Signo
Formación franciscana – inspiraciones (parte 4)

“Los hermanos lleven el hábito de la Orden”[1].

Inicio estas reflexiones compartiendo con ustedes una historia de mi propia vida. Cuando recuerdo mis años de juventud, llenos de experiencias y diferentes búsquedas, me vienen a la memoria aquellos momentos en que me encontraba con religiosos. Su hábito religioso siempre me impresionaba mucho; era un signo de que había lugares en el mundo donde se vivía como en otra dimensión, centrados en estar cerca de Dios.

Utilizamos signos habitualmente en nuestra vida cotidiana. Forman parte de nuestra comunicación. Nos permiten transmitir nuestros pensamientos o nuestra voluntad y, al mismo tiempo, conocer los de la otra persona. Por lo tanto, es importante que conozcamos su contenido real. No sólo utilizamos los signos en nuestra vida cotidiana, sino que también aprovechamos su presencia en nuestra vida espiritual. Dios mismo nos pone algunos signos y nos los ofrece para salvarnos[2].

En nuestra vida utilizamos muchos signos. Probablemente por eso nos acostumbramos tanto a algunos de ellos, que inconscientemente nos influyen o cambian de significado para nosotros. Podemos decir que algunos de ellos presentan gran frescura para nosotros y obran con gran poder, mientras que otros quizás se han vuelto mundanos y han perdido su fuerza. También tenemos una jerarquía de signos: algunos son importantes para nosotros y otros lo son menos. Al igual que su contenido, su jerarquía también está sujeta a cambios. Lo que era importante en el pasado puede ser menos importante hoy, y viceversa. El signo del hábito religioso también está sujeto a estas regulaciones.

Sin ninguna duda, el hábito religioso es un signo muy expresivo. Los documentos de la Iglesia subrayan que “el hábito es signo de consagración, de pobreza y de pertenencia a una determinada familia religiosa”[3]. Nos hemos acostumbrado a usar el hábito como un signo externo, como si fuera para otros. Probablemente estemos familiarizados con las situaciones de “autostop”. Cuando estamos en la carretera e intentamos que un automóvil se detenga, en muchas partes del mundo puede ser más fácil si llevamos puesto el hábito. En algunas oficinas o ventanillas, algunas personas nos atienden más eficazmente si nos presentamos con el hábito, etc. A este modo de usar nuestro hábito, a veces se le compara con un término de pesca: “picar el anzuelo”. En este caso, el uso del hábito aporta verdaderas ventajas. Llevamos puesto el hábito cuando realizamos servicio pastoral y evangelizamos, o cuando queremos presentar quiénes somos. Sin embargo, somos conscientes de que llevar el hábito también tiene sus inconvenientes: a veces puede resultar incómodo en determinadas actividades; hay personas que reaccionan de forma alérgica al hábito religioso y esto puede desanimarlas; también hay quienes no saben leer el sentido propio del hábito. En diversos entornos, su uso puede exponernos al ridículo y a la persecución[4].

Sobre todo, vale la pena tener presente que nuestro hábito religioso también tiene un significado interior: es un signo para nosotros mismos. Nos inspiramos aquí en San Francisco de Asís. Probablemente recordemos la historia de su vida cuando, tras escuchar el pasaje del Evangelio sobre el envío de los discípulos, se hizo una túnica ceñida con una cuerda. Esta debía recordarle el Crucifijo, protegerle en su lucha espiritual, moverlo a hacer penitencia y a trabajar en su conversión, y también ayudarle a mantener un estilo de vida sencillo y pobre[5].

Si recogiéramos hoy el pensamiento de la Iglesia y toda la experiencia de la espiritualidad franciscana sobre el hábito religioso, veríamos en él un signo externo e interno. Llevar el hábito sirve para recordarnos a nosotros mismos y a los demás que hemos consagrado nuestra vida a Dios y queremos estar unidos a Cristo crucificado; que queremos ser fieles a la Iglesia y al sucesor de San Pedro; que nos comprometemos a llevar a cabo la misión a la que el Señor nos llama; que decidimos vivir según el Evangelio a través de los votos de pobreza, castidad y obediencia; que hacemos penitencia y estamos en una lucha espiritual, y que pertenecemos a la comunidad franciscana[6].

Sabemos que en algunas congregaciones no llevar el hábito religioso es algo muy complicado; hay que obtener el permiso de los superiores. Muchas personas consagradas no pueden permitirse el lujo de descansar, ir a la montaña o hacer deporte con ropa más informal. También hay comunidades que no llevan hábito desde el principio, llevando una vida oculta. Los franciscanos tenemos el don de este signo y al mismo tiempo tenemos una gran libertad para utilizarlo. Por un lado, conviene recordar que “la barba no hace al filósofo, y que el hábito no hace al monje”; no es el hábito el que nos convierte en lo que realmente somos. Por otra parte, nosotros mismos, pero quizás aún más los demás, necesitamos ver aquello que yo noté en mi juventud… En la mayoría de los casos, nosotros mismos regulamos si, dónde y cuándo llevar el hábito. A veces, el hábito determina el estilo de vida adoptado en varias comunidades. Pero, ¿quizás somos personas que también pueden perderse fácilmente en esta libertad? Ciertamente, no es bueno que el uso o no del hábito se convierta, en nuestras comunidades, en una base para juzgar y evaluar a los demás.

Recuerdo la situación en el tiempo del Noviciado, cuando esperábamos con impaciencia el momento de la “toma de hábito”. Me pregunto cómo es ahora: si, cómo, cuándo y por qué uso el hábito. ¿Quizás haya algo que deba cambiar aquí? Te invito a que hagas tus propias reflexiones sobre este tema.

Fray Piotr STANISŁAWCZYK
Delegado general para la formación.


[1] Hermanos Menores Conventuales, Constituciones, Roma 2019, art. 67 § 2.
[2] Cf. Leon-Dufor X., Słownik teologii biblijnej (Diccionario de Teología bíblica), Poznań 1994, p. 1143.
[3] Juan Pablo II, Exhortación apostólica Vita consecrata, Ciudad del Vaticano 1996, n. 25.
[4] Cf. Andrzej Derdziuk OFMCap, Szata świadectwa (El hábito del testimonio), Kraków 2003, pp. 23-26.
[5] Cf. 1 Cel 22.
[6] Cf. Adam Mączka OFMConv, “Habit Franciszka stanowił tunikę wyobrażającą krzyż” – studium historyczno-teologiczne na temat habitu franciszkańskiego (El hábito de San Francisco era una túnica que representaba la cruz – Estudio histórico y teológico sobre el hábito franciscano), „W Nurcie Franciszkańskim” 26 (2019), s. 14-25.