Continuando con nuestra reflexión sobre la Carta a un Ministro, escribe el Santo de Asís:

Y en esto quiero conocer si tú amas al Señor y a mí, siervo suyo y tuyo, si hicieras esto, a saber, que no haya hermano alguno en el mundo que haya pecado todo cuanto haya podido pecar, que, después que haya visto tus ojos, no se marche jamás sin tu misericordia, si pide misericordia. Y si él no pidiera misericordia, que tú le preguntes si quiere misericordia. Y si mil veces pecara después delante de tus ojos, ámalo más que a mí para esto, para que lo atraigas al Señor; y ten siempre misericordia de tales hermanos (CtaM 9-11).

Ciertamente la palabra que resalta en este parágrafo es: misericordia. Para san Francisco, la misericordia es un atributo esencial del amor Divino[1]. Así como Dios ha sido misericordioso con nosotros[2] así también debemos serlo con el hermano que sufre, con el enfermo, el marginado y el pecador. Escribe Francisco:

El Señor me dio de esta manera a mí, hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia: porque, como estaba en pecados, me parecía extremadamente amargo ver a los leprosos. Y el Señor mismo me condujo entre ellos, y practiqué la misericordia con ellos. Y al apartarme de los mismos, aquello que me parecía amargo, se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo; y después me detuve un poco, y salí del siglo (Test 1-3).

Para el Santo de Asís, “practicar misericordia” vale más que mil oraciones y penitencias: Y ámalos en esto; y no quieras que sean mejores cristianos. Y que esto sea para ti más que el eremitorio (CtaM 7-8).
¡No hay vuelta atrás! Estamos obligados a practicar misericordia, pues Francisco, utiliza el verbo amar en imperativo – ámalo –, y esto es, porque para el Santo, el amor no es una opción, es la respuesta al mandamiento del Señor[3]. Impartir misericordia es una obligación[4].
Lo interesante, es que este “impartir misericordia” no se ejerce en el uso de la palabra, sino que, en primer lugar, esta se transmite por medio de los ojos: …después que haya visto tus ojos, no se marche jamás sin tu misericordia; dos miradas que se encuentran: quien debe impartir misericordia (en este caso el ministro) y la mirada de quien necesita de ella. Dos personas, dos hermanos, que a pesar de todo, pueden mirarse a los ojos, ninguno es más o menos que el otro, porque ambos son pecadores[5]. Sólo quién ha experimentado el perdón puede mirar con misericordia.
Francisco nos invita a transformar nuestra mirada y a mirar como Dios nos mira, a amar como Él nos ama: con misericordia.

Hasta la próxima reflexión.

Fray Elio J. ROJAS.


[1] Aconsejamos la lectura de: Papa Francisco, El Nombre de Dios es misericordia. Una conversación con Andrea Tornielli, 2016.
[2] Cfr. Adm 1
[3] “Les doy un mandamiento nuevo: Ámense unos a otros; como yo los he amado…” (Jn 13:34-36).
[4] Cfr. C. Vaiani, Storia e teologia dell’esperienza spirituale di Francesco d’Assisi. Fonti e Ricerche, Milano 2013, pp. 214-215.
[5] Es cierto también, que san Francisco se muestra duro y exigente ante ciertos hermanos, a tal punto de hablar de la expulsión de la Orden para ciertos hermanos (cfr. Rnb XIII);  y también, por ejemplo, expresa su descontento con aquellos que no viven en la obediencia, declarando que “no los considera católico ni hermanos, que no quiere verlos ni hablarles” (cfr. CtaO 44-46). ¿Cómo entender esto a la luz de la CtaM? Ciertamente, San Francisco es misericordioso con el hermano débil, que sufre tentaciones y con el pecador (cfr. 2Cel 118), pero duro con el corrupto. Como diría nuestro Papa Francisco: “Pecadores sí, corruptos no” (cfr. Papa Francisco, Misas matutinas en la capilla de La Domus Sanctae Marthae. Pecadores sí, corruptos no, Lunes 11 de noviembre 2013).