En este primer capítulo de la Regla no bulada, San Francesco de Asís nos da a conocer que la base de esta Regla y vida es el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Lo que regula nuestra vida, lo que da forma a nuestra vida, el punto de partida y de llegada, es el Evangelio.
Toda la vida del Pobre de Asís está empapada de Evangelio; es la Buena Noticia el corazón y el motor del padre de los Menores.
Nos cuenta Tomás de Celano que un día, luego de escuchar un trozo del Evangelio en la iglesia de Santa María de la Porciúncula, Francisco exclamó: «Esto es lo que yo quiero, esto es lo que yo busco, esto es lo que en lo más íntimo del corazón anhelo poner en práctica»[1].
“…poner en práctica”
Al reflexionar la Regla no bulada (Rnb), nos damos cuenta que la invitación hecha 800 años atrás, aun es válida y atrayente. Pero ¿cómo poner en práctica una propuesta tan lejana en contextos tan diversos?
Francisco reflexionó el Evangelio para vivirlo y encarnarlo; “hizo carne” al Verbo en su propia vida, y así se convirtió en “madre”, al darlo a luz en el corazón de sus contemporáneos[2].
Reflexionar hoy sobre la Rnb, es una invitación a beber nuevamente de la fuente y a preguntarnos: como franciscanos ¿cómo estamos encarnando hoy el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo? ¿Es esto lo que queremos, lo que buscamos? ¿Es esto lo que en lo más íntimo de nuestros corazones anhelamos poner en práctica?
¡Ciertamente! Y porque queremos y podemos, volvamos siempre a la fuente, a beber de ella y a reafirmar que también hoy nuestra Regla y vida es el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo.
En este capítulo de la Rnb, Francisco coloca cuatro citas del Evangelio, que sirven de base e inspiración a quien abraza esta forma de vida[3]. ¿Cuáles son las nuestras? ¿Cuál es el pasaje evangélico que guía hoy por hoy tu vida?
“…Seguir la doctrina y las huellas de nuestro Señor Jesucristo…”[4]: es un gran desafío hoy y siempre.
Hasta la próxima reflexión.
Fray Elio J. ROJAS
[1] Cfr. VbF IX, 22.
[2] “Y son esposos, hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo. Somos esposos cuando, por el Espíritu Santo, el alma fiel se une a Jesucristo. Somos ciertamente hermanos cuando hacemos la voluntad de su Padre, que está en el cielo; madres, cuando lo llevamos en nuestro corazón y en nuestro cuerpo, por el amor y por una conciencia pura y sincera; y lo damos a luz por medio de obras santas, que deben iluminar a los otros como ejemplo” (CtaF2, 50-53).
[3] En obediencia: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo y tome su cruz y sígame” (Mt 16,24); en castidad: “Del mismo modo: si alguno quiere venir a mí y no odia padre y madre y mujer e hijos y hermanos y hermanas, y aun hasta su vida, no puede ser discípulo mío” (Lc 14,26), y: “Todo el que haya dejado padre o madre, hermanos o hermanas, mujer o hijos, casas o campos por mí, recibirá cien veces más y poseerá la vida eterna” (cf. Mt 19,29); y sin nada propio: “Si quieres ser perfecto, ve y vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; y ven, sígueme” (Mt 19,21).
[4] Rnb I, 1.