“Tú eres belleza”
Formación franciscana – inspiraciones (parte 10)

El espíritu de fraternidad se extiende hasta abrazar a toda la creación, que San Francisco ve como un reflejo de la belleza y bondad de Dios: «Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas»[1].

 

Durante nuestros estudios en el seminario, ponemos especial atención al embellecimiento de la liturgia. Dedicamos muchos medios económicos y tiempo a la decoración de nuestro templo, a los ensayos y a la preparación de las distintas fiestas y celebraciones. Me impresionó mucho la confesión de un hombre que vino hasta nuestra hermosa Basílica de Cracovia un Jueves Santo. Después de la liturgia, vino a la sacristía para compartir lo que había vivido. Dijo que había llegado a la ciudad para visitar a su familia. Vino a la liturgia sólo porque la familia asistía a la Eucaristía de la tarde y no quería quedarse solo en casa. Añadió que había perdido la fe muchos años antes; debido en parte a una confesión difícil en la que el confesor le trató mal. Dejó de asistir a la iglesia, e incluso en privado dejó de rezar. Esa tarde, sin embargo, quedó embelesado por el encanto del templo, la belleza de la liturgia y, sobre todo, por el canto: “El Señor nos ha dado el Pan celestial para la vida eterna…”. Deseaba recibir la Sagrada Comunión. Después de la liturgia, pidió la confesión, por primera vez en 20 años…

La belleza puede ayudarnos a acercarnos a Aquel que no sólo es el creador de la belleza, sino que es la belleza misma. San Francisco de Asís admira a Dios, es hermoso para él, le atrae y fascina, atrae su mirada en la oración[2]. Contemplando el rostro de Dios, experimenta quién es el Señor y, describiendo en el Alverna quién es Dios, exclama también: “Tú eres belleza”[3]. Se podría decir que la experiencia mística de la presencia de Dios, que da sentido a todo lo bello, llenaba de paz al Poverello, le daba consuelo y descanso. Su respuesta, una oración de alabanza. Al estar en íntima relación con la Belleza, él mismo se volvía interiormente bello[4].

La visión del mundo de Francisco está impregnada de admiración por el mundo, lo que naturalmente provoca la alabanza de su Creador[5]. Mirando al mundo, el seguidor de San Francisco lee el libro de amor de Dios. Desea multiplicar esta belleza, compartirla; desea llevarla a los demás, no tanto como una teoría, sino como algo que uno puede dar naturalmente, porque está dentro de uno mismo. Quiere llevar la belleza porque ésta inspira a buscar a su Creador.

¿Qué es esta belleza? En el sentido clásico, es la característica de una realidad que hace que uno sea capaz de admirarla. La mayoría de las veces, esta característica está relacionada con algún tipo de armonía, proporción, adecuación, moderación o utilidad[6]. En la espiritualidad franciscana, la belleza lleva al hombre a adorar al Creador, de alguna manera natural y directa. El hombre es capaz de sentir admiración hacia el Señor cuando contempla la belleza de la naturaleza, es decir, cuando lee el libro de amor de Dios. En este camino, como San Francisco, comienza a volverse interiormente bello, contempla lo que es objeto de su admiración, no se detiene en la fealdad; es más proclive a adorar y bendecir que a lamentarse y quejarse. La belleza es útil porque es el camino hacia Dios; ayuda a buscar a Aquel que es la belleza y hace bello el propio camino del hombre que conduce a Él (el orden es bello, el ministerio es bello, etc.). Lo que hacemos y cómo vivimos se vuelve bello cuando la presencia de Dios lo impregna, cuando le confiamos nuestras vidas y nuestras acciones[7].

Cabe destacar que hemos grabado de forma natural la asociación: “Lo bueno es bello”. De hecho, algunas estrategias de marketing la utilizan. Probablemente, también tengamos la experiencia de que esto no siempre funciona en la realidad. Vemos a una mujer o a un hombre bellos, pero no necesariamente se comportan bien. Incluso en la lucha espiritual podemos sucumbir a diversas ilusiones sobre lo que nos atrae como bello y no viene del Señor. A veces, por tanto, surge en nosotros una desconfianza hacia lo que percibimos subjetivamente como bello. Incluso nuestra sensibilidad es variopinta: tenemos gustos diferentes: una persona admira una realidad, mientras que a otra no le gusta nada. Probablemente conozcamos esta sensación cuando hemos visto algo hermoso, y naturalmente hemos deseado compartirla con los demás. La contemplación común de la belleza y la admiración compartida unen a las personas. Al mismo tiempo, sentimos decepción cuando los demás no comparten nuestro enamoramiento. Vemos que las diferencias en la percepción de la belleza dependen de la educación, la cultura, el género (por ejemplo, las mujeres tienen una sensibilidad diferente a la belleza que los hombres). Cada vez más, observamos que algunas personas también ven la belleza en la fealdad (como se muestra no pocas veces en el arte contemporáneo)[8].

No obstante, supongamos que la norma sea la belleza que se expresa en una estética impregnada de armonía. Cuando digo estética, me refiero a la sensibilidad hacia la belleza. Esto, a su vez, requiere formación, porque necesitamos tener dentro de nosotros una norma, en la que no habrá carencia ni exceso (ni hipersensibilidad). Así que, si reconocemos que la belleza puede ser el camino hacia su Creador, vale la pena considerar cómo podemos cooperar con Él. ¿Quizás valga la pena crear belleza a nuestro alrededor a través de pequeñas acciones? El espíritu de fraternidad nos inspira a comprometernos, a multiplicar la belleza que nos rodea y a compartirla con el mundo. En nuestra experiencia del mundo, la minoridad, la humildad, la sencillez, brindan a tales acciones una característica especial: crear cosas bellas y evitar el esplendor (porque el esplendor es una especie de fruto del orgullo, oscurece lo esencial con su exceso). La estética, la limpieza, el orden (en nuestras habitaciones, conventos, capillas, iglesias y su entorno) son elementos fundamentales de la belleza. No perturban la pobreza y la sencillez, y vale la pena interesarse en ellos. En cambio, su ausencia, en lugar de atraer, puede provocar desánimo. Por otra parte, es bueno recordar que la belleza y el orden de nuestras iglesias, capillas, conventos, celdas o de nuestras vidas, de nada servirán si permanecen cerrados a los demás

Fray Piotr STANISŁAWCZYK
Delegado general para la formación.


[1] Hermanos Menores Conventuales, Constituciones, Roma 2019 (cap. III, Introducción espiritual, j).
[2] Cf. T. Matura, Św. Franciszek z Asyżu na nowo odczytany (Relectura de San Francisco de Asís), Kraków 1999, p. 201.
[3] Cf. A. Zając, Oblicze Boże w doświadczeniu św. Franciszka z Asyżu (El rostro de Dios en la experiencia de San Francisco de Asís), en: Oblicze Boże: teologia, ikonografia, duchowość (El rostro de Dios; teología, iconografía, espiritualidad), a cargo de A. Zając, Kraków 2021, p. 135.
[4] Cf. A. Zając, Schronienie w Bogu, który jest piękny! (Refugiarse en Dios que es belleza), http://poslaniecantoniego.pl/pl/artykuly/schronienie-w-bogu-ktory-jest-piekny, 3.11.2022.
[5] Cf. 1 B 9, 6-9.
[6] Cf. Wikipedia, Piękno (Belleza), https://pl.m.wikipedia.org/wiki/Piękno, 3.11.2022.
[7] Cf. A. Kruszyńska, Piękno (Belleza), en: Leksykon duchowości franciszkańskiej (Léxico de la espiritualidad franciscana), a cargo de E. Kumka, Kraków-Warszawa 2016, p. 1274-1279.
[8] Cf. A. Arno, „Czym jednak jest piękno, tego nie wiem” (Pero qué sea la belleza, no lo sé), https://www.miesiecznik.znak.com.pl/czym-jednak-jest-piekno-tego-nie-wiem/, 3.11.2022.