Fray Luigi nace en Tebourba – Túnez en el 1910, lugar a donde sus padres emigraron de Palermo en busca de trabajo, el padre como constructor y la madre con su negocio de productos alimenticios; apenas pocos meses después regresa a la ciudad de origen con toda la familia. Aquí aprenderá rápidamente a conocer a Jesús, pues el ambiente en que vive es profundamente religioso y lo lleva a recibir la primera Comunión y la Confirmación cuando tenía poco más de seis años.

Algo que lo distinguirá de sus compañeros será su predisposición natural a la oración solitaria y silenciosa, a menudo en contacto con la naturaleza, ante la cual se maravilla. De esta manera, nadie se sorprendió ni se opuso ante su anuncio de querer entrar en el seminario con apenas 12 años, más bien sería orientado a participar en un primer momento del grupo de monaguillos de la catedral de Palermo y luego del Oratorio de San Felipe Neri. En estos dos lugares resistiría poco tiempo, pues el muchacho se sentía atraído hacia otras cosas.
De hecho, el día en que tuvo entre sus manos la vida de San Francisco de Asís, no necesitó siquiera terminar su lectura, pues cuando estaba a la mitad exclamó: «Basta, ¡esto es lo mío!». Ante la idea de convertirse en fraile, el papá se adaptaría bien, la mamá no, pues estaba muy ligada a este su hijo más pequeño; será él mismo quien le arranque su consentimiento mediante una carta que le dejó debajo del plato el día de su fiesta; la mamá se conmovió tanto que lo dejaría partir. A los que le preguntan a Filippo por qué quiere ir al seminario, responderá sencillamente: «Me hago religioso para ser santo».
El 15 de octubre de 1922 entra en el Convento de Mussomeli (Caltanissetta-Sicilia) y el año siguiente toma el hábito franciscano, para luego ser trasladado al seminario franciscano de Montevago en Agrigento (Sicilia), sin olvidar nunca el motivo que lo llevó a entrar en el Convento: «hacerme santo, un gran santo». Su guía espiritual, Fray Pellegrino CATALANO, ha hecho llegar hasta nosotros un precioso testimonio de aquel periodo, donde lo describe como «modelo de religiosa virtud», atestiguando que en aquel muchacho –muy vivaz apenas pocos años atrás- destacan «la obediencia ilimitada, la sencillez casi infantil, el amor a la Santa Eucaristía, a la Cruz, a la Virgen Madre»; es por esto que «cuantos se acercaban a él y lo veían, también los seglares, se quedaban admirados».
Es fácil decirlo, pero un poco menos realizarlo: todos se dan cuenta de los esfuerzos que este hermano debe hacer para controlar su carácter exuberante y dominar su índole inquieta y efervescente. Que de este esfuerzo suyo cotidiano no surgiría una personalidad mortificada y retorcida, podemos deducirlo del intercambio de correspondencia epistolar con sus hermanas, de la cual, en cambio, emerge muchísima felicidad, tanta que casi se le puede tocar y que nace de su completa donación, en su intento por «satisfacer el deseo» que Jesús tiene puesto en él: hacerse santo.
Algo que complicaría la ascesis de este muchacho especial, sería la llegada de una fuerte anemia antes de los 16 años, la cual lo dejaría muy debilitado e incapaz de realizar el mínimo esfuerzo en los estudios, también a causa de crueles jaquecas. Pero, quien piense que a causa de tan gran prueba física flaquee su fervor y su ímpetu espiritual, se equivoca; de hecho los superiores tendrán que intervenir con su autoridad para convencerlo de mitigar su penitencia y sus largas horas de oración.
Mientras tanto, la enfermedad avanzaba, con brevísimas treguas que le sirven para sacar adelante sus estudios, para iniciar el año de Noviciado y emitir la Profesión simple a finales del 1926. El año siguiente regresa a Mussomeli, donde atravesó un doloroso periodo en el que siente de estar en un «desierto de aridez espiritual»; es perseguido por pesadillas nocturnas y frecuentes tentaciones, que revelan la lucha de las fuerzas del mal por minar el deseo de santidad que siempre ha tenido. Contra las pesadillas y los monstruos aterradores que turban su sueño, Fray Luigi reacciona a base de cordonazos y Aves María, aferrándose a la Eucaristía con una confianza conmovedora.
Una vez de regreso en el Convento de Palermo, después de muchos altibajos de salud y de recibir la tonsura y las Órdenes menores, la enfermedad lo abatiría definitivamente el 15 de octubre de 1931 en su casa, donde había ido para encontrarse con sus padres. Obligado a permanecer en cama durante los 4 meses sucesivos, se apagará dulcemente el 12 de febrero de 1932, mientras susurraba: «¡Qué dulce es el paso al cielo!». Desde el 16 de mayo de 1992, sus restos mortales descansan en la iglesia parroquial del Sagrado Corazón de Jesús (de la “Noce”) en Palermo.
La instrucción diocesana de Fray Luigi fue abierta del 30 de marzo de 1985 al 19 de octubre de 1988 en la Curia diocesana de Palermo; su validez jurídica fue reconocida por la Congregación el 21 de febrero de 1992. La Positio (completada en el 1997) fue debatida el 8 de mayo del 2014 por el Congreso Peculiar de los Consultores Teólogos, que comprobaron la heroicidad de sus virtudes después de las respuestas por parte de la Postulación a sus preguntas.
Con el decreto del Papa Francisco del 14 de junio del 2016, el Siervo de Dios hoy puede ser invocado con el título de Venerable. Todos estamos invitados a invocar su intercesión, para que pronto pueda ser Beatificado.

Gianpiero PETTITI
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