Formación franciscana – inspiraciones (parte 2)
Aprender, educar y formar

El objetivo fundamental de la formación permanente es la renovación…[1].

Imaginemos esta situación: en un determinado Convento, los hermanos deciden renovar su vida religiosa. Se reúnen en Capítulo y comienzan a discutir cómo cambiar su vida. Deciden releer la Regla, las Constituciones, las disposiciones vigentes de los Estatutos y presentar sus propuestas para el siguiente Capítulo. Cuando se reúnen a la hora acordada, comienzan a discutir. Alguien sugiere rezar el Oficio completo. Otro hermano quiere introducir la adoración diaria y la Eucaristía celebrada juntos. Otro, que los hermanos se encarguen ellos mismos de todo el trabajo del Convento, y usen el hábito durante la oración, las comidas, el trabajo y el servicio. Otro más pide deshacerse de los automóviles, las cosas inútiles y caras, y no utilizar el dinero. Otro propone renunciar a los teléfonos inteligentes y a los ordenadores personales, y tenerlos todos en común…

Podemos decir que en este Convento se está construyendo una estructura externa fuerte; uno puede apoyarse en ella para crecer espiritualmente de una manera hermosa… Quizá en un Convento así entren muchos candidatos a la vida religiosa, fascinados por el testimonio de vida de la comunidad. Puede ser que los hermanos, satisfechos con la perfección de su vida comunitaria, lleguen a decir que los hermanos de otros Conventos no viven tan perfectamente como ellos y por eso no se sienten cómodos en esos Conventos; se pelearán con sus superiores cuando querrán mandarlos a otros lugares. Podría ser también que con el tiempo deseen crear una nueva rama independiente de la Orden. Sin embargo, hay un cierto peligro en esta renovación: se trata de varias formas de triunfalismo. Es fácil caer en la complacencia de ser mejores, más santos que los demás, de tener más vocaciones…[2] Lo sabemos no sólo por la historia de nuestra Orden. Creo que muchos de nosotros recordamos el estilo ideal que la vida espiritual de los primeros años de formación en la Orden. En esos momentos, ¿no llegamos a mirar a los hermanos mayores y a juzgarlos por no ser tan perfectos como nosotros?

Desde sus orígenes, nuestra Orden ha estado impregnada del espíritu de renovación. Cuando observamos la vida de San Francisco de Asís, de sus hermanos y de sus sucesores, podemos ver que una de sus características era el deseo de renovar su unión con Cristo a través de la penitencia. Sin embargo, parece que con el tiempo empezaron a dar más importancia a las diversas estructuras externas, que debían expresar el espíritu de un retorno a la observancia rigurosa de la Regla. Esta es probablemente nuestra tendencia: cuando olvidamos que nuestro objetivo no es la observancia religiosa sino la pertenencia a Cristo, empezamos a organizar la vida, nuestra y de los demás, “a nuestra modo”. Así se reconstruye la historia: desde sus orígenes celantes y carismáticos, pasando por diversas controversias, crisis y creación de nuevos documentos, hasta la constante aparición de nuevas reformas o la muerte de una comunidad envejecida.

Las estructuras son sin duda necesarias y útiles. Pero al vivir la propia vida, su función es necesaria para fortalecer nuestra fuerza interior; para no caer cuando falta ese apoyo ideal. Tal vez se observe a veces que, en la formación inicial, los hermanos más celantes abandonan rápidamente la vida religiosa cuando no hay alguien que les organice el tiempo para la oración, los retiros, la meditación… Se puede encontrar la definición de alguien como: “el hombre – la enredadera”; la enredadera crece hacia arriba si se le fija una clavija en medio, pero si se le retira, entonces la enredadera cae. Desde el principio de nuestra vida religiosa estamos sometidos a influencias externas. Adquirimos conocimientos, habilidades y experiencias adecuados. Se nos programa para aprender, se nos educa para comportarnos bien y se nos forma para profundizar nuestra relación con Dios. Sin embargo, una vez que superamos la etapa de la formación inicial, nos vemos envueltos en servicios y situaciones en que esa estructura tan idealmente organizada empieza a fallar. Por lo tanto, necesitamos apoyarnos en una estructura interior y reforzada, que podemos llamarla “auto (por sí mismos)”. Esto significa que podemos seguir creciendo mediante el auto-estudio, la auto-educación y la auto-formación. Esto se convierte en nuestra penitencia hecha vida, refresca nuestro espíritu y contribuye a la renovación de nuestra vida evangélica, y por tanto a la renovación de los hermanos y de la Orden [3].

Fray Piotr STANISŁAWCZYK,
Delegado general para la formación.


[1] Orden de Hermanos Menores Conventuales, Constituciones, Roma 2019, n. 176.
[2] Papież Franciszek, Prado Fernando, Siła powołania. O życiu konsekrowanym i poprawie relacji w Kościele, Poznań 2018, p. 83-85.
[3] Timothy Kulbicki OFMConv, Robert M. Leżohupski OFMConv, Komentarz do odnowionych Konstytucji Zakonu Braci Mniejszych Konwentualnych, Niepokalanów 2020, p. 228.