Compartir la Palabra 
Formación franciscana – inspiraciones (parte 12) 

“Dado que la predicación, anuncio de las maravillas de Dios en la historia de la salvación, se debe inspirar sobre todo en la Sagrada Escritura, los hermanos lean, escuchen y profundicen diariamente la Palabra de Dios, imprimiéndola en su corazón, para testimoniar mejor la vida evangélica y comunicar más adecuadamente a los demás las verdades meditadas”.[1]

 

Me viene a la memoria la experiencia de compartir la Palabra de Dios con un grupo de personas con adicciones, con las que trabajé en uno de nuestros centros. Introdujimos clases de biblioterapia en el programa. La biblioterapia es uno de los métodos terapéuticos que utilizan la literatura para tratar a los pacientes.[2] Por supuesto, se podía elegir una variedad de libros, cuentos, historias y artículos de valor para su uso; nosotros elegimos la Biblia. Una vez a la semana, normalmente el sábado por la tarde, el grupo se reunía y reflexionaba sobre el Evangelio del domingo siguiente. Los principiantes aprendían a buscar un pasaje escogido de las Escrituras, un voluntario lo leía, luego había una breve introducción exegética y un tiempo para la meditación. Después de la meditación, cada uno podía compartir su comprensión de la Palabra de Dios, cómo se aplica a su vida, qué es importante en el texto meditado… Después de estas reuniones, siempre tenía la convicción concreta de que estaba preparado para predicar la homilía del domingo siguiente. Los domingos, los pacientes del centro asistían a la Eucaristía en la iglesia de su parroquia y, cuando volvían, comentaban la homilía que habían escuchado. A menudo compartían que nuestra biblioterapia les daba más claridad que lo que acababan de oír en la iglesia…
Bajo la influencia de estos encuentros, reflexioné más a menudo sobre mí mismo y sobre nuestra vida religiosa en el contexto de la vivencia de la Palabra de Dios. Surgieron en mí algunas preguntas: Para mí, ¿es el Evangelio algo que vivo cada día, o es sólo material que utilizo para el trabajo pastoral o terapéutico? ¿Veo las diversas cuestiones y situaciones de la vida a la luz de la Sagrada Escritura? Si es así, ¿esto se ve y se siente en lo que hago y digo? También podemos aplicar estas preguntas a nuestra vida en las comunidades: en ellas, ¿sentimos y vemos a diario (en nosotros mismos y en otros hermanos) que, en las diversas cosas que vivimos, buscamos luz e inspiración en la Biblia?
¿Qué nos sugiere San Francisco a este respecto? «La Regla y vida de los Hermanos Menores es ésta, es decir, observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo…”.[3] Para él, el Evangelio era la luz sobre cómo actuar, cómo seguir a Cristo y cómo servirle. Quería seguir a Jesús lo más fielmente posible, dejándose formar por Él en la Iglesia. La Palabra de Dios no sirvió a nuestro San Francisco para reformar la Iglesia o para resucitar la vida de la comunidad primitiva reunida en torno a Cristo. La Escritura le dio la luz para convertirse él primero.[4] Invocaba con naturalidad la Palabra de Dios en diversos momentos de su vida. También animaba a los hermanos a estudiarla; no tanto por curiosidad, sino para que, con la ayuda del Espíritu Santo, se hicieran mejores por amor y, al mismo tiempo, pudieran renunciar a la santurronería.[5] Surge en mí la convicción de que ésta debería ser la dirección principal en la configuración de nuestro estilo de vida y nuestra manera de referirnos a la Palabra de Dios. No tanto estudiarla para «brillar» con conocimiento e inteligencia, para predicar un sermón de forma fascinante, sino para absorberla de tal manera que llene y transforme nuestros corazones y nuestras comunidades: “Y son matados por la letra aquellos religiosos que no quieren seguir el espíritu de la divina letra, sino que desean más bien saber únicamente las palabras e interpretarlas para los otros. Y son vivificados por el espíritu de la divina letra aquellos que no atribuyen al cuerpo toda la letra que saben y desean saber, sino que, con la palabra y el ejemplo, la devuelven al altísimo Señor Dios, de quien es todo bien”.[6]
En nuestras Constituciones veo ese impulso a meditar la Sagrada Escritura y a compartirla en comunidad: “El Capítulo conventual programe momentos de escucha, oración y reflexión sobre la Palabra de Dios, y toda la fraternidad comparta lo que la Palabra ha inspirado a cada uno”.[7] Tenemos aquí una pista sobre el tiempo y el lugar: dónde y cuándo organizar la meditación en la comunidad y para la comunidad (aunque hay conventos en los que los hermanos se reúnen más a menudo en grupos para compartir). De este modo, podemos encontrar un lugar estable para «partir» el Evangelio como el pan; no tanto por la «profesión» de predicar, sino por el don que podemos ofrecer a otros hermanos. La Palabra así compartida amorosamente se multiplicará en nosotros y, las más de las veces, nos dará más fuerza y luz para el resto de nuestra vida y ministerio.

Fray Piotr STANISŁAWCZYK
Delegado general para la formación


[1] Hermanos Menores Conventuales, Constituciones, Roma 2019, art. 99, § 2.
[2] Cf. M. Grudzińska, Biblioterapia – na czym polega leczenie poprzez literaturę, https://portal.abczdrowie.pl/biblioterapia, 18.02.2023; R. Mininno, Cos’è la biblioterapia, http://www.biblioterapia.it/biblioterapia.html, 18.02.2023.
[3] Rb 1 FF 75.
[4] Cf. K. Esser, Melius catholice observemus. Objaśnienia Reguły w świetle pism i wypowiedzi św. Franciszka, in: Franciszkańska Reguła życia, a cura di Hardick L., Terchlűsen J., Esser K., Niepokalanów 1988, p. 93-197.
[5] Cf. A. Drago, Słowo Boże, Pismo święte, in: Leksykon duchowości franciszkańskiej, a cura di Emil Kumka OFMConv, Kraków-Warszawa 2016, p. 1836-1850.
[6] Adm VII, 3-4.
[7] Hermanos Menores Conventuales, Constituciones, Roma 2019, art. 44, § 4.