Simplicidad
Formación franciscana – inspiraciones (parte 5)

“El bienaventurado Francisco (…) con la mayor vigilancia y solicitud iba formando a sus nuevos hijos con instrucciones nuevas, enseñándoles a caminar con paso seguro por la vía de la santa pobreza y de la bienaventurada simplicidad”[1].

En un sentido general, la palabra “simplicidad” indica algo modesto y ordinario, una característica de algo que no es complicado, que es fácil de entender y de realizar, y la forma de ser de una persona que es humilde y sincera[2]. En nuestros documentos religiosos se define como un cierto modo de vivir pobre, moderado y ordinario; como un estilo de vida de los Hermanos Menores en el que debemos crecer y que nos hace servidores creíbles de Cristo en la misión y en la obra de evangelización[3].
Cuando, en la biblioteca del Convento, buscaba en las enciclopedias una definición clara, precisa y simple de esta palabra, le pregunté a un hermano que encontré ahí mismo qué significaba para él la simplicidad, tal como la entendía. Respondió que “la simplicidad es cuando no hago lo mío, sino que hago lo que Dios me dice que haga”. Me pareció que me dio una definición brillante. Situó la simplicidad o sencillez como algo importante en nuestra relación con Dios. Así que si alguien es un religioso que posee simplicidad, trabaja y vive como Dios quiere.
Pero en este punto, las cosas se complican para nosotros. Aparentemente se trata de una cuestión simple, pero a veces parece difícil de conseguir. La simplicidad se ve perturbada en nosotros por la “sabiduría” personal: ¿quizás sea mejor hacer esto o aquello? ¿Quizás sea más razonable otra cosa? ¿Quizás debería hacerlo en otro momento? Parece que empezamos a discernir cuál es la voluntad de Dios, pero al mismo tiempo ocurre que algo nuestro prevalece en las decisiones que tomamos. San Francisco nos sugiere: “No debemos ser sabios y prudentes según la carne, sino que, por el contrario, debemos ser sencillos, humildes y puros”; “Pues hay muchos religiosos que, so pretexto de que ven cosas mejores que las que les ordenan sus prelados, miran atrás y vuelven al vómito de la propia voluntad”[4]. Sólo aparentemente la simplicidad puede ser una dificultad para las personas creativas y activas. Probablemente sea más bien una pesadilla para quienes se centran en sí mismos y admiran sus propias ideas.
En última instancia, la simplicidad se convierte en virtud cuando invitamos al Espíritu Santo a nuestra vida y, en su presencia, empezamos a trabajar habitualmente para hacer el bien que el Señor quiere. Entonces, a través de pequeños pasos, desarrollamos la capacidad de vivir nuestra vida honestamente, sin dualidad entre lo que vivo y digo y lo que hago, poniendo gran atención a las cosas de Dios y con un sentido de unidad con nuestra comunidad, con los pobres y rechazados, con toda la creación[5]. Como hermanos simples y santos, comencemos a hacer cosas ordinarias, a realizar ministerios ordinarios, sin entrometernos o enredarnos con nuestras convicciones. Y esto parece tan extraordinario en el mundo actual… ¡Que el Señor nos dé el espíritu de la santa simplicidad!

Fray Piotr STANISŁAWCZYK
Delegado general para la Formación.


[1] 1Cel 26, Constituciones Va.
[2] Słownik języka polskiego PWN, Prostota, https://sjp.pwn.pl/sjp/prostota;2508934.html.
[3] Cfr. Constituciones (1 §3, 92, 93 §2, Vh).
[4] 2Carta a los fieles 45; Admoniciones 3, 10.
[5] Leonardo Izzo OFMCap, Prostota, w: Leksykon Duchowości Franciszkańskiej, red. Emil Kumka OFMConv, Kraków-Warszawa 2016, ss. 1514-1526.