Introducción

Queridos hermanos,
deseo compartir con ustedes algunas reflexiones sobre diversos temas relacionados con la formación franciscana.
A veces algo que leemos, estemos o no de acuerdo con ello, nos hace reflexionar y al mismo tiempo nos ayuda a tomar decisiones correctas en nuestra vida. Así que esto puede ser utilizado para lo que llamamos formación. Por lo tanto, los exhorto a que acojan estas reflexiones con benevolencia. Su objetivo será servir de Inspiración a los lectores en sus propias reflexiones, para que produzcan fruto en la formación de actitudes cercanas a San Francisco de Asís.

Fray Piotr STANISŁAWCZYK,
Delegado general para la formación.

 

Más cerca del cielo

“La formación es pues una participación en la acción del Padre que, mediante el Espíritu,
infunde en el corazón de los jóvenes […] los sentimientos del Hijo”[1].

Muchos de nosotros recordamos nuestras primeras salidas a la montaña. Al principio, cada paseo suponía un gran esfuerzo. Incluso para caminadas cortas nos procurábamos palos, caramelos y agua en nuestras mochilas. De vez en cuando tomábamos alguna pausa para regular la respiración, saciar la sed y descansar. Regresábamos a casa -como a un punto de partida- pero algo en nosotros había cambiado. Los momentos de descanso servían para nuevos viajes; se convertían en parte de la peregrinación. Así ganábamos experiencia y habilidad para caminar por terrenos difíciles. Cuando el cansancio no nos desanimaba y repetíamos sistemáticamente las salidas, al cabo de un tiempo nos hacían experimentar que estábamos cada vez más en forma. Ya no necesitábamos mochilas, caramelos, etc. para las rutas cortas. recorríamos senderos de montaña más largos y difíciles. Con el tiempo llegamos a saber qué tipo de ropa, zapatos y accesorios necesitábamos para llegar más alto y más lejos. Nos volvimos más hábiles y experimentados. Ahora también nos resulta más fácil compartir con los demás cómo prepararse y comportarse durante la caminata.

Este es un ejemplo que puede ayudarnos a ilustrar el estilo de vida que hemos elegido. Podemos comparar la vida con un viaje. En casa se está cómodos, calientitos y a menudo no deseamos cambiar este estado. Si alguno cae en esto, le resulta cada vez más difícil motivarse para hacer el esfuerzo de viajar. Es una tentación constante: “Ya no me apetece, quizá espere a que el tiempo mejore, a tener una buena compañía…”. Algunos montañeros, sentados cerca de sus tiendas de campaña, dicen: “¿Para qué caminar por las montañas? Después de todo, se pueden ver bien desde aquí”. Probablemente cada uno de nosotros tiene un “hogar confortable” de este tipo. ¿Qué es, qué representa esta casa? ¿Qué nos mantiene en ella? Sólo practicando la “salida” podemos convertirnos en guías para los demás. Para nosotros mismos, se trata de una oportunidad para contemplarlo todo desde un lugar más cercano al cielo. En la vida espiritual, este “mirar desde un lugar más cerca del cielo” significa que constantemente estamos aprendiendo a pensar, a sentir y actuar como Jesús. Y para ello necesitados esforzarnos con perseverancia para “salir”.

Podemos preguntarnos: ¿cómo puedo traducir esto a la vida concreta? San Francisco -que amaba salir- sugiere: “…sobre todas las cosas deben desear tener el Espíritu del Señor y su santa operación”[2]. En la vida cotidiana, muchos asuntos espirituales parecen desvanecerse y volverse triviales. Así que quizás un buen comienzo sería invocar cada día al Espíritu Santo. En tal invocación personal, nos confiaremos a Aquel que nos cambiará interiormente. Por eso, pidámosle que agudice nuestra visión y nos recuerde nuestros deseos, que nos han traído hasta la comunidad franciscana.


[1] Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, Ciudad del Vaticano 1996 (n. 66); Orden de Hermanos Menores Conventuales, Constituciones, Roma 2019 (n. 129).
[2] Regla Bulada 10, 8.