En la reflexión anterior hablábamos sobre el término “menor” y señalábamos también que el “ser menores” es uno de los pilares o columnas de la espiritualidad franciscana, mientras que la otra columna, la otra “pierna” que nos permite caminar como franciscanos, es la “fraternidad”. Resumiendo, decíamos que no podemos “ser menores” sin ser hermanos, ni ser hermanos sin “ser menores”.

Dejando de lado todo romanticismo o idealismo, sabemos que la fraternidad no es una empresa fácil. Y San Francisco lo sabía muy bien. No es casualidad que la palabra “hermano” aparezca 107 veces en este documento. El Pobre de Asís sabe que no se puede tener una relación sana con Dios, si antes no hacemos la experiencia de “amar al hermano como a nosotros mismos”[1].
Podríamos pensar que el modelo de fraternidad que sigue el Santo sea el de los Hechos de los Apóstoles[2], pero no. El modelo de fraternidad siempre será Cristo, el Hijo de Dios que se hace hermano de todos, especialmente de los más pequeños (Kénosis). Por eso, para Francisco, sin el espíritu “minorítico” –igual a Kenótico–, la fraternidad no sería posible.
Hoy, la Regla no bulada vuelve a cuestionarnos: ¿Cómo estamos llevando nuestra relación con nosotros mismos? Pues, si no me amo a mí mismo, ¿cómo podré amar a los hermanos? ¿Cómo estoy viviendo la fraternidad en mi realidad concreta? ¿Soy un hermano que suma o que resta? ¿Cómo estoy asumiendo y haciendo frente a mis debilidades y a las de mis hermanos?
Siguiendo en esta misma línea, por medio del capítulo V de la Rnb, Francisco nos pregunta hoy más que nunca: ¿Cómo deben comportarse los hermanos –superiores o no– ante el error de sus demás hermanos? ¿Cómo debe comportarse el hermano que cae en el error? Responde el Santo de Asís:

Y guárdense todos los hermanos, tanto los ministros y siervos como los otros, de turbarse o airarse por el pecado o mal del otro, porque el diablo quiere echar a perder a muchos por el delito de uno sólo; por el contrario, ayuden espiritualmente como mejor puedan al que pecó, porque ‘no necesitan médico los sanos sino los que están mal’ (cf. Mt 9,12 y Mc 2,17).[3]

“Y guárdense de turbarse o airarse… por el contrario, ayuden espiritualmente como mejor puedan”. Si el Padre de los menores coloca estas palabras en una Regla, quiere decir que, frente al pecado, al error, a las debilidades del otro, los hermanos no se comportaban como tales. ¿Y hoy? Luego de 800 años de camino, ¿cuánto hemos crecido en las relaciones fraternas? ¿Ayudamos espiritualmente a nuestros hermanos? ¿Promovemos sus dones y capacidades? ¿O acaso la envidia, los celos o un sentido de “justicia sin misericordia”, nos llevan a obrar como Caín, Herodes o Judas?

Fray Elio J. ROJAS.


[1] Porque: “Si alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve?” (1 Jn 4,20); y también: “Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros…” (Jn 13,34-35).
[2] Cf. Hch 2,42-47.
[3] Rnb V, 7-8.