Escribe Tomás de Celano:

La suprema aspiración de Francisco, su más vivo deseo y su más elevado propósito, era observar en todo y siempre el santo Evangelio y seguir la doctrina de nuestro Señor Jesucristo y sus pasos con suma atención, con todo cuidado, con todo el anhelo de su mente, con todo el fervor de su corazón. En asidua meditación recordaba sus palabras y con agudísima consideración repasaba sus obras. Tenía tan presente en su memoria la humildad de la encarnación y la caridad de la pasión, que difícilmente quería pensar en otra cosa.[1]

En el segundo capítulo de la Rnb, Francisco nos habla de aquellos que por inspiración divina quieren sumarse a nuestro estilo de vida: Si alguno, queriendo por inspiración divina tomar esta vida, viene a nuestros hermanos, sea recibido benignamente por ellos.[2] Ciertamente, aquel que inicia el camino –decíamos en la reflexión anterior– se hace visible, se hace instrumento de invitación para otros, como lo fue san Francisco para sus contemporáneos.
Querer seguir a Jesucristo en la espiritualidad franciscana, significa querer encarnar hoy los valores evangélicos, en un contexto concreto, allí donde Dios te llamó, dentro de una cierta espiritualidad.
Sea recibido benignamente por ellos, leemos en dicho documento. San Francisco podría haber escrito simplemente “sea recibido por ellos”; pero no, Francisco quiere que quienes golpean a nuestra puerta sean bien recibidos, desea que aquellos que son enviados por inspiración del Espíritu encuentren un lugar de hermanos que los acojan, como una madre acoge un nuevo hijo, según lo escrito en la Regla para los eremitorios:

Aquellos que quieren vivir como religiosos en los eremitorios, sean tres hermanos o cuatro a lo más; dos de ellos sean madres, y tengan dos hijos o uno por lo menos. Los dos que son madres lleven la vida de Marta, y los dos hijos lleven la vida de María.[3]

¿Cómo acogemos hoy a los que golpean las puertas de nuestros conventos? ¿Qué encuentran en nuestras fraternidades?
Escribe Francisco: El ministro, por su parte, recíbalo benignamente y confórtelo y expóngale diligentemente el tenor de nuestra vida[4]. Recibir, confortar y exponer el tenor de la vida franciscana, son claves concretas que cualquier promotor vocacional; cualquier hermano de la familia franciscana, cualquier superior puede tomar y ponerlas en práctica.
Un signo concreto de que luego de 800 años seguimos a Cristo en nuestra espiritualidad, es el surgimiento de nuevos hermanos. Quien camina invita a otros, quien no camina se estanca, no se renueva, se torna agua turbia y de mal olor; en cambio, quien bebe de la fuente se renueva, fecunda y da vida, se convierte en invitación cordial para las nuevas generaciones.

Fray Elio J. ROJAS


[1] 1Cel 84.
[2] Rnb II, 1.
[3] REr 1-2
[4] Rnb II, 3.