En el capítulo V de la Regla no bulada, es interesante que cuando Francisco pide que los hermanos sean menores, no relacione este aspecto de la vida minorítica con la pobreza, sino que lo haga dentro del marco de la obediencia. Escribe el Santo de Asís:

Igualmente, ninguno de los hermanos tenga en cuanto a esto potestad o dominio, máxime entre ellos. Pues, como dice el Señor en el Evangelio: Los príncipes de las naciones las dominan, y los que son mayores ejercen el poder en ellas; no será así entre los hermanos. Y todo el que quiera llegar a ser mayor entre ellos, sea su ministro y siervo. Y el que es mayor entre ellos, hágase como el menor (cf. Mt 20,25-26; Lc 22,26).[1]

Francisco, a ejemplo de Jesucristo, al hablar de las relaciones fraternas hace la comparación con los “poderosos de las naciones”, aclarando que la relación entre los hermanos no debe ser así. Esto nos lleva a afirmar que el “ser menores”, el abrazar la minoridad que propone el Pobre de Asís, no es fruto de una contestación a la riqueza como tal, sino una respuesta al “poder”.
Muchas veces, hemos confundido el “ser menor” con el “ser pobres”, como ya hemos señalado en los artículos anteriores. Francisco sabe que la pobreza sin minoridad puede llevar a la vanagloria, a la soberbia de creernos más santos que los otros; a competir de forma absurda entre hermanos, inclusive conventos contra conventos, Ordenes contra Ordenes para probar quién es más pobre. No es casualidad que, en sus escritos, el Santo de Asís haga mucha más alusión a la obediencia que a la pobreza. Sólo quien se hace obediente puede abrazar el ser menor, a ejemplo del gran Maestro que se ha hecho obediente, obediente hasta la muerte y muerte de Cruz[2]. Quien obedece se hace pequeño, se hace pobre, porque Francisco ve en la obediencia de Cristo la “forma más elevada de desapropiación”[3]. Quien es capaz de renunciar a su yo-egoísta para abrazar la voluntad de Dios (“la penitencia” de la cual hablamos en la reflexión anterior), será capaz de vivir el espíritu minorítico. De lo contrario, todo gesto, manifestación de pobreza o de humildad, será simplemente un disfraz, una carrera por alcanzar la vanagloria, o una simple búsqueda de compensación afectiva. Siguiendo esta línea de pensamiento, podemos aplicar la siguiente admonición a esta última frase:

Hay muchos que, perseverando en oraciones y oficios, hacen muchas abstinencias y mortificaciones corporales, pero, por una sola palabra que les parezca injuriosa para sus cuerpos o por alguna cosa que se les quite, escandalizados enseguida se perturban. Estos no son pobres de espíritu, porque quien es de verdad pobre de espíritu, se odia a sí mismo y ama a aquellos que lo golpean en la mejilla (cf. Mt 5,39)[4].

Hasta la próxima reflexión.

Fray Elio J. ROJAS.


[1] Rnb V, 9-12
[2] Cf. Flp. 2,8. Leer también la Admonición VI.
[3] Cf. L. Iriarte, La vocación Franciscana, Valencia 1989.
[4] Adm XIV