¿Por qué san Francisco, en el capítulo XV de la Regla no bulada, prohíbe cabalgar? ¿Qué tan actual puede ser este pasaje, para nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI?

Hoy en día, es difícil pensar nuestros traslados de un lugar a otro, ya sea por motivos laborales, por pastoral o simplemente para alejarnos un poco del ruido, sin utilizar los medios de trasporte, como por ejemplo: la bicicleta, el automóvil, el bus, el tren o el avión. Pero, ¿cómo reinterpretar este pasaje de la Regla no bulada?

Impongo a todos mis hermanos, tanto clérigos como laicos, sea que van por el mundo o que moran en los lugares, que de ningún modo tengan bestia alguna ni consigo, ni en casa de otro, ni de algún otro modo. Y no les sea permitido cabalgar, a no ser que se vean precisados por enfermedad o gran necesidad[1].

Para responder a las preguntas iniciales, debemos comprender que este capítulo XV de la Rnb está complementando al capítulo anterior, es decir, Francisco una vez más le indica a los hermanos menores “el cómo” deben ir por el mundo[2].
La imposición de no cabalgar, no es un simple llamado a la pobreza material, sino un llamado a la humildad y a la paz, ya que el caballo era un signo de poder, de guerra y de riqueza.
Y no les sea permitido cabalgar, a no ser que se vean precisados… Es cierto que los hermanos no usaremos una Ferrari, pero sí es verdad que en ciertas realidades es necesario valernos de buenos instrumentos, como por ejemplo: un automóvil, una PC, o simplemente una buena conexión Wifi para el bien de la misión. Creo que, a ejemplo de Maximiliano Kolbe, cuando se habla de hacer llegar la Buena Noticia a los hombres y mujeres de hoy, es necesario recurrir a los mejores medios, sin caer en exageraciones[3].
Muchas veces economizamos en donde no debemos economizar. ¿Invertimos en la pastoral o en la formación de los hermanos? ¿Invertimos en nuestros conventos como lugares de encuentro fraterno o son sólo espacios donde llegamos simplemente a dormir? A veces me da la sensación que utilizamos la palabra “pobreza” como “caballo de batalla” sólo cuando nos es conveniente, y vivimos una esquizofrenia entre sandalias gastadas y el último iPhone. Escribe san Francisco de Asís:

Considera, oh hombre, en cuán grande excelencia te ha puesto el Señor Dios, porque te creó y formó a imagen de su amado Hijo según el cuerpo, y a su semejanza según el espíritu. Y todas las criaturas que hay bajo el cielo, de por sí, sirven, conocen y obedecen a su Creador mejor que tú. Y aun los demonios no lo crucificaron, sino que tú, con ellos, lo crucificaste y todavía lo crucificas deleitándote en vicios y pecados. ¿De qué, por consiguiente, puedes gloriarte? Pues, aunque fueras tan sutil y sabio que tuvieras toda la ciencia y supieras interpretar todo género de lenguas e investigar sutilmente las cosas celestiales, de ninguna de estas cosas puedes gloriarte; porque un solo demonio supo de las cosas celestiales y ahora sabe de las terrenas más que todos los hombres, aunque hubiera alguno que hubiese recibido del Señor un conocimiento especial de la suma sabiduría. De igual manera, aunque fueras más hermoso y más rico que todos, y aunque también hicieras maravillas, de modo que ahuyentaras a los demonios, todas estas cosas te son contrarias, y nada te pertenece, y no puedes en absoluto gloriarte en ellas; por el contrario, en esto podemos gloriarnos: en nuestras enfermedades y en llevar a cuestas a diario la santa cruz de nuestro Señor Jesucristo[4].

Hasta la próxima reflexión, querido hermano lector.

Fray Elio J. ROJAS


[1] Rnb XV.
[2] Cfr. C. Vaiani, Storia e teologia dell’esperienza spirituale di Francesco d’Assisi, Milano 2013, 128.
[3] Un día visitaba un prelado los talleres del P. Kolbe y, señalando con su dedo una potente rotativa, preguntó con suave ironía: -¿Qué haría San Francisco si viera estas costosas máquinas? -Se arremangaría el hábito, Monseñor, y se pondría a trabajar con nosotros, respondió el P. Kolbe (cfr. G. Grieco; San Maximiliano M. Kolbe (1894-1941). Siguiendo las huellas de S. Francisco por los caminos del siglo XX, en Selecciones de Franciscanismo, vol. XI, n. 33 (1082) 379-382.
[4] Adm V.