Formación franciscana – inspiraciones (parte 18) 

“La vejez y la enfermedad pueden llegar a ser para el hermano un momento privilegiado de comunión con el Señor, con la Iglesia y con los hermanos. Por tanto, se puede crear un espacio existencial de purificación particular de la memoria y del corazón”[1].

 

Mientras estudiaba teología en nuestro seminario franciscano, elegí como director espiritual a un religioso de edad avanzada. Era un hombre sabio y hospitalario, lleno de alegría y sencillez, que ofrecía una libertad increíble, lejos de dirigir y guiar. Aunque tenía más de 80 años, era un pastor muy activo, con amplia experiencia en la evangelización y la predicación itinerante. A pesar de su implicación externa en diversos ministerios, percibí en él una gran conexión con Dios y con la Iglesia. Disfrutaba visitándole; iba a la reunión sin miedo y nunca me sentí juzgado por él. Su celda era el lugar donde experimentaba la sabiduría del padre. A menudo, como saludo inicial y al final de la reunión, repetía: “Te animo, Pedro, a que vivas mucho tiempo”. Una vez le pregunté al respecto porque, al fin y al cabo, la duración de mi vida no depende de mí, sino del Dador de la vida. Me explicó que me anima a prepararme bien para la vejez, porque es un don específico y puedo recibirlo del Señor. Entonces vale la pena vivir bien la vejez.
¿Qué es la vejez y cuándo empieza? Es difícil definirla y establecerla con precisión. El umbral convencional para entrar en la vejez es la edad de 65 años. Sin embargo, el inicio de la vejez depende de varios factores: la salud física y mental, la composición genética, las condiciones de vida y el estilo de vida, los roles sociales y la actividad profesional. Pero de lo que podemos estar seguros es de que muchos de nosotros probablemente nos daremos cuenta de repente de que hemos entrado en esta última etapa de la vida[2].
Según la Organización Mundial de la Salud, en este periodo anterior a la edad presenil (45-59 años) pueden distinguirse tres etapas. Son la vejez precoz (60-74 años), la mediana edad (75-89 años) y la longevidad (vejez tardía). Ya en la fase presenil se observa un lento declive de la condición psicofísica, una disminución de la masa muscular, una mayor susceptibilidad a diversas infecciones, una reducción de la capacidad intelectual, cambios hormonales, un empeoramiento de las alteraciones visuales y auditivas. Los hombres manifiestan los síntomas característicos de la andropausia. El proceso de extinción de diversas funciones se intensifica en etapas posteriores. Durante este periodo también aumenta la experiencia de la muerte de seres queridos, amigos y personas importantes. Se experimenta cada vez más el propio tránsito[3].
Para envejecer bien, sin duda es necesario cuidarse con antelación. Al fin y al cabo, envejecer es un proceso que experimentamos a cada momento. Lo que necesitamos, sin embargo, es aprender más sobre la vejez y cambiar nuestros diversos hábitos. En cuanto a conocimientos, actualmente hay muchas publicaciones en el campo de la gerontología. Por otra parte, me pregunto si no sería una buena idea, en algún momento de nuestra formación, abordar un tema sobre diversas cuestiones relacionadas con el envejecimiento, la relación con los hermanos mayores y la vivencia de la vejez en nuestra vida religiosa. La segunda cuestión relacionada con nuestra autoformación es la modificación de diversos hábitos. Los hábitos se convierten en una segunda naturaleza para nosotros y son difíciles de cambiar en la vejez. Por eso, he aquí algunos puntos a los que puede ser útil prestar atención para tener hábitos adecuados en la vejez:

  1. Aprender a expresar respeto por los demás: en nuestro comportamiento y en nuestra forma de expresarnos. Sobre todo cuando no tenemos la voluntad, la fuerza o el buen humor para hacerlo. Los Hermanos mayores que son amables, cordiales y tienen una buena palabra para los jóvenes y los mayores son, sin duda, muy apreciados y buscados por la comunidad y los de fuera.
  2. Prestar atención a la higiene personal: limpieza de la propia ropa, del cuerpo, de la habitación, de la oficina de trabajo. En la vejez, no todas las manchas se ven ni todos los olores se huelen. Los buenos hábitos en este ámbito harán que los demás se alegren de estar en nuestra compañía.
  3. Cuidar los vínculos con los hermanos, con los amigos. Ya lo hacemos cuando cuidamos de los demás: en nuestra Orden, en nuestra Provincia, en nuestro Convento, en nuestra familia, en nuestras relaciones con las personas entre las que vivimos y ejercemos nuestro ministerio. Estos son los que también necesitarán nuestro testimonio sobre cómo vivir en la vejez.
  4. Alimentar la serenidad de espíritu: ¡bendita sea! No es bueno centrarse sólo en los problemas del mundo, de la Orden, de los demás y de uno mismo. Esto genera un espíritu de juicio, queja e insatisfacción. Vale la pena ver cuántos pequeños momentos hermosos, cosas maravillosas, lugares bellos, personas buenas nos rodean. Estos son regalos del Señor, el Señor Dios nos da, y en respuesta debemos bendecirlo a Él y a todo esto. Necesitamos la presencia de franciscanos mayores llenos de paz y alegría.
  5. Aceptar con serenidad los cambios de roles y funciones asociados. Es mejor rezar y apoyar a los sucesores. Permitirles hacer cambios y también experimentar sus propios errores.
  6. Ser un mentor discreto. A menudo los demás se sienten perturbados por destacar las propias experiencias y reflexiones, por el deseo de dirigir a los demás. La sabiduría interior de un fraile es visible en el exterior. Una sabiduría cultivada atraerá a los necesitados de acompañamiento espiritual.
  7. Cultivar la paciencia en la enfermedad. Dejarse atender, confiar en quienes nos cuidan y estar disponibles y ser amables con los demás que están enfermos y sufren.
  8. Cuidar la propia formación, es decir, una relación y un vínculo estrecho y personal con Dios. Cuando nuestra autoformación está “revestida” del hábito franciscano, produce un fraile que es modelo de vida religiosa para los demás. Muchos frailes lloran la muerte de una persona así, e incluso después de su fallecimiento, su vida sigue teniendo un impacto como modelo y ejemplo.

Como si la quintaesencia de las recomendaciones descritas consistiera en decir que hay que hacer ascesis. Pues se trata de un esfuerzo de renuncia (a menudo a lo que es perjudicial) y de compromiso (con lo que ayuda y desarrolla). En términos actuales, por tanto, se trataría de diversas prácticas en la esfera física (actividad física, alimentación sana, descanso adecuado, exámenes y tratamientos médicos y odontológicos sistemáticos, etc.), intelectual (asistencia a cursos de formación, buena lectura, etc.), mental (cuidar el desarrollo emocional, equilibrar correctamente la vida, trabajar los recursos y déficits, emprender terapias, etc.) y espiritual (oración, vida comunitaria, retiros, emprender retos espirituales y pastorales, etc.). Estas esferas de nuestra vida están estrechamente relacionadas e interactúan entre sí, porque como individuos somos parte integrante de ellas. Yo añadiría que el ascetismo es a menudo un ayuno práctico (esfuerzo por emprender nuevas actividades, renuncia a diversos excesos, por ejemplo, comer en exceso, pasar demasiado tiempo frente al televisor o en Internet, etc.).
Probablemente podríamos añadir otras prácticas a cultivar para que la vejez en la Orden Franciscana sea bien vivida por nosotros. En todo esto, debemos practicar un estilo de vida que no sea una carga para la comunidad y nuestro ministerio, sino más bien una buena elección. Incluso la duración de nuestra vida y los frutos de nuestra eventual vejez no dependen enteramente de nosotros, sino que debemos cooperar ya desde ahora con el Señor en este asunto.
Si nos fijamos en San Francisco, veremos que trataba su cuerpo “con mucha rudeza”. Así era la espiritualidad de la época. También podemos concluir que moría en la avanzada edad de la Edad Media. Hacia el final de su vida, pidió perdón a su “hermano asno” por su duro trato y animó a sus seguidores a tratar el cuerpo como a un hermano al que hay que cuidar como es debido [4].
El ascetismo en la dimensión franciscana no consiste tanto en modelarse para ser físicamente bellos y sanos. No se trata de preservar artificialmente la eterna juventud por sí misma, sino de vivir de tal manera que sirva a la causa de la proclamación del Reino de Dios tanto tiempo y tan bien como sea posible. Entonces es posible experimentar que, a pesar de los efectos percibidos de un cuerpo que envejece, tenemos juventud en nuestro interior, porque estamos constantemente abiertos a la eternidad[5]. Pregunté a uno de los hermanos mayores qué es lo más importante para vivir bien la vejez en la Orden Franciscana. Respondió: el sentimiento de ser, a pesar de las propias imperfecciones, un instrumento útil del Señor en las manos de la Inmaculada, como se subraya en el Acto de Consagración a la Inmaculada escrito por San Maximiliano.
Nuestra espiritualidad de “penitentes de Asís” es ideal para realizar los cambios oportunos en nuestra vida, para ser el tipo de persona mayor que acogerá con paz y alegría a la hermana muerte que nos conduce a la eternidad con el Señor. Por eso, probablemente será siempre actual preguntarnos: ¿qué me gustaría ser, cómo me gustaría comportarme y cómo me gustaría funcionar en mi vejez como franciscano?


[1] Orden de Hermanos Menores Conventuales, Discípulo franciscano. Ratio studiorum, Roma 2022, n. 165, https://ofmconv.net/es/download/discepolato-francesc-ratio-stud-2022/?wpdmdl=51913&refresh=65605a0188b901700813313, 7.11.2023.
[2] Cf. Bernadeta Łacheta, Zrozumienie starości, http://bc.upjp2.edu.pl/Content/2397/lacheta.pdf, 8.11.2023.
[3] Cf. Mariola Świderska, Obawy związane ze starością̨, https://bazhum.muzhp.pl/media/files/Pedagogika_Rodziny/Pedagogika_Rodziny-r2015-t5-n3/Pedagogika_Rodziny-r2015-t5-n3-s137-150/Pedagogika_Rodziny-r2015-t5-n3-s137-150.pdf, 10.11.2023; Wikipedia, Andropauza, https://pl.wikipedia.org/wiki/Andropauza, 9.10.2023; Halina Zielińska-Więczkowska, Kornelia Kędziora-Kornatowska, Tomasz Kornatowski, Starość jako wyzwanie, https://gerontologia.org.pl/wp-content/uploads/2016/05/2008-03-3.pdf, 9.11.2023.
[4] Cf. 2 Cel 129. 201-211. 789-800.
[5] Cf. Jan Paweł II, Do moich braci i sióstr – ludzi w podeszłym wieku. List Ojca Świętego Jana Pawła II do osób w podeszłym wieku, 1.10.1999, nr 12, https://opoka.org.pl/biblioteka/W/WP/jan_pawel_ii/listy/do_starszych_01101999.html, 9.11.2023.