El Capítulo XVII de la Regla no bulada, donde se habla de los predicadores, podríamos resumirlo con la siguiente frase: “Todos los hermanos, por consiguiente, guardémonos de toda soberbia y vanagloria[1].

En la reflexión sobre el Capítulo XVI, hablábamos sobre las dos formas de evangelizar que el hermano misionero tiene cuando es enviado a “compartir la fe” a hermanos que no conocen la Buena Noticia del Evangelio; este Capítulo XVII ayuda a completar el anterior, pues aquí el Santo de Asís, nos recuerda: “Sin embargo, todos los hermanos prediquen con las obras[2]
En este capítulo podemos notar la preocupación del Pobre de Asís frente a los hermanos predicadores, una preocupación que hoy por hoy, luego de 800 años de historia, sigue siendo muy actual: el anuncio del evangelio no puede surgir a partir de un corazón soberbio o como fruto de la búsqueda de vanagloria.
Con el avance de la tecnología y de las redes sociales, podemos, fácilmente caer en la tentación de utilizar el anuncio del Evangelio no como una oportunidad para dar a conocer el mensaje del Señor, sino como una hipócrita pantalla para lograr la promoción de nosotros mismos. La búsqueda de compensaciones, aplausos y reconocimientos que llenen nuestros vacíos y frustraciones existenciales, están a la orden del día. Basta navegar media hora por las redes sociales y darnos cuenta que muchos hermanos y hermanas, en nombre de la “evangelización”, se sumergen en una vorágine que raya en lo ridículo, en la búsqueda de likes y suscriptores.
Francisco nos hace un llamado a la humildad, nos recuerda que somos creaturas, simples instrumentos de Dios, cuando escribe: “Y devolvamos todos los bienes al Señor Dios altísimo y sumo, y reconozcamos que todos los bienes son de él, y démosle gracias por todo a él, de quien proceden todos los bienes”[3].
Francisco tiene muy claro que la predicación no es para todos, que esta implica cierta madurez y preparación. Esto lo podemos ver con claridad, entre otras cosas, en las líneas que Francisco dirige a San Antonio en una de sus cartas:

A fray Antonio, mi obispo, el hermano Francisco, salud. Me agrada que enseñes sagrada teología a los hermanos, con tal que, en el estudio de la misma, no apagues el espíritu de oración y devoción, como se contiene en la Regla.[4]

¿Qué buscamos a la hora de predicar los valores evangélicos? ¿Cuáles son nuestras motivaciones a la hora de “compartir la fe”?
Hasta aquí la reflexión de hoy mi querido lector.

Fray Elio J. ROJAS


[1] Rnb XVII, 9
[2] Idem. 3
[3] Idem. 17
[4] CtaAnt 1 y 2.