2. Invitación a la predicación

La voz de Cristo escuchada por Francisco en San Damián, que lo llama a reparar la Iglesia, según la narración de Tomás de Celano (cfr. 2Cel 10), se refería a la misión que nuestro Santo debía emprender en la Iglesia universal. De hecho, la historia ha demostrado que Jesús no sólo quería la reconstrucción de algunas iglesias cercanas; cuando llegaron los primeros hermanos, Francisco entendió que la tarea que debía cumplir era universal, una tarea que concernía no sólo a la salvación de ellos mismos, sino también de las demás personas.
Ningún director espiritual lo ayudó a descubrir esta tarea, sino que fue instruido por Dios mismo sobre cómo debía vivir. El Evangelio se convirtió en su punto de referencia. Él mismo lo expresa en su Testamento: “…debía vivir según la forma del santo Evangelio” (Test. 14). Exactamente en el 1208, durante la Eucaristía, escuchó las palabras sobre el envío de los discípulos por parte de Jesús. Pudo haberse tratado de un texto del Evangelio según san Mateo, en el que Jesús envía a los doce (cfr. Mt. 10, 5-15), o también del Evangelio según san Lucas, que describe el envío de los setenta y dos (cfr. Lc. 10, 1-16).
Refiriéndose a la cita de Mateo, San Buenaventura describió así tal evento: San Francisco, “cuando en cierta ocasión asistía devotamente a una misa que se celebraba en memoria de los apóstoles, se leyó aquel Evangelio en que Cristo, al enviar a sus discípulos a predicar, les traza la forma evangélica de vida que habían de observar, esto es, que no posean oro o plata, ni tengan dinero en los cintos, que no lleven alforja para el camino, ni usen dos túnicas ni calzado, ni se provean tampoco de bastón. Tan pronto como oyó estas palabras y comprendió su alcance, el enamorado de la pobreza evangélica se esforzó por grabarlas en su memoria, y lleno de indecible alegría exclamó: «¡Esto es lo que quiero, esto lo que de todo corazón ansío!». Y al momento se quita el calzado de sus pies, arroja el bastón, detesta la alforja y el dinero y, contento con una sola y corta túnica, se desprende la correa, y en su lugar se ciñe con una cuerda, poniendo toda su solicitud en llevar a cabo lo que había oído y en ajustarse completamente a la forma de vida apostólica”. (LM III, 1)
San Francisco, inspirado por estas palabras, en su celo apostólico era guiado solo y únicamente por el amor, y bajo su inspiración deseaba discernir cómo servir al Señor y, al mismo tiempo, responder con la propia vida al “Amor que no es amado”. Más allá de aquel dilema surgido en su corazón –dedicarse a la contemplación o a la acción- ha escogido seguir a Jesús. Por ello ha escogido la voluntad de Dios, deseando al mismo tiempo sumergirse profundamente en la misión de Cristo, y esta voluntad le fue en parte revelada por el hermano Silvestre y Clara: “Tanto el venerable sacerdote como la virgen consagrada a Dios -inspirados por el Espíritu Santo- coincidieron de modo admirable en lo mismo, a saber, que era voluntad divina que el heraldo de Cristo saliese afuera a predicar” (LM XII, 2). Sobre los inicios de la predicación hablaremos la próxima vez…

Fray Dariusz MAZUREK Delegado general para la animación misionera.

Basado en:
AEBY G., DELESTY H., CHAIGMAT B., En la escuela de san Francisco, Barcelona 1968.
IRIARTE DE ASPURZ L., Vocación franciscana, Valencia 1975.
SCHMUCKI O., Descubrimiento gradual de la forma de vida evangélica por Francisco de Asís, Selec. Fr. 46 (1987) 65-128.
Wczesne źródła franciszkańskie, vol. I-II, Warszawa 1981.

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