Patriotismo y diversidad
Formación franciscana – inspiraciones (parte 11)

“La relación y el intercambio entre culturas, según el magisterio de la Iglesia, son un valor que enriquece también la vida fraterna. Por tanto, todos los hermanos, conscientes de la propia identidad, acojan la múltiple riqueza de las diversas culturas y tradiciones religiosas y promuevan el encuentro y el diálogo entre ellas”[1].

 

Una vez escuché con interés la reflexión de un guía que acompañaba a un grupo a un museo. Al final de la visita, en la sección dedicada a la historia y la cultura del país, hizo una pregunta a su grupo: “¿Quién creen ustedes que sea un patriota?” El grupo permaneció en silencio. El guía prosiguió sus reflexiones, como si respondiera a la pregunta que acababa de formular: “Nacemos, crecemos y maduramos en un lugar, en nuestra casa, en nuestro pueblo, en un determinado territorio, en una determinada zona… Es un trozo de tierra que se convierte en nuestra patria. Es aquí donde se desarrolla nuestra vida, donde experimentamos relaciones importantes relacionadas con los padres y la familia, los compañeros, los amigos, los vecinos lejanos y cercanos. Las personas que habitan este pedazo de tierra con nosotros son nuestra nación. De ellos aprendemos la lengua, los valores espirituales, las tradiciones y costumbres; aprendemos sobre religión, historia y cultura. Así pues, podemos decir que el patriota es aquel que ha llegado a amar la tierra en la que nació y creció y se preocupa por su patria”.

Influenciado por este encuentro, surgieron en mí algunas preguntas: ¿Debe un franciscano ser patriota? ¿Cómo influyen nuestro lugar de origen, nuestra nación, nuestra cultura y nuestras costumbres en nuestro ministerio y nuestra vida en las comunidades?

El Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) presenta el amor a la patria como un deber que tiene su fuente en el cuarto mandamiento de Dios: “Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar (Es 20,12)”[2]. Los franciscanos no caímos del cielo, así que, como los demás, nacemos, vivimos y crecemos en nuestras patrias. Como todos los cristianos, estamos llamados a cultivar la virtud del patriotismo. Lo hacemos cuando mantenemos vínculos con nuestra nación, aprendemos sobre su historia, su cultura y sus tradiciones. Cuando respetamos y cuidamos este pedazo de tierra, echamos raíces en ella. De este modo, sabemos qué nos llevamos de nuestra patria y, por tanto, qué y cómo podemos compartirlo con los demás, con nuestros hermanos de comunidad y con las personas a las que el Señor nos envía[3].

Cuando pensamos en patriotismo y diversidad, podemos notar dos tendencias (o tentaciones) opuestas: el nacionalismo y el cosmopolitismo. El nacionalismo es esencialmente el reconocimiento de que una nación (normalmente de la que procedo) es el valor superior. Es la creencia de que mi nación es mejor que otras naciones, más sabia y noble en sus costumbres y cultura, mejor adaptada para realizar determinadas actividades, etc. El nacionalismo contribuye a que echemos raíces firmes en el lugar que es nuestra patria, pero nos faltan alas fuertes para buscar nuevos espacios, para ir a otras naciones con el Evangelio. Por eso nos resulta fácil involucrarnos en disputas políticas y apoyar incondicionalmente a determinados partidos políticos. Por lo tanto, es difícil decidirse a emprender el servicio misionero en un lugar donde el idioma, la alimentación, las costumbres y la cultura difieren de los míos, porque en la propia casa, en el propio país, uno se siente cómodo y a gusto. El nacionalismo también puede aparecer muy discretamente en la vida de nuestras comunidades. Y entonces, en algunos ambientes (Provincia, Convento, Parroquia), a algunas nacionalidades (o hermanos de diferentes regiones) no se les da especial respeto, confianza o simpatía, no se les permite asumir ninguna responsabilidad, compartir su cultura; no se les intenta comprender cuando quieren expresar algo propio y tienen dificultades para comunicarse. En el trabajo pastoral que realizan, se restringe el derecho de los extranjeros a mantener sus tradiciones nacionales y los servicios religiosos, la catequesis, la oración o la eucaristía en su propia lengua, etc.[4]

Podría parecer, por tanto, que un franciscano es ante todo un cosmopolita, es decir, que su patria deba ser el mundo entero. Pero ésta puede ser la segunda tentación: convertirse en ciudadano del mundo entero, sin reconocer ninguna tradición, valor, costumbre o cultura. En este caso, el valor principal es la libertad de todo y la capacidad de aceptarlo todo. En un clima así, se forma una actitud liberal: lo que es bueno, apropiado o inapropiado es relativo y puede cambiarse mediante la ley, la modificación de las normas éticas, la promoción de un determinado estilo de vida, etc. A veces, es también en este contexto que surge un desprecio por el país de origen u otros lugares con los que uno parece estar conectado; tal vez esto se deba al miedo al apego. Pareciera como si el cosmopolita tuviese alas fuertes, que puede volar fácilmente fuera de su nido y buscar un nuevo lugar para vivir. Sin embargo, no se debe esperar de él una especie de devoción duradera a la nación en que vive y trabaja; cada rincón del mundo lo vive de la misma manera; aparentemente es una patria, pero no lo es en absoluto. Lo que falta es la capacidad de echar raíces, un punto de referencia que es la identidad nacional. Es como si hubiera una falta de sensibilidad ante el hecho de que haya algo que merezca la pena llevar consigo de su cultura natal en un viaje por el mundo, un regalo maravilloso para otras naciones.[5]

El requisito para la madurez es la formación de una actitud caracterizada por raíces y alas fuertes. Esto significa que una persona sabe dónde está su hogar, pero que también es capaz de volar lejos del nido, por cómodo que este sea, para proclamar el Evangelio. Dios nos envía a tierras extranjeras y, mientras vivimos y ejercemos nuestro ministerio en ellas, llegamos a conocer nuestras nuevas patrias. A veces ocurre que con el paso del tiempo empezamos a tener menos relación con nuestro propio país y a amar más nuevos lugares de vida y ministerio. En varias ocasiones, misioneros veteranos comparten su experiencia de que, aunque aman su lugar de origen, en la vejez desean quedarse donde han entregado su vida a Dios durante muchos años de servicio. A veces, en un país nuevo, uno tiene cierta sensación de vacío, de no saber dónde está ese pedacito de tierra tan querido. En el lugar de servicio, uno puede sentirse a veces como un extranjero, mientras que en el país de origen se desarrolla el sentimiento de ser un desconocido; para los nuevos hermanos que trabajan allí uno es cada vez más desconocido, y para la familia (especialmente tras la muerte de los padres) uno está cada vez más distante.

¿Qué nos sugiere San Francisco de Asís a este respecto? El proprio Francisco va por el mundo a predicar el Evangelio, la necesidad de conversión y la penitencia. Trata el mundo entero como un hogar que el Creador ha dado a él y a todos. Pero no es un cosmopolita, es un misionero itinerante. Anuncia el Evangelio primero en los alrededores de su ciudad y luego más lejos, en zonas con culturas y religiones completamente diferentes. Sus sucesores se encargarán de ello, yendo a todas las partes posibles del mundo. Se podría decir que la patria principal de San Francisco y sus hermanos es la Iglesia. Sin embargo, el Poverello también sentía apego por su pequeña patria; al final de su vida era su deseo morir en el lugar que amaba. De camino a la Porciúncula, los hermanos que lo llevaban en camilla se detuvieron porque quería bendecir Asís. Es interesante que en esta bendición reconozca que en su ciudad vivían muchos impíos y malvados; para ellos pide misericordia a Dios, y al mismo tiempo da gracias a Dios por hacer de la ciudad un refugio y un hogar para los que le han conocido y se consagran a la evangelización[6]. Contemplando a nuestro fundador, podemos ver que tenemos patrias no sólo en sentido geográfico, sino también en sentido espiritual. En este último sentido, son ante todo la Santa Iglesia, nuestra Orden, el Convento en que vivimos. En cada una de estas patrias hubo y hay gente sana y gente que se porta mal; cada una tiene sus momentos maravillosos y sus historias vergonzosas. Nuestro patriotismo franciscano debe ser real y orante. Real, porque ve lo que fue y es malo, y también ve lo que es bueno; ve qué vicios y virtudes arrastramos de nuestro entorno familiar, nacional y religiosos; ve qué podemos aprovechar en la comunidad y qué debemos evitar. Orante, porque nuestras patrias (tanto espirituales como geográficas), quienes las gobiernan, quienes las sirven y sus miembros necesitan nuestra bendición y nuestras oraciones.

Independientemente de nuestro lugar de origen, nacionalidad, raza, debemos recordar que todos somos hijos del mismo Dios; somos, por tanto, hermanos. Cada uno de nosotros es diferente y no tiene sentido soñar que todos son iguales a los demás. Nuestras comunidades han sido, son y serán culturalmente diversas. Muchas comunidades son internacionales. Otras, aunque formadas por hermanos de la misma nación, también son culturalmente diversas. Están formadas por hermanos que proceden de distintas regiones de un mismo país o pertenecen a distintos grupos sociales. En los Conventos experimentamos la alteridad de los hermanos: además de la cultura y la tradición, tenemos comportamientos y costumbres diferentes, gustos culinarios y estéticos distintos, apoyamos a clubes deportivos diferentes, etc. Por eso es necesario pensar con firmeza que lo que no es evangélico o contrario a los mandamientos, la Regla y las Constituciones no puede justificarse alegando otra cultura o costumbres. Estando juntos tenemos la oportunidad de compartir y acoger lo que los demás aportan con una actitud de respeto y comprensión.[7]

Fray Piotr STANISŁAWCZYK
Delegado general para la formación.


[1] Hermanos Menores Conventuales, Constituciones, Roma 2019, art. 56, § 2.
[2] Cf. CCC n. 2199.
[3] Cf. P. Przesmycki, Patriotyzm w nauczaniu Kościoła katolickiego (El patriotismo en la enseñanza de la Iglesia Católica), https://cejsh.icm.edu.pl/cejsh/element/bwmeta1.element.hdl_11089_2578/c/2008_02_przesmycki_195_203.pdf, 5.12.2022; Wikipedia, Patriotyzm, https://pl.wikipedia.org/wiki/Patriotyzm#Rodzaje_patriotyzmu.
[4] Cf. Encyklopedia PWN, Nacjonalizm, https://encyklopedia.pwn.pl/haslo/nacjonalizm;3945094.html. 13.12.2022.
[5] Cf. A. Komendera, Stanisław Ossowski o patriotyzmie i kosmopolityzmie (Stanisław Ossowski sobre patriotismo y cosmopolitismo, Annates Academiae Paedagogicae Cracoviensi, Studia Sociologica I, 2006, https: https://rep.up.krakow.pl/xmlui/bitstream/handle/11716/7389/AF035–03–Stanislaw-Ossowski–Komendera.pdf?sequence=1&isAllowed=y, 20.12.2022.
[6] Cf. Zbiór Asyski (Colección Asís). Wydarzenia z życia świętego Franciszka opowiedziane przez jego pierwszych towarzyszy, tł. P. J. Nowak (Los hechos de la vida de San Francisco contados por sus primeros compañeros), w: Źródła franciszkańskie, red. R. Prejs, Z. Kijas, Kraków 2008, ss. 1507-1669, n. 5.
[7] Cf. Hermanos Menores Conventuales, Discipulado Franciscano, Roma 2022, n. 21.