Sabemos que seguir a Jesucristo, como lo hemos dicho en los artículos anteriores, implica salir de nosotros mismos y ponernos en marcha, pero, ciertamente, ocurre que quien camina se ensucia los pies. San Francisco es consciente de esto y por ese motivo le dedica todo un capítulo de la Regla no bulada al sacramento de la reconciliación. En este parágrafo del Capítulo XX, el Santo aconseja:

Y mis hermanos benditos, tanto clérigos como laicos, confiesen sus pecados a sacerdotes de nuestra religión. Y si no pueden, confiésenlos a otros sacerdotes discretos y católicos, sabiendo firmemente y considerando que, de cualquier sacerdote católico que reciban la penitencia y absolución, serán sin duda alguna absueltos de sus pecados, si procuran cumplir humilde y devotamente la penitencia que les haya sido impuesta[1].

Ahora bien, lo interesante y curioso de este capítulo, no es el hecho de que el Pobre de Asís aconseje a sus hermanos a confesar sus pecados con un sacerdote de la Orden o fuera de ella, sino lo que sigue a continuación, cuando escribe:

Pero si entonces no pudieran tener sacerdote, confiésense con un hermano suyo, como dice el apóstol Santiago: Confesaos mutuamente vuestros pecados (Sant 5,16). Mas no por esto dejen de recurrir al sacerdote, porque la potestad de atar y desatar ha sido concedida sólo a los sacerdotes[2].

En esto, se demuestra el espíritu caballeresco de san Francisco de Asís; la “lealtad” es un condimento importantísimo para vivir la fraternidad y del cual poco se habla y, lamentablemente, en ciertas “fraternidades” se vive poco. La lealtad entre los hermanos, no es sólo fruto de un deber moral, sino sobre todo de la capacidad de amar y de perdonar que la persona posee[3].
800 años después, con este texto de la Regla no bulada, Francisco nos llama a sanar las relaciones entre hermanos y hermanas heridos en la confianza. ¿Podrías confiar tus pecados a algún hermano de la Orden sin temor a la traición? Si no es así, entonces nuestras fraternidades, nuestras jurisdicciones, no están viviendo el espíritu franciscano. Si no somos capaces de confiar nuestras zonas oscuras a los hermanos, ni siquiera a uno, sin temor a ser juzgados y traicionados, estamos lejos del espíritu de la Regla, del espíritu del Evangelio. Escribe el Santo en la Regla bulada: Y deben guardarse de airarse y conturbarse por el pecado de alguno, porque la ira y la conturbación impiden en sí mismos y en los otros la caridad[4], y también en una de sus Admoniciones nos dice: Dichoso el siervo que tanto ama y respeta a su hermano cuando está lejos de él como cuando está con él, y no dice nada detrás de él que no pueda decir con caridad en su presencia[5].
La lealtad es una de las columnas que sostienen la fraternidad; sin confianza ni caridad, las relaciones dejan de ser humanas, se tornan frías y desconfiadas. Así, ¿qué fraternidad podría sostenerse?

Paz y bien mi querido lector, hasta la próxima reflexión.

Fray Elio J. ROJAS.


[1] Rnb XX,1-2
[2] Rnb XX, 3-4
[3] Cfr. A. Boni, Fraternitá, en Dizionario Francescano, E. Caroli (a cura di) Padova 1995, 728
[4] Rb VII,3
[5] Adm XXV