Enviados a los pobres
El Concilio Vaticano II, en la Constitución dogmática sobre la Iglesia, señala que la participación en la gloria de Dios se realiza, entre otras cosas, caminando según Cristo pobre (cf. LG 41).
“Dios bendice a los que ayudan a los pobres y reprueba a los que se niegan a hacerlo. (…) Jesucristo reconocerá a sus elegidos en lo que hayan hecho por los pobres” (Catecismo de la Iglesia Católica 2443). El Catecismo de la Iglesia Católica también subraya este hecho: “«El amor de la Iglesia por los pobres… pertenece a su constante tradición». (…) Es también uno de los motivos del deber de trabajar, con el fin de «hacer partícipe al que se halle en necesidad» (Ef 4, 28)” (Catecismo de la Iglesia Católica 2444).
El hecho de que el amor a los pobres sea una tradición constante de la Iglesia ha sido atestiguado, entre otros, por San Francisco de Asís. Una vida evangélica pobre y humilde, que habla más con el testimonio que con las palabras, le parecía el primer síntoma de una vida misionera, porque apuntaba a bienes espirituales mucho más preciosos que los materiales[1]. El espíritu misionero franciscano tenía, pues, mucho en común con las bienaventuranzas, y los propios franciscanos, en este gran claustrum tan amplio como el mundo entero, debían optar en su misión por los pequeños, los perdidos, los pobres. En su idea de la vida, del trabajo, de estar entre la gente «marginada de la sociedad» abandonada por la lepra, se pusieron a servirles no tanto para mostrar lástima, sino para ser uno de ellos[2]. En este sentido, Francisco desea que la prioridad de la vida de los hermanos fueran “aquellas actividades y campos de trabajo que otros descuidan y que son más adecuados para una vida de pobreza y fraternidad con la gente humilde y pobre”.[3]
La vida después de la conversión de San Francisco, o al menos un elemento de ella, consistía en mostrar misericordia. Se puede decir, pues, que la pobreza que tanto valoraba estaba al servicio del amor, porque este amor le ayudaba a comprender a las personas excluidas y llenas de sufrimiento, “que incluye tanto el alma (lepra del alma) como el cuerpo”.[4] Francisco quería que los hermanos fueran hombres con un corazón abierto a todos, incluso y especialmente a los que no son aceptados por los demás. Al respecto, la Regla no bulada escribe: “Y deben gozarse cuando conviven con personas de baja condición y despreciadas, con pobres y débiles y enfermos y leprosos y los mendigos de los caminos” (1 Rnb IX 2)[5].
Y que el Seráfico Padre era bastante radical en la ayuda a los pobres lo demuestran al menos dos hechos, como aquel en que entrega el Nuevo Testamento a una madre pobre para que lo vendiera según su necesidad. “Creo por cierto que agradará más a Dios el don que la lectura” – dijo Francisco (2 Cel 91). Por otra parte, para satisfacer a los necesitados, permitió que se despojara el altar de la Virgen y que se vendieran los enseres: “Créeme: la Virgen verá más a gusto observado el Evangelio de su Hijo y despojado su altar, que adornado su altar y despreciado su Hijo” (en los pobres) (2 Cel 67)[6].
El eco de este enfoque de los pobres es claramente visible en la enseñanza contemporánea de los Papas. San Juan Pablo II, en la Sollicitudo rei socialis, habla explícitamente del “amor preferencial” por los pobres. Este amor y “las decisiones que nos inspira, no puede dejar de abarcar a las inmensas muchedumbres de hambrientos, mendigos, sin techo, sin cuidados médicos y, sobre todo, sin esperanza de un futuro mejor” (SRS 42). El mismo Papa subraya también que “la Iglesia en todo el mundo (…) quiere ser la Iglesia de los pobres” (Redemptoris Missio 60) y que “los pobres son los primeros destinatarios de la misión, y su evangelización es por excelencia señal y prueba de la misión de Jesús” (RM 60).
Además, el Papa Francisco dice que los pobres, al no tener nada para dar a cambio, deben ser los destinatarios privilegiados de la misión de la Iglesia (cf. Evangelii Gaudium 48). También tienen derecho a sentirse, en esta Iglesia, “como en su casa” (EG 199) y a estar rodeados de una especial atención espiritual (cf. EG 200), ya que la opción de declararse a favor de los pobres es polifacética, pues exige remediar no sólo los problemas materiales, sino también los culturales y sobre todo los religiosos (cf. Catecismo de la Iglesia Católica 2444).
Fray Dariusz MAZUREK
Delegado general para la Animación misionera
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[1] Cf. M. Hubaut, Francisco y sus hermanos, un nuevo rostro de la misión, SelFr 34 (1983), 11-13.
[2] Cf. J. Garrido, La forma de vida franciscana, ayer y hoy, Oñate (Guipúzcoa) 1993, 111-112.
[3] L. Iriarte, Powołanie franciszkańskie. Synteza ideałów św. Franciszka i św. Klary, Kraków 1999, 294.
[4] R. Manselli, Św. Franciszek z Asyżu, Niepokalanów 1997, 38.
[5] Cf. K. Esser, Temas espirituales, Oñate (Guipúzcoa) 1980, 199.
[6] Cf. W. Egger, L. Lehmann, A. Rotzetter, Franciszkańska solidarność z ubogimi, w: Duchowość franciszkańska, Wrocław 1992, fasc. 20, 4.