6. Predicar la conversión y la penitencia

San Francisco, escribiendo sobre los predicadores en el capítulo XVII de la Regla no bulada (46-49), los enumeró como los primeros, queriendo mostrar la importancia de su ministerio. Y aunque al principio cualquier hermano podía emprender esta tarea, con el paso del tiempo se establecieron condiciones, y de su cumplimiento dependía la posibilidad de predicar. Para ejercer este ministerio era necesaria la aprobación por parte del superior: “Y ninguno de los hermanos se atreva en absoluto a predicar al pueblo, a no ser que haya sido examinado y aprobado por el ministro general de esta fraternidad, y por él le haya sido concedido el oficio de la predicación” (Rb IX, 2). Además, debe hacerse en armonía con la Iglesia: “Ningún hermano predique contra la forma e institución de la santa Iglesia…” (Rnb XVII, 1). En cuanto al contenido de la enseñanza transmitida, la Regla bulada acude de nuevo en nuestra ayuda: “Amonesto también y exhorto a los mismos hermanos a que, en la predicación que hacen, su lenguaje sea ponderado y sincero, para provecho y edificación del pueblo, anunciándoles los vicios y las virtudes, la pena y la gloria con brevedad de sermón; porque palabra abreviada hizo el Señor sobre la tierra” (Rb IX, 3-4).

Francisco, como la mayoría de sus compañeros, no fue ordenado sacerdote. Por lo tanto, la enseñanza de los hermanos menores, especialmente la de los no clérigos, no podía tratar cuestiones estrictamente doctrinales, sino que era más bien “una exhortación a la penitencia y a la alabanza de Dios”. El simple hecho de pedir la conversión no requería conocimientos de teología o de latín. Llegar a la gente era posible, entre otras cosas, utilizando el lenguaje del pueblo, entrando en un diálogo de salvación expresado en un lenguaje entendido por la gente, ya sea en la calle, en la ciudad o en la iglesia. Por ello, por ejemplo, los predicadores dominicos fueron aceptados muy rápidamente, tanto que incluso se les llamaba ordo predicatorum.

Esto no significaba, sin embargo, que no hubiese lugar para algún discurso teológico entre los frailes. Esto se hizo evidente cuando frailes estudiosos entraron en la Orden. Cabe mencionar, por ejemplo, a San Antonio de Padua o a Cesario de Espira. Su llegada planteó a los hermanos un nuevo dilema: ¿hasta qué punto debían incorporar sus conocimientos culturales a su predicación? De hecho, la clericalización llevaba a los estudios, aunque sólo fuera para que los hermanos pudieran aprender el arte de la oratoria. Esto permitió no sólo predicar la llamada a la penitencia, sino que también convertía a los hermanos en ministros de los sacramentos que reconciliaban a las personas con Dios escuchando sus Confesiones. En cambio, los que no eran sacerdotes, debían contentarse con exhortar a la gente a la conversión, como se hacía al principio.

Algunos aspectos de la actividad de la predicación de los hermanos, se tratarán en la siguiente parte del texto.

Fray Dariusz MAZUREK, Delegado general para la animación misionera.

Basado en:
IRIARTE DE ASPURZ L., Vocación franciscana, Valencia 1975.
MANSELLI R., El gesto como predicación para San Francisco de Asís, w: Para mejor conocer a san Francisco de Asís, Oñate (Guipúzcoa) 1997.
MICÓ J., Los hermanos vayan por el mundo. El apostolado franciscano, SelFr 62 (1992) 213-238.
Pisma świętego Franciszka i świętej Klary, Warszawa 1992.
URIBE ESCOBAR F., La vida religiosa según San Francisco de Asís, Oñate (Guipúzcoa) 1982.

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