En el artículo anterior reflexionábamos sobre el modo de trabajar y servir, donde se nos planteaba una forma concreta del modo en el cual deben realizarse dichas tareas, es decir: a partir del “ser menor”. No es casualidad que luego de hablar del servicio y del trabajo, el Santo de Asís dedique todo un capítulo al tema del dinero.

Debemos tener en cuenta que, con su estilo de vida, Francisco propone una economía de servicio: “Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente” (Mt 10,8). Pero, más allá del argumento del servicio, la gratuidad o la pobreza, nos encontramos aquí con una intuición profunda. El Pobre de Asís no aborda el tema de la economía de forma superficial o con moralismos, como lo hacemos muchas veces nosotros en nuestras fraternidades; tampoco es un tema fundamental para él, ya que sólo hace mención del mismo en la Regla. Esto no quiere decir que no sea importante para él, pero ciertamente no era un tema fundamental. En cambio, pareciera que sí lo es para nosotros, hombres del siglo XXI. Es verdad, también, que la realidad en que vivimos es muy diferente al contexto histórico del Santo. Hoy por hoy, hay cuestiones que la Orden en sus inicios no se planteaba, como, por ejemplo: Francisco no pagó impuestos de luz, agua, gas, entre otros; no llevó adelante obras como escuelas o la edificación de un hospital, como lo ha hecho Padre Pío, ni estuvo a cargo de una empresa como la que llevó Fray Maximiliano Kolbe con la Milicia de la Inmaculada; ciertamente, nuestros Santos han hecho uso del dinero. Entonces, ¿cómo se entiende el capítulo VIII de la Rnb que prohíbe a cada hermano que: dondequiera que esté y adondequiera que vaya, en modo alguno tome ni reciba ni haga que se reciba pecunia o dinero, ni con ocasión del vestido ni de libros, ni como precio de algún trabajo, más aún, con ninguna ocasión (Rnb VIII,3)? ¿Cómo actualizar el mensaje del Pobre de Asís, sin traicionar el espíritu minorita?
Además de las citas bíblicas que iluminan el texto[1], la clave para comprender la profundidad de este capítulo, a nuestro parecer, se encuentra en las siguientes letras:

Y el diablo quiere obcecar a los que codician la pecunia… Guardémonos, por tanto, los que lo dejamos todo (cf. Mt 19,27), de perder por tan poca cosa el reino de los cielos (Rnb VIII,4-5).

El problema no está en el dinero en sí, como objeto, sino en aquello que puede llegar a provocar en el hermano menor. Para Francisco, el dinero da poder y seguridad al que lo posee. El Santo sabe que el poder seduce al hombre, el poder hace que éste “pierda la cabeza”[2]. Francisco sabe que el dinero como tal es simplemente un pedazo de metal, pero un metal con doble filo, pues la ambición del mismo puede poner a hermanos contra hermanos. Por este motivo, sería bueno preguntarnos: ¿Cómo vivimos nuestra relación con el dinero desde nuestra opción de la minoridad?

¡Hasta el próximo capítulo!

Fray Elio J. ROJAS


[1] Rnb VIII, 1-2: “El Señor manda en el Evangelio: Mirad, guardaos de toda malicia y avaricia (cf. Lc 12,15); y: Guardaos de la solicitud de este siglo y de las preocupaciones de esta vida… (cf. Lc 21,34)”.
[2] En la Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, podemos leer algunos puntos de reflexión sobre el tema que estamos reflexionando: No a una economía de la exclusión (n. 53-54); No a la nueva idolatría del dinero (n. 55-56); No a un dinero que gobierna en lugar de servir (n. 57-58). También aconsejamos leer: Tradizione francescana: basi per un’etica ambientale, en: M. CARBAJO NUÑEZ, Sorella madre terra, págs.129-177.