Introducción

Queridos hermanos, deseo compartir con ustedes algunos materiales sobre la vocación misionera de San Francisco. Describiré la Europa medieval en general, delinearé sintéticamente la vida religiosa de la época y la situación en las zonas no cristianas. En este contexto, podremos mostrar más claramente cómo la Buena Nueva penetró en la vida de San Francisco para inspirarlo a él y a sus primeros hermanos a convertirse en misioneros, abriendo así un nuevo capítulo de la misión en la Iglesia católica.

Fray Dariusz MAZUREK
Delegado general para la animación misionera.

La misión de San Francisco y de los primeros hermanos
1. Características generales de la pastoral en tiempos de San Francisco

El siglo XIII fue un periodo en el que la pastoral consistía principalmente en la administración de los sacramentos y en la predicación de la Palabra de Dios. Sin embargo, el servicio sacramental dejaba mucho que desear, pues acontecía que –especialmente en las grandes ciudades, donde, aunque hubiese varias iglesias, sólo una era iglesia parroquial- los fieles no sabían dónde podían bautizar a sus hijos.
También, existía la problemática sobre quién tenía el derecho al cuidado de las almas de los fieles, ya que cuando un gran número de monjes pertenecía al estado clerical, es decir, cuando el proceso de clericalización de la vida monástica les permitía realizar “la actividad pastoral”, también comenzaban a surgir malentendidos entre dichos monjes y el clero diocesano, cuyo ministerio se limitaba sobre todo a los sacramentos. Y en cuanto a la predicación, hay que decir que fueron sobre todo los obispos los que la realizaban. Los párrocos, en cambio, no tanto predicaban como leían los comentarios evangélicos para persuadir a los oyentes de que se arrepintieran.
Sin embargo, cuando el pueblo de Dios escuchaba el Evangelio, se encontraba con la barrera del latín o de argumentos redundantes, que más bien se parecían a disputas dialécticas, pues los predicadores usaban palabras demasiado eruditas. No olvidemos que en ese momento la Iglesia estaba creciendo en poder, dando un antitestimonio en muchas dimensiones, entre otras cosas a través del esplendor y la riqueza, y todo esto se convertía en alimento para los contestatarios.
Sí, había un gran deseo de renovar la vida según el modelo de la Iglesia primitiva, pero los grupos heréticos que surgieron en ese momento, aunque reunieran a personas deseosas de imitar a los Apóstoles, declaraban desobediencia a la Iglesia romana. Estos grupos eran la verdadera aflicción de la Iglesia, sobre todo porque el clero no siempre era instruido, y los monjes, formados únicamente bajo el estilo de la estabilidad, no eran muy capaces para hacer frente a los desafíos de la época. El celo apostólico mal encaminado, que en ese momento tocaba no sólo al clero sino también a muchos laicos, puso a estos últimos en el camino equivocado. El bautismo fue concebido como un rechazo radical del mundo y el mundo mismo fue identificado con todo lo diabólico. Los herejes eran gente pobre, es decir, se consideraban a sí mismo como tales y se sentían muy solidarios entre sí y con los demás pobres. Predicaban por los caminos, pero su doctrina era tan discordante con la enseñanza de la Iglesia, que al final fue precisamente esta doctrina la que contribuyó al reconocimiento de estos movimientos como heréticos. Con su aparición, evidenciaron que tener la autoridad derivada de la asunción de un oficio específico en la Iglesia para poder evangelizar, no era suficiente; se necesitaba, en primer lugar, vivir la Buena Nueva en primera persona, para sólo entonces poder ser testigos de ella. Y esta era precisamente la acusación que los herejes dirigían a los sacerdotes y a la jerarquía de la Iglesia.
Ante esta situación, las Órdenes mendicantes del siglo XIII debían convertirse en una alternativa a estos grupos y, al mismo tiempo, en un contrapeso al esplendor y riqueza de la Iglesia y de la nueva clase social emergente, la burguesía, invadida mayoritariamente por el afán de enriquecimiento. Los conventos de los religiosos mendicantes se ubicaban en las ciudades para poder realizar más fácilmente el cuidado pastoral de la gente. Tenían sus representantes en las más importantes universidades. también se ocupaban de defender las verdades cristianas contra los herejes antes mencionados, de predicar entre los fieles y de difundir la fe entre los no creyentes.
Fue en este ambiente que San Francisco de Asís apareció. No huyó de él, pero descubrió que estaba llamado a anunciar la Buena Nueva como “heraldo del gran Rey”, primero con el testimonio de vida y, si el Señor así lo permitía, también con las palabras. Pero de esto trataremos en los siguientes números.

Basado en:
ESSER K., Temas espirituales, Oñate (Guipúzcoa) 1980.
GEMELLI A., Franciszkanizm, Warszawa 1988.
KŁOCZOWSKI J., Chrześcijaństwo i historia. Wokół nurtów reformy chrześcijańskiej VIII – XX wieku, Kraków 1990.
MICÓ J., Los hermanos vayan por el mundo. El apostolado franciscano, SelFr 62 (1992) 213-238.
ORLANDIS J., La Iglesia antigua y medieval, in: Historia de la Iglesia, vol. I, Madrid 1982.
ROCHA M., San Francisco. El profeta de Asís, SelFr 16 (1977) 19-27.

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