Formación franciscana – inspiraciones (parte 22)
“Es oportuno que en cada Provincia y Custodia, o en colaboración entre diversas Provincias o Custodias, haya un eremitorio o una casa de oración, en los que, los hermanos que lo pidan, obtenido el consentimiento del Ministro o Custodio, puedan dedicarse más intensamente a la oración durante un período determinado de tiempo, en el espíritu de la Regla de Vida para los Eremitorios”[1].
Hace muchos años, hablamos en comunidad de la idea de crear un eremitorio. Resultó que una familia amiga quiso regalarnos un terreno para este fin en una colina apartada, bajo un bosque, con una hermosa vista de nuestro Convento. En aquel momento, no estábamos en condiciones de organizar una nueva comunidad para llevar una vida basada en la Regla de vida para los eremitorios de San Francisco de Asís. Decidimos proponer algo para aquellos que buscaban un lugar donde poder venir por un tiempo, alejarse de sus actividades y de los problemas que estaban viviendo, y dedicarse a la oración. Compartimos esta idea con el Ministro y los Hermanos de la Provincia. Nuestra página web permitió un intercambio de opiniones. Para nuestra sorpresa, resultó que los Hermanos no estaban entusiasmados con la idea de apoyar este trabajo. Muchos consideraban esta idea no sólo superflua, sino incluso tóxica. Señalaron que en un eremitorio de este tipo no se sabe qué hará un determinado fraile, quién le servirá a la hora de hacer la compra y preparar las comidas, quién organizará el programa del día y quién supervisará su ejecución. Algunos compartían el temor de que quienes utilizaran un lugar así cayeran en el orgullo y se consideraran mejores religiosos, mientras que otros opinaban que tales ideas eran fantasías inútiles: fomentaban la pereza y distraían de la necesidad de comprometerse aún más en el servicio pastoral diario.
El eremitorio, en forma de pequeña casa aislada para quienes deseaban pasar un periodo de ejercicios espirituales, surgió años más tarde y ya no suscita tanta polémica. Ni siquiera acudían a ella grandes multitudes, aunque siempre atraía a un pequeño grupo de personas que buscaban el encuentro con Dios en el silencio y en la austeridad de una vida sin las comodidades cotidianas.
La idea de un Convento cuya vida tenga sabor a eremitorio nos la legó san Francisco en su Regla de vida para los eremitorios. De vez en cuando, la idea de revivir una vida así se reaviva y se pone en práctica en algunas Provincias. Sin embargo, puede parecer que en nuestra vocación y misión, una vida que pone el acento en alejarse de las actividades cotidianas, en entrar en el silencio, en dedicar una parte esencial de la actividad a la oración, es una evasión de los compromisos y deberes diarios. Al fin y al cabo, en los Conventos hay oratorios, se organizan jornadas de retiro, se hacen ejercicios espirituales. Por tanto, surge la pregunta: ¿son necesarios en nuestras vidas los Conventos que se convierten en casas de oración? Tanto más cuanto que nuestro carisma pone especial énfasis en asumir y realizar en comunidad la misión a la que nos llama la Iglesia. ¿Qué nos sugiere San Francisco de Asís al respecto?
Siguiendo el pensamiento de nuestro Padre y Fundador, cada Hermano tiene su propia celda donde puede encontrarse a sí mismo. Dondequiera que vaya, haga lo que haga, debe recordar que es un ermitaño. Porque el alma de cada fraile, a través del silencio y el recogimiento, debe estar dispuesta a orar y contemplar a Dios en todas partes[2]. Buscar un lugar tranquilo, sin los problemas cotidianos y las preocupaciones pastorales, puede ser una forma de evasión. Francisco distingue entre la vocación a vivir en un eremitorio y la tentación de la soledad o de buscar la llamada santa paz. Recordemos aquí su respuesta al Ministro que, en el eremitorio, quería esconderse de las dificultades que experimentaba en la relación con sus hermanos: “Y ámalos en esto…. Y que esto sea para ti más que el eremitorio”[3]. Ahora bien, él mismo practicaba a menudo el alejamiento periódico de la gente[4]. Siente la necesidad del silencio y la soledad, porque es el espacio en el que experimenta la presencia de Cristo, aprende a escucharle y se deja cambiar por Él para tener la fuerza de “abandonar el mundo” según su voluntad.
Para Francisco y sus Hermanos, el eremitorio parece un lugar bendito. Es una escuela de vida; aquí aprenden a encomendarse a sí mismos, a los Hermanos y a los diversos asuntos humanos, al Señor en la oración. A ello les ayuda una vida sencilla y pobre, el ayuno y la comunidad. Una comunidad así, que vive en la presencia de Dios, es visitada con entusiasmo por diversas personas que necesitan consejo, servicio, apoyo, todo lo que es bueno y se puede recibir de los hombres de Dios. Por eso, con el tiempo, surge una división de papeles en la comunidad. Hay un grupo de Hermanos que no son sólo una guardia de seguridad contra los que se acercan a la portería, sino que son como una madre para los Hermanos que se dedican a la oración. Se ocupan de sus necesidades cotidianas, son una barrera contra la multitud de compromisos diarios, las novedades y el ajetreo del mundo[5]. Los Hermanos que realizan periódicamente el servicio de María tienen garantizado el tiempo para el recogimiento y la contemplación. Los Hermanos que realizan el servicio a la manera de la evangélica Marta aprenden a servir a las personas y a la comunidad[6].
Desde los comienzos del movimiento franciscano, el lugar aislado atraía a menudo a los Hermanos por su belleza, su silencio y la experiencia de una relación íntima con el Señor. Sin embargo, Francisco, junto con los primeros frailes, reconoció la tentación de lo que podríamos llamar: una mecedora, pantuflas y una cálida chimenea. En efecto, es fácil quedarse en lo que atrae, concentrarse en uno mismo y olvidar la pregunta al Señor: ¿qué debo hacer?[7]. En el discernimiento definitivo del carisma de los Hermanos menores, nació un modelo de vida pendular: contemplación en el eremitorio y evangelización entre la gente[8]. Del lugar solitario, los Hermanos vuelven al pueblo para predicar el Evangelio. Y de las actividades pastorales, vuelven al eremitorio para dedicarse a la contemplación. En nuestras realidades pastorales cotidianas, esa vida la realizan los Hermanos que vuelven a los Conventos después de un compromiso pastoral.
Mirando a San Francisco, podemos decir que él trata su estancia en el eremitorio como una vocación y un don de Dios. A menudo se habla de sus estancias como de un tiempo de llenarse de Dios. Tal vez sea una forma demasiado figurativa y desafortunada de describir la dinámica espiritual del eremitorio. Pero lo cierto es que, en los lugares de aislamiento, el Poverello experimenta la presencia del Crucificado desde el inicio de su conversión. Esta relación con el Señor se desarrolla hasta la cercanía íntima con Él. En el espacio del eremitorio, el Altísimo deja los estigmas en el cuerpo de Francisco. Su corazón, purificado de la angustia, le permite volver al pueblo y llevarle las Alabanzas al Dios Altísimo[9].
Cuando miramos la historia del renacimiento de nuestra Orden, parece que muy a menudo tuvo lugar en la soledad del eremitorio[10]. ¿Por qué? Porque es allí donde muchos santos franciscanos experimentaron lo que llamamos un renacimiento de la vida espiritual.
Siguiendo esta línea de pensamiento, esperamos que la estancia en el eremitorio sea un tiempo y un lugar que dé en el corazón del Hermano los frutos de la sanación interior, sin la cual se experimentan continuamente en el corazón diversas angustias y frustraciones. Por tanto, podemos esperar del Hermano ermitaño una disposición para bendecir y alabar al Señor y un deseo de servirle. Seguramente esto es lo que necesitan las personas que encontramos en nuestro trabajo pastoral diario. Esperan a quienes les lleven la Buena Nueva de la que están saciados. Experimentamos que la actividad pastoral a menudo nos absorbe, casi privándonos de la motivación y la fuerza para permanecer en nuestro eremitorio conventual cotidiano. A veces, los días de retiro y los breves ejercicios espirituales ya no bastan para calmarnos y recogernos. ¿Vale la pena, pues, pensar en resucitar estas casas de oración en diversas partes de nuestra Orden?
Fray Piotr STANISŁAWCZYK
Delegado general para la formación.
[1] Constituciones OFMConv, Roma 2019, art. 46, § 3.
[2] Cf. LP 108.
[3] Carta a un Ministro 7-8.
[4] Cf. Tadeusz Starzec OFMCap, Św. Franciszek z Asyżu i jego reguła życia w pustelni, Cracovia 2011, p. 164.
[5] Cf. Regla de Vida para los Eremitorios 8.
[6] Cf. Wiesław Block OFMCap, Wszystkim chrześcijanom. Duchowość Franciszka z Asyżu w świetle jego pism, vol. IV: Ja, brat, Cracovia 2029, p. 161-164.
[7] Cf. 2Cel 2, 6.
[8] Cf. 1Cel XIV; Leyenda Mayor II, 5; Actus 15.
[9] Cf. Marino Bernardo Barfucci OFM, Alwernia, in: Leksykon duchowości franciszkańskiej, editado por E. Kumka OFMConv, Cracovia-Varsovia 2016, p. 10-22.
[10] Cf. Chiara Elisabetta Blundetto OSC, Eremityzm, in: Leksykon duchowości franciszkańskiej, editado por E. Kumka OFMConv, Cracovia-Varsovia 2016, p. 350-378.