco, fruto de sus fatigas fraternas y apostólicas en tierra rumana, pero también como detonante para el renacimiento de la Provincia, la cual cuenta con un gran número de jóvenes hermanos, y que necesitan hoy más que nunca de poderosos intercesores y modelos de santidad, para poder realizar su llamada con mucho ánimo y ardor evangélico.
En fin, no quisiera concluir sin un gesto de reconocimiento a los muchos testigos de la fe y de la vocación franciscana que la Provincia ha dado a la Iglesia y a nuestra Orden, entre los cuales destacan: el P. Iosif Petru Maria Pal, uno de los cofundadores de la Milicia de la Inmaculada; el Siervo de Dios P. Martin Benedict, médico ilustre y hermano de vida santa; y el siervo de Dios P. Anton Dementer, el cual, no obstante estuviese limitado a una silla de ruedas a causa de la enfermedad durante la mayor parte de su vida, supo ser voz y consuelo de Dios para todos aquellos que venían a él de cada rincón de Rumanía.
Al Señor sea la alabanza y el honor por todos estos auténticos testigos del Evangelio; y, para nuestra Orden de Hermanos Menores Conventuales, su intercesión y ejemplo de vida constituyan un deseo aún mayor de santidad.     

Fra Marco TASCA
Ministro generale

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