No salió bien en su momento… Reflexionemos sobre los fracasos 
Formación franciscana – inspiraciones (parte 16)

“A menudo, el seguimiento de Cristo y el servicio a los hermanos no llevan consigo reconocimiento o signos de comprensión por parte de los demás; por el contrario, es posible experimentar fracasos, incomprensiones y sufrimientos. Además, puede suceder -a veces dentro de un servicio generoso- que se advierta el disminuir la tensión vocacional, poner en discusión las motivaciones del seguimiento y el camino vocacional, hasta entonces recorrido con serenidad. Estas difíciles y delicadas situaciones de la vida -momentos de crisis-, se acojan con paciencia y confianza, uniéndolas al misterio pascual del Señor Jesús, pueden revelarse caminos misteriosos de salvación”[1].

Es cierto que nuestra vida no es sólo una serie de éxitos, sino también de fracasos diversos. Los percibimos con dureza y nos cuesta aceptarlos. ¿Por qué son tan dolorosos? Tal vez afecten a una parte narcisista de nuestro interior. Esto se debe a que experimentamos que no tenemos éxito en todo. A menudo sentimos que quizás no somos muy listos o ingeniosos, que quizás hemos hecho algo mal, que no somos capaces de hacer frente a todo. Sentimos vergüenza, reaccionamos con tristeza y depresión, nos encerramos en nosotros mismos y nos alejamos de las relaciones con los demás. A veces, en esos momentos reaccionamos de una forma diferente, más expresiva y externa: sentimos rebeldía, rabia, expresamos valoraciones negativas de quienes consideramos autores de nuestros fracasos, etcétera.
La experiencia del fracaso puede llevarnos a vernos a nosotros mismos como alguien peor que los demás. Por eso es fácil asumir de antemano que algo no va a funcionar. Cuando surgen nuevos retos, la persona los afronta con falta de entusiasmo, porque teme que sus acciones acaben de nuevo en fracaso. Por lo tanto, es más fácil evitar cualquier actividad nueva. Por otra parte, puede haber una tendencia a compensar en exceso esos temores. Es fácil anteponerse a uno mismo y a sus ambiciones. Entonces es difícil apreciar los propios éxitos, porque uno siempre está buscando nuevos retos. Uno está constantemente en acción, cuyo principal objetivo es demostrarse continuamente a sí mismo y a los demás que puede hacerlo[2].
Estoy convencido de que, incluso cuando podemos disfrutar de los éxitos (o al menos cuando no sufrimos fracasos), vivimos en una época en la que debemos prepararnos espiritualmente para los fracasos que puedan llegar. ¿Por qué? Porque forman parte de nuestra vida. Así que se trata de pensar y orar sobre cómo queremos actuar y cómo queremos vivir en un tiempo en el que experimentaremos fracasos. Estar cerca de Cristo no es un camino en el que sólo experimentamos triunfos. En Su vida, vemos situaciones que humanamente acabaron en derrota, hasta el escándalo de la cruz[3].
En este contexto, pienso en San Francisco y en sus fracasos: su difícil relación con su padre y su difícil relación con los frailes. En su biografía, se describe un episodio en el que Francisco estaba preocupado por los hermanos que causaban escándalo en la Orden. Pensando en ellos, probablemente sintió una especie de fracaso. Él mismo quería estar cerca del Señor, vivir para Él, y exigía lo mismo de sus seguidores, pero no conseguía que todos sus compañeros fueran penitentes sinceros. La luz para Francisco llegó durante la oración, cuando se sintió inquieto por estos hermanos. Cristo le dijo que estos hermanos no eran suyos. Estos hermanos han sido llamados por Cristo y Él es su pastor[4]. Probablemente después de tales experiencias espirituales, Francisco decidió escribir a los hermanos en su Regla de Vida: “Y deben guardarse de airarse y conturbarse por el pecado de alguno, porque la ira y la conturbación impiden en sí mismos y en los otros la caridad”[5].
Nuestros tiempos no son ni mejores ni peores que aquellos en los que vivió el Poverello. Simplemente son distintos. Por otra parte, las adversidades, las dificultades, los escándalos, las cosas que van mal, es decir, los fracasos, han existido, existen y existirán. Así que la pregunta es: ¿cómo afrontarlos? Estoy convencido de que los diversos contratiempos que nos afligen son un buen momento para estar con el Señor y confiarle lo que ha ido mal: “Descarguen en él todas sus inquietudes, ya que él se ocupa de ustedes”[6]. Es tiempo de crecimiento espiritual. Un buen momento en el que puedo ver para qué vivo realmente y cuál es mi propósito principal. También, qué he hecho mal, dónde estuvo el error y qué estuvo bien. ¿Hay alguien a quien haya hecho daño, o quizás alguien a quien deba perdonar? Merece la pena hablar de esto con una persona de confianza (amigo, director espiritual…). También es importante mirar hacia el futuro: ¿qué aprendí en esta situación, tal vez debería cambiar algo, tal vez emprender ciertas acciones en otro momento, de otra forma y en otro lugar, qué resultados positivos surgieron de lo sucedido, etc.?
Sin duda, el Autor que nos dará vida (porque nos falta esta vida en estas situaciones difíciles) es el Espíritu Santo. Pidámosle que nos dé «sus ojos» incluso ahora y en situaciones en las que las cosas no nos van bien.

Fray Piotr STANISŁAWCZYK
Delegado general para la formación


[1] Orden de Hermanos Menores Conventuales. Discípulo Franciscano. Ratio Studiorum, Roma 2022, n. 142, https://www.ofmconv.net/es/download/discepolato-francesc-ratio-stud-2022/?wpdmdl=51913&refresh=64a909a4951c21688799652 05.07.2023.
[2] Cf. Przemysław Mućko, Porażka – przykłady z życia, https://www.psychowiedza.com/2017/10/porazka-przyklady.html, 04.07.2023.
[3] Cf. 1Cor 1, 23.
[4] Cf. 2Cel 158.
[5] Rb VII 3.
[6] 1Pe 5, 7.