En la reflexión anterior mencionábamos la oración y el ayuno. Tanto la vida de oración como la de ayuno, pueden ser sintetizadas en una sola palabra: Penitencia. Pero esto no significa que la “vida de penitencia” se reduzca sólo a estos dos aspectos, es decir, a la oración y al ayuno.

Al inicio de estas reflexiones, decíamos que estos 800 años de la Rnb nos invitan a volver a beber de la Fuente. Comprender qué entendía San Francisco por “vida de penitencia” es clave para vivir nuestra vida espiritual, eclesial y social en este tiempo y en cualquiera de nuestros contextos: aquí, en América Latina o en la China. ¿Qué es la vida de penitencia entonces?
Muchas veces hemos reducido esta intuición a simples actos externos, indicados por el tiempo litúrgico: cuaresma por ejemplo. Podemos reducir la vida de penitencia al simple hecho de comer o no comer carne los viernes o, en el peor de los casos, caer en prácticas basadas en superficialidades, moralismos que sólo nos llevarían a la vanagloria. Es cierto que la vida de penitencia incluye la oración y el ayuno, pero es mucho más que esto. Escribe San Francisco en el Testamento:

El Señor me dio de esta manera a mí, hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia: porque, como estaba en pecados, me parecía extremadamente amargo ver a los leprosos. Y el Señor mismo me condujo entre ellos, y practiqué la misericordia con ellos. Y al apartarme de los mismos, aquello que me parecía amargo, se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo; y después me detuve un poco, y salí del siglo (Test 1-3).

Para Francisco, hacer penitencia es: amar a Dios, pues el amar a Dios implica un proceso de conversión continua, un proceso que muchas veces duele, que exige y provoca. Por eso la llamamos “vida de penitencia”, porque es un camino que hacemos durante toda la vida, cada año de nuestra vida, cada mes de nuestra vida, cada día de nuestra vida, cada hora, minuto y segundo de nuestra vida. Por ese motivo, el pobre de Asís escribe en la Carta a los Fieles:

Todos los que aman al Señor con todo el corazón y aman a sus prójimos como a sí mismosy hacen frutos dignos de penitencia: ¡Oh cuán bienaventurados y benditos son ellos y ellas, mientras hacen tales cosas y en tales cosas perseveran!… (CtaF1 I, 1-5).

San Francisco no se refiere a aquellos que no realizan ciertas costumbres u obras durante el tiempo de cuaresma, sino a algo mucho más profundo; la penitencia es el esfuerzo que hago para vivir el Evangelio, ya que este exige un continuo camino de conversión.
Somos los penitentes de Asís, dijo San Francisco ante el Papa. Hoy, también nosotros podemos decir “somos los penitentes de Zambia”, “somos los penitentes de Chicago”, “somos los penitentes de Corea”, y así podríamos seguir nombrando lugares del mundo entero.
En una palabra: la “vida de penitencia” es, al fin y al cabo, un proceso que nos lleva a conformarnos a Cristo como respuesta al amor de Dios.

¡Hasta la próxima reflexión!

Fray Elio J. ROJAS