La evangelización a través del testimonio de vida

 

La figura del misionero que proponen los documentos actuales de la Iglesia, tiene mucho en común con lo que proponía San Francisco de Asís en su servicio misionero, siendo su manifestación esencial el testimonio con la vida.

Jesucristo anunció “el reino del Padre” no sólo con la predicación de la palabra, sino también con el testimonio de la propia vida (cf. Lumen Gentium, 35), y “el mismo testimonio de la vida cristiana y las obras buenas realizadas con espíritu sobrenatural son eficaces para atraer a los hombres a la fe y a Dios” (Catecismo de la Iglesia católica, 2044). El hecho de que los cristianos tengan el deber de mostrar a Dios “con el ejemplo de su vida y el testimonio de la palabra el nombre nuevo” (Ad Gentes, 11), lo dice también el Papa San Pablo VI, señalando que dar testimonio es el primer y necesario medio de evangelización, ya que “el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio” (Evangelii Nuntiandi, 41).

Sin duda, San Francisco fue un testigo para su tiempo y sigue siendo un testigo para el nuestro, porque aún hoy continúa anunciando al mundo el “mensaje de Cristo” a través de sus hermanos. Tomás de Celano lo llamó el “nuevo evangelista” que, antes de ir a los demás, se sometió a la acción del Evangelio, dejando que éste transformara su corazón[1]. Bajo el crucifijo de San Damián pidió que le fuesen iluminadas las tinieblas de su corazón y, antes de actuar, imploró discernimiento. El Poverello, no conociendo cuál debía ser su camino, pidió la luz al Dios lleno de gloria y bondad. Primero le fue predicada a él mismo la Buena Nueva, que abrazó, y sólo entonces comenzó a compartir lo que le había sido revelado por el Señor[2]. Francisco contemplaba tanto a Jesús que, a pesar de su predisposición a llevar una vida oculta, decidió hacerse misionero siguiendo el ejemplo del Maestro, a quien el Padre envió a llevar la salvación a los hombres. Sin embargo, descubrió que ser misionero no consiste principalmente en predicar, sino en sumergirse en la misión de Cristo[3] para “vivir según la forma del santo Evangelio” (Testamento, 14).

La espiritualidad misionera actual también señala la adhesión interior a Cristo como algo esencial, ya que “no se puede comprender y vivir la misión si no es con referencia a Cristo, en cuanto enviado a evangelizar” (Redemptoris Missio, 88).

Al compartir el Evangelio con los demás, Francisco no sólo utiliza la palabra del anuncio como único medio para contribuir a la conversión de los demás. El ejemplo de vida juega un gran papel[4]. Cuando pedía a los demás dar este ejemplo, no lo hacía sin fundamento. Francisco buscó mostrar con su propia vida lo que la Regla proponía, y la Regla recordaba a los hermanos que debían predicar sobre todo con sus acciones y su vida[5]. Esta recomendación debería aplicarse especialmente cuando encontramos personas que hablan y viven mal. En tal caso, los hermanos menores deben tener la alabanza de Dios en los labios y hacer obras buenas[6], “no entablen litigios ni contiendas, sino que estén sometidos a toda humana criatura por Dios (1 Pe 2,13) y confiesen que son cristianos” (Regla no bulada XVI, 6). Y sólo entonces, cuando lo consideren oportuno y “cuando vean que agrada al Señor, anuncien la palabra de Dios…” (Regla no bulada XVI, 7). Sin duda, los primeros franciscanos, viviendo según las recomendaciones de la Regla, llamaban la atención con bastante facilidad, no sólo por su actitud fraternal entre ellos, sino que, optando por los más pequeños y viviendo en la pobreza, eran una especie de contraste para el mundo de entonces, incluso para el mundo religioso, y “los que los veían se maravillaban y exclamaban: «Nunca hemos visto religiosos vestidos así»”[7].

Esta actitud no ha perdido nada de su actualidad, porque “el testimonio evangélico, al que el mundo es más sensible, es el de la atención a las personas y el de la caridad para con los pobres y los pequeños, con los que sufren” (Redemptoris Missio, 42). Este enfoque franciscano de la cuestión de la evangelización, está muy en consonancia con lo que proponen hoy las Encíclicas papales (cf. ibid., 42), y abre así el camino para que la obra de evangelización se realice “a través del don no sólo de la palabra anunciada sino también de la palabra vivida” (Veritatis Splendor, 107). El testimonio, en cambio, está al servicio de la fe, pues la fe crece y se fortalece dándola (cf. Redemptoris Missio, 2). En otras palabras, para que la transmisión de la fe sea eficaz, oración y acción deben entrelazarse, sobre todo allá donde la evangelización a través del testimonio de vida, “en muchos casos es el único modo posible de ser misioneros” (Redemptoris Missio, 42).

Fray Dariusz MAZUREK
Delegado general para la Animación misionera.

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[1] Cf. C. Niezgoda, Orędzie św. Franciszka z Asyżu wczoraj i dziś, w: Śladami Franciszka. Wybór pism (El mensaje de San Francisco de Asís ayer y hoy, en: Tras las huellas de Francisco. Una selección de escritos), Kraków 1995, 39.
[2] Cf. T. Matura, Evangelización o acogida del Evangelio por Francisco y sus hermanos, SelFr 60 (1991), 335-339, 341-347.
[3] Cf. M. Hubaut, M. Th. De Maleissye, “Os anunciamos lo que hemos visto”. La experiencia de Dios, fuente de misión. Francisco de Asís, María de la Pasión, Oñate (Guipúzcoa) 1978, 44-45.
[4] Cf. N. Nguyen van Khanh, Cristo en el pensamiento de Francisco de Asís según sus escritos, Oñate (Guipúzcoa) 1993, 216-219.
[5] Cf. R. Manselli, El gesto como predicación para San Francisco de Asís, w: Para mejor conocer a Francisco de Asís, Oñate 1997, 305.
[6] Cf. K. Esser, La orden franciscana. Orígenes e ideales, Oñate (Guipúzcoa) 1976, 300.
[7] M. Hubaut, Francisco y sus hermanos, un nuevo rostro de la misión, SelFr 34 (1983), 12.