3. Un Mensaje para todos

Encontrando a muchas personas que vivían al margen de la sociedad, San Francisco vio en ello una oportunidad para hacer realidad y poner en práctica el Evangelio. Quería anunciarlo a un mundo que, lleno de egoísmo y orgullo, necesitaba de la Buena Nueva. Viendo la incoherencia entre la fe y la vida de las personas, la predicación surgió como una respuesta necesaria a la realidad que tenía ante él. Esto le fue confirmado en la oración, con la apertura del Evangelio por tres veces, y aún más con la aprobación papal del estilo de vida que quería para sí y los suyos. Inocencio III, bendiciendo a San Francisco y sus compañeros, les dijo: “Id con el Señor, hermanos, y, según Él se digne inspiraros, predicad a todos la penitencia” (1Cel 33).

Francisco, fuertemente convencido de haber sido mandado por Dios a todos los hombres, no veía ningún obstáculo en el hecho de ser un hombre sencillo y sin instrucción. “A lo largo de dieciocho años ya cumplidos, rara vez, por no decir nunca, había dado descanso a su carne, recorriendo varias y muy dilatadas regiones con el fin de que aquel espíritu devoto, aquel espíritu ferviente que la habitaba, esparciera por doquier la semilla de la palabra de Dios. Difundía el Evangelio por toda la tierra; muchas veces en un solo día recorría cuatro o cinco castillos y aun pueblos, anunciando a todos el reino de Dios y edificando a los oyentes no menos con su ejemplo que con su palabra, pues había convertido en lengua todo su cuerpo” (1Cel 97). En su predicación presentaba los contenidos evangélicos fundamentales con diversas formas de expresión, como: gesticulación, llanto o incluso, como en Greccio, una imagen viva.

Incluso la enfermedad en sus etapas iniciales no impidió que el Pobrecillo de Asís predicara. Débil de cuerpo pero fuerte de espíritu, recorría la tierra, y cuando no podía hacerlo a pie, montaba un burro. Cuando prevalecía la impotencia física, llegaba a las personas a través de cartas para permitirles escuchar así las palabras de Jesús. Esto confirma las palabras de la Carta a los fieles: “Por eso, considerando en mi espíritu que no puedo visitaros a cada uno personalmente a causa de la enfermedad y debilidad de mi cuerpo, me he propuesto anunciaros, por medio de las presentes letras y de mensajeros, las palabras de nuestro Señor Jesucristo, que es el Verbo del Padre, y las palabras del Espíritu Santo, que son espíritu y vida” (CtaF2 3). La valentía que nuestro Seráfico Padre tenía al predicar la Palabra de Dios a todos sin excepción, no sólo a los hermanos sino también a las personas que encontraba -sin excluir a todos los gobernantes-, sin duda provenía de su adhesión a Cristo. Contemplando la presencia del Señor y meditando su vida, se inflamaba del amor que lo estimulaba a la misión.

Fray Dariusz MAZUREK, Delegado general para la animación misionera.

Basado en:
MANSELLI R., Francisco de Asís entre conversión del mundo cristiano y conversión del mundo islámico. ¿Una relación atípica?, en: Para mejor conocer a san Francisco de Asís, Oñate (Guipúzcoa) 1997.
IRIARTE DE ASPURZ L., Vocación franciscana, Valencia 1975.
LADJAR L. L., Formación en el espíritu de evangelización, Selec. Fr 53 (1989) 226-242.
Wczesne źródła franciszkańskie, vol. I-II, Warszawa 1981.
GEMELLI A., Franciszkanizm, Warszawa 1988.

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