En el capítulo VII de la Regla no bulada (Rnb), Francisco nos habla sobre el modo de servir y trabajar, un modo que se funda en el “ser menor”. Francisco escribe:

Todos los hermanos, en cualquier lugar en que se encuentren en casa de otros para servir o trabajar, no sean mayordomos ni cancilleres, ni estén al frente de las casas en que sirven; ni acepten ningún oficio que engendre escándalo o cause detrimento a su alma; sino que sean menores y súbditos de todos los que están en la misma casa[1].

Es decir que la forma en la cual encaramos nuestros servicios y trabajos debe estar motivada y ser ejecutada desde la espiritualidad minorita. Luego de las varias reflexiones compartidas, podríamos afirmar que esta búsqueda de “minoridad” se convierte en un ejercicio cotidiano. Decimos ejercicio porque cada día debemos esforzarnos, como los atletas, para alcanzar la meta: “ser hermanos menores”. Al hablar de servicio y de trabajo, el “ser menor” (la minoridad) me coloca con la actitud correcta delante de Dios – a quien servimos –, delante de los hermanos y de la creación, de forma concreta.
En primer lugar, para comprender cómo debemos ejercitarnos en el servicio y el trabajo desde el “ser menor” (la minoridad), no debemos confundirlo o reducirlo a simples actos de humildad, simplicidad u opciones de pobreza, ascesis, y mucho menos con la sumisión.

El espíritu minorita se funda en la espiritualidad de la kénosis de la encarnación y de la kénosis de la cruz. El Pesebre y la Cruz nos dan la clave para situarnos ante el servicio a Dios, a los hermanos y a la creación, y nos da las herramientas para afrontar todo trabajo.
800 años atrás, Francisco proponía un modelo claro y concreto; hoy, podríamos preguntarnos: ¿Desde dónde servimos? ¿Cuáles son nuestras motivaciones al encarar cualquier servicio o trabajo que realizamos? ¿Qué nos mueve a asumir ciertas actividades? ¿Es el espíritu de minoridad? ¿Es la kénosis de la encarnación y de la Cruz, o es la vanagloria, el dinero, el poder? Escribe Francisco:

Todos los hermanos aplíquense a sudar en las buenas obras, porque está escrito: Haz siempre algo bueno, para que el diablo te encuentre ocupado. Y de nuevo: La ociosidad es enemiga del alma. Por eso, los siervos de Dios deben perseverar siempre en la oración o en alguna obra buena[2].

Al decir sudar, no sólo hace referencia a Gn 3,19, sino que da a entender que el encarar obras buenas no es tarea fácil, sino que implica esfuerzo, constancia. Encarnar la “minoridad” (ser menores), como dijimos al inicio, es un ejercicio; un ejercicio que implica esfuerzo constante. ¿Estás sudando para “ser hermano menor” o ya has dejado de luchar?

Fray Elio J. ROJAS


[1] Rnb VII,1-2
[2] Rnb VII,10-12