San Francisco ha tenido la gran delicadeza de dedicar un capítulo entero de la Rnb[1] a los hermanos enfermos, haciendo notar que la asistencia a estos es primordial dentro de la fraternidad. En una de sus Admoniciones el Poverello escribe: Bienaventurado el siervo que ama tanto a su hermano cuando está enfermo, que no puede recompensarle, como cuando está sano, que puede recompensarle (Adm XXIV).
En estos tiempos, donde todo es descartable, donde aquello que no “produce” se arroja y abandona, las palabras del Santo, despiertan nuestras conciencias y nos recuerdan que el hermano no es importante porque produzca, haga, o traiga mucho dinero al hogar o al convento, sino por el simple hecho de ser persona, hijo de Dios y hermano.
En esta sociedad de consumo, los ancianos, los enfermos, los hermanos con alguna discapacidad, los niños, entre otros, llevan la de perder. Nuevamente Francisco, en este capítulo, hace mención de la regla de oro: Si alguno de los hermanos, dondequiera que esté, cayera enfermo, los otros hermanos no lo abandonen, sino designen a uno o más hermanos, si fuera necesario, que le sirvan como querrían ellos ser servidos (Rnb X,1)[2].
Hoy, como sociedad, como fraternidad, como comunidad o familia, ¿cómo estamos tratando y sirviendo a nuestros hermanos ancianos, enfermos? ¿Son material de descarte? Observa cómo el Estado de tu país considera a este grupo de personas, y te darás cuanta si es verdad que a tus políticos le interesa el pueblo.
En las reflexiones anteriores hemos hablado sobre el servicio y el poder, sobre la relación con el superior y viceversa, por ende traigo a consideración lo siguiente: si un provincial o superior considera a sus hermanos “fichas de ajedrez”, “máquinas de pastoral” o “tapa hoyos”, ciertamente hará “uso” de aquellos que puedan responder a las exigencias del momento, cargando a “los sanos” con miles de tareas, como a mulos de carga, hasta que no den más, hasta que no sirvan más a causa del stress, el cansancio y la enfermedad; es claro que este modo de proceder no responde al espíritu de minoridad, sino al espíritu del “te uso o no te uso y no me importa”.
Con este capítulo, Francisco nos invita, luego de 800 años, a recuperar las relaciones humanas, a valorar al hermano no por su capacidad de producción, sino por el simple hecho de ser mi hermano.
El hermano enfermo es otro Cristo que clama, es otro Crucificado que nos invita y nos llama a recordar que somos pequeños, frágiles y que nos necesitamos unos a otros. Los hermanos enfermos nos enseñan el sentido del amor y la paciencia. Nos descentralizan y nos hacen recordar que no somos Dios.
¡Hasta la próxima reflexión!
Fray Elio J. ROJAS