Querido hermano lector, gracias por acompañarnos con tu lectura durante estas humildes reflexiones en honor a los 800 años de la Regla no bulada, escrita por san Francisco de Asís, las cuales concluimos hoy con esta última reflexión.

En el capítulo XVI, 21 de la Rnb, Francisco escribe: “…y el que persevere hasta el fin, este será salvo”. Ciertamente, podríamos concluir diciendo que estamos llamados, luego de 800 años, a seguir apostando por el ideal franciscano, y a perseverar en los valores que hemos heredado de la espiritualidad del Pobre de Asís. Pero somos conscientes de que perseverar no es tan sencillo.
Al inicio del camino las fuerzas no nos faltan, y hasta nos proponemos, de forma heroica e ingenua, vivir a ejemplo de Jesús pobre y humilde, obediente y casto, como nos sugiere el Santo en la Rnb:

Todos los hermanos empéñense en seguir la humildad y pobreza de nuestro Señor Jesucristo y recuerden que ninguna otra cosa del mundo entero debemos tener, sino que, como dice el Apóstol: teniendo alimentos y con qué cubrirnos, estamos contentos con eso (Cf. 1 Tim 6,8).[1]

Pero, a medida que pasa el tiempo y el camino se hace arduo y sinuoso, con subidas y bajadas, la perseverancia en aquello que hemos prometido se torna mucho más difícil.
Con esto no nos referimos a los hermanos que han dejado la Orden, sino a aquellos que, aun perteneciendo -jurídicamente hablando –, han dejado de perseverar en un estilo de vida que hace al hermano menor, y se han abandonado a una vida que no corresponde al ideal franciscano y, en el peor de los casos, a los valores evangélicos.
La pregunta que podríamos ponernos, no debería ser sobre las motivaciones de aquellos que abandonan la vida religiosa, sino y sobre todo, preguntarnos: ¿y nosotros por qué seguimos?
800 años después, la Regla no bulada nos vuelve a cuestionar sobre nuestra forma de vivir y de perseverar en nuestro ser “Hermanos y Menores”.
¿Por qué perseveramos? ¿Por qué tenemos un techo y comida? ¿Por qué tenemos seguridad económica? ¿Seguimos aquí por miedo a enfrentar un mundo que no conocemos?
¿A quién estamos siguiendo como Orden, como Provincia, o como un simple Hermano Menor que un día decidió que el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo sería su forma de vida?
Sabemos que el carisma franciscano no es una utopía barata ni mucho menos una ideología: es un estilo de vida, es la encarnación de unos valores que hacen que el hermano menor se ponga de pie ante la vida, como hermano y siervo de todos,[2] viviendo el Evangelio como mejor pueda, según su cultura, contexto social, político y religioso de su tiempo.
Ahora sí, nos despedimos, con las palabras de san Francisco que dicen:

“Grandes cosas hemos prometido, mayores nos están prometidas; guardemos éstas, suspiremos por aquéllas. El deleite es breve; la pena, perpetua; el padecimiento, poco; la gloria, infinita. De muchos la vocación, de pocos la elección, de todos la retribución”.[3]

Fray Elio J. ROJAS.


[1] Rnb IX, 1.
[2] 2CtaF 47: “…Nunca debemos desear estar por encima de los otros, sino que, por el contrario, debemos ser siervos y estar sujetos a toda humana criatura por Dios” (1 Pe 2,13).
[3] 2Cel CXLIV, 191.