4. La especificidad de las Órdenes religiosas contemporáneas

La vida monástica, que en la Edad Media adquirió particular importancia, era vista a través de la imagen del exilio. La presencia en este mundo era entendida como esclavitud y peregrinación hacia la “Jerusalén celestial”, hacia la cual Jesucristo indica el camino. La misma palabra “mundo” (en latín mundus) era entendida en sentido negativo por las Órdenes monásticas. Los miembros de estas comunidades interpretaban su vocación como una fuga del mundo. Toda su vida estaba subordinada al rechazo de todo aquello que el mundo proponía, para no contaminarse. El distanciamiento del mundo, de la ciudad –comparada con Babilonia-, tenía el propósito de una purificación para la consecución de la tierra prometida. Tal actitud quería decir que los religiosos no podían realizar ninguna actividad más allá de la clausura. Esto hacía difícil o incluso imposible para ellos llegar a las personas que habitaban la ciudad.
Además de los religiosos reunidos en comunidad, también había personas que buscaban una vida en soledad en las ermitas. Se les llamaba ermitaños. Vivían sus vidas en los Conventos, pero lo suficientemente lejos como para no ser molestados. Se sustentaban con lo que recibían de la gente o con su propio trabajo. Su intención era retomar el estilo de vida de los primeros tiempos del cristianismo. Entre ellos también surgió un grupo de “ermitaños itinerantes” que instruían a las personas que se reunían a su alrededor. Para aquellos tiempos era una rareza. Muy a menudo, estos movimientos llevaban a la fundación de un Convento. Así se llegó a la aparición de los Camaldulenses, los Vallombrosianos, los Cartujos, los Cistercienses, fundados en el siglo XI, con sus Conventos construidos lejos de los demás monasterios. Su vida era una especie de reinterpretación de lo que san Benito proponía en su Regla, alentando una vida pobre, llena de oración y trabajo.
Los monjes unían “trabajo, vida aparte y oración intensa con la vida evangélica”, pero no siempre fueron capaces de responder a las expectativas de la sociedad de la época. Las Abadías no sólo se enriquecían, sino que podía suceder que cuando se fundaba una abadía en Inglaterra, se desplazara a la población en nombre de la fidelidad a la Regla. Estos ambientes se caracterizaban no sólo por una cuidadosa celebración de la liturgia, sino también por la acogida de peregrinos, el trabajo de la tierra, el apoyo del Estado en algunos de sus deberes y la creación de cultura. A pesar de todo esto, hay que decir que en las Abadías y en los Monasterios de los monjes, la vida espiritual tenía la prioridad sobre otras formas de actividad apostólica. Ninguna de las Órdenes existentes abordaba la cuestión de la misión en su Regla, o hablaba explícitamente del ministerio apostólico entendido como misión de la Iglesia católica. Además, en el siglo XI, la vida apostólica era vista a través de la lente de la vida comunitaria; no se la entendía como un llamado a emprender una misión.
Sólo con el tiempo se comenzó a desarrollar un acercamiento al apostolado, como compromiso propio de los canónigos o del clero en general. Este apostolado se concretó en el sistema hospitalario, en la pastoral o en el campo de la ciencia. Así, además de las comunidades monásticas, en el siglo XII comenzaron a aparecer personas deseosas de llevar una vida religiosa activa. Su ministerio incluía a los laicos, especialmente a enfermos y peregrinos. Por tanto, no sólo las Órdenes hospitalarias entraron en escena en aquel tiempo, sino también las Órdenes caballerescas, que garantizaban la seguridad de los peregrinos que se dirigían a Tierra Santa. A veces, estas primeras Órdenes incluso se transformaron en las segundas. Así fue para los Caballeros Hospitalarios de Jerusalén, Templarios y Lazaristas.
En general, los siglos XII y XIII, si bien muestran al clero en la variedad de sus vocaciones, lo presentan de una manera bastante polarizada. Por un lado se encuentran los monjes alejados del mundo y, por otro, el clero que vive en medio del mundo con la intención de predicar el Evangelio. San Francisco, en cambio, ha querido vivir en comunidad con sus primeros frailes para evangelizar el mundo circundante. Y este nuevo estilo de presencia en el mundo lo presentaremos en la siguiente parte del texto.

Fray Dariusz MAZUREK, Delegado general para la animación misionera.

Basado en:
CHÉLINI J., Dzieje religijności w Europie Zachodniej w średniowieczu, Warszawa 1996.
ESSER K., Temas espirituales, Oñate (Guipúzcoa) 1980.
GEMELLI A., Franciszkanizm, Warszawa 1988.
KŁOCZOWSKI J., Chrześcijaństwo i historia. Wokół nurtów reformy chrześcijańskiej VIII-XX w., Kraków 1990.
KŁOCZOWSKI J., Wspólnoty chrześcijańskie. Grupy życia wspólnego w chrześcijaństwie zachodnim od starożytności do XV wieku, Kraków 1964.
MICÓ J., Los hermanos vayan por el mundo. El apostolado franciscano, Selec. Fr 62 (1992) 213-238.
MISIUREK J., Zarys historii duchowości chrześcijańskiej, Lublin 1992.
URIBE F., “Ir por el mundo” o la evangelización a través del testimonio, Selec. Fr 77 (1997) 242-262.

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