La medalla del Centro Dantesco de Ravena
por el VII centenario de la muerte de Dante Alighieri

El Centro Dantesco de Ravena, fundado al día siguiente del VII centenario del nacimiento del gran poeta (1965) por Fray Severino RAGAZZINI (OFMConv 1920-1986), fiel a su tradición, ha querido plasmar el VII centenario de la muerte de Dante en una medalla artística acuñada en bronce. Lo ha hecho confiando a este objeto de arte, nacido de la sensibilidad y capacidad del joven orfebre Gionatan SALZANO, la tarea de narrar, en su propio lenguaje, al menos algo de la vida y obra de aquel a quien estamos acostumbrados a llamar “nuestro”.
Pero esto lo afirmamos –así nos ha ensañado San Pablo VI en el Motu Proprio Altissimi cantus- «no por hacer de él un ambicioso trofeo de gloria egoísta, sino más bien para recordarnos a nosotros mismos el deber de reconocerlo como tal, y de explorar en su obra tesoros inestimables del pensamiento y del sentimiento cristiano, convencidos como estamos de que sólo quien penetra en el alma religiosa del soberano poeta puede comprender a fondo y gustar sus maravillosas riquezas espirituales».
Es este el aporte que el Centro Dantesco desea ofrecer en el vasto panorama de las múltiples y prestigiosas iniciativas que, especialmente en este año y no sólo en el «bello país» (Inf. xxxiii 80), se proponen.
Se trata de una referencia a esa dimensión, tanto humana como espiritual, que caracteriza no sólo la obra, sino la vida misma del sumo Poeta.
Así escribe el Papa Francisco en la Carta Apostólica Candor Lucis aeternae por el VII centenario de la muerte del sumo Poeta: «Dante, reflexionando profundamente sobre su situación personal de exilio, de incertidumbre radical, de fragilidad y de constante desplazamiento, la transforma, sublimándola, en un paradigma de la condición humana, que se presenta como un camino, interior antes que exterior, que nunca se detiene hasta que no llega a la meta. Nos encontramos así con dos temas fundamentales de toda la obra dantesca: el punto de partida de todo itinerario existencial, que es el deseo, ínsito en el alma humana, y el punto de llegada, que es la felicidad, dada por la visión del Amor que es Dios».
De este modo, el «poema santo / en el que han puesto mano cielo y tierra» (Par. xxv 1-2) se convierte en metáfora del camino al que todo hombre es “llamado”, para realizar ese pasaje exodal desde la «pequeña tierra que entre enojos miran los hombres» (Par. xxii 151) hasta la meta soñada y por todos deseada: «el Amor que al sol mueve y las estrellas» (Par. xxxiii 144).

En el anverso de la medalla, el Artista ha querido representar – así lo declara él mismo – «un joven Dante con la determinación total de seguir sus deseos reflejada en su rostro». La «tensión del alma hacia el máximo que pueda alcanzarse – así lo dice Anna Maria CHIAVACCI LEONARDI en su Paraíso de Dante: el ardor del deseo– (“el deseo último” como se dice en una célebre página del Convivio [iv xii 17]), es, después de todo, un rasgo principal, casi podríamos decir definitorio, de la personalidad de Dante. Toda su vida fue una búsqueda de esta realización, un remontarse desde el deseo hacia su fin, tanto que Dante bien podría ser llamado, con la fórmula bíblica, “vir desideriorum”». Dante “vir desideriorum” (según la expresión tomada de Dn 9,23 según la versión latina de la Vulgata), hombre de deseos, que en las estrellas mantiene fija su mirada.
Aquellas estrellas que el Artista dice haber sido «inspiradas en las del mausoleo de Galla Placida», refiriéndose a la ciudad de su “último refugio”, cuya cortés hospitalidad no era suficiente para aplacar el deseo de volver a lo que el mismo Poeta llama el «bello aprisco en que dormí cordero» (Par. xxv 5), a esa patria de la que injustamente fue privado.

No es casualidad que cada canto de la Comedia termine precisamente con la palabra “estrellas”: saliendo del infierno –nos basamos aquí en la síntesis del comentario de CHIVACCI LEONARDI- esas luces apenas se vislumbran, lejanísimas pero a la vez capaces de infundir esperanza y de animar el deseo de salir a contemplarlas nuevamente (cf. Inf. xxxiv 139); en la cima del purgatorio estas se convierten en destino seguro, y su proximidad invita a subir para alcanzarlas (cf. Purg. xxxiii 145); en la cumbre del paraíso, el poeta aparece como asimilado a ellas, hecho partícipe de su vida celestial y de su mismo esplendor (cf. Par. xxxiii 145). Estrellas que en la medalla aparecen tanto grabadas como en relieve, en un movimiento «que desde el interior se dirigen al exterior y se realizan» -continúa diciendo el Artista-, como sucede con todo lo deseado: a la vez ausente y presente, lejano y cercano, fuente de frustrante espera y, al mismo tiempo, de íntimo goce.
Un “objeto”, el deseado, al que Dante llega en el último canto del Paraíso: «Y yo, que el fin de mis anhelos veo, / tan próximo de mí, como debía / apago en mí las llamas del deseo» (Par. xxxiii 46-48).
Pero este vir desideriorum no es sólo Dante. «El Poeta –escribe el Papa Francisco en la Candor Lucis aeternae -, partiendo de su propia condición personal, se convierte así en intérprete del deseo de todo ser humano de proseguir el camino hasta llegar a la meta final, hasta encontrar la verdad, la respuesta a los porqués de la existencia, hasta que, como ya afirmaba san Agustín, el corazón encuentre descanso y paz en Dios».
«El hombre moderno –recordaba claramente San Pablo VI en la audiencia general del 13 de diciembre de 1972- se ve obligado a declararse pobre, un pobre con deseos exasperados, engañados o decepcionados. Él permanece incluso hoy, según la definición bíblica: vir desideriorum, el hombre de los deseos, o deseado».

A este vir desideriorum – con esto llegamos al reverso de la medalla – se dirige la obra y la vida misma de Dante que así, en el silencio del cielo estrellado, proclama su fe: «de un Dios creo en la esencia; / solo y eterno, que los cielos mueve, / inmóvil, con amor y diligencia» (Par. xxiv 130-132), versos que el Artista ha grabado en el reverso de la medalla.
Al tema filosófico del motor del universo, el Poeta añade -volvemos a leer en el comentario a la Comedia de CHIAVACCI LEONARDI- «la cualidad que hace de aquel primer motor una persona: él da vida al universo por amor y, a su vez, el universo sólo es movido por el deseo -que también es amor- de volver a él». El amor es de Dios y el deseo de la creación: por eso Dios siempre sostiene y crea el mundo con amor, y a su amor corresponde la fuerza cooperadora del deseo que él mismo suscita en los hombres y que constituye la identidad misma del hombre. El componente divino de la creación y el componente humano convergen entre el amor y el deseo que son la naturaleza divina y la naturaleza humana del Cristo, centro, origen y vida de la creación, en la Trinidad.

De este amor es signo Beatriz, «alabanza de este cielo» (Inf. ii 103), que acude a Dante precisamente movida por ese amor al que desea volver (cfr. Inf. ii 71-72). Su aparición en el Edén, «vestida de color de llama viva» (Purg. xxx 33), «enciende en Dante -así describe el Artista la escena del revés- la llama del antiguo amor, que inunda el espacio y el todo de vibrantes y danzantes llamas a su alrededor».
Un fuego que se eleva por su propia fuerza hacia lo más alto, figura de ese deseo cuya tensión se describe en el XVIII canto del Purgatorio: «Después, cual viva llama que en la altura / se mueve por la esencia que la asciende, / a donde más en su elemento dura: / “así el deseo el alma noble enciende, / y en movimiento espiritual se exulta, / y en busca de lo amado, vuelo emprende”» (28-33).

La medalla puede ser adquirida, apoyando así también la actividad del Centro Dantesco, a través de: www.libreriadelsanto.it en el enlace: https://www.libreriadelsanto.it/varie/2483599018201/vir-desideriorum-la-medaglia-del-centro-dantesco-di-ravenna-per-il-vii-centenario-della-morte.html.